Sr. López
Tío Manolito era un pan de Dios y más bueno que un caldo de gallina. Diario iba a misa, el viejo párroco era su amigo y le contaba sus tribulaciones domésticas: su esposa, tía Elvia, era una bruja que le amargaba día con día la existencia y sus tres hijas, ya grandes, poquito peor. Así, un día el cura le dijo que tenía la solución a sus problemas, el tío se entusiasmó y el santo sacerdote le dijo: -Cámbiese de casa y no les dé la dirección, sálgase con lo puesto, desaparezca nomás –nunca se animó tío Manolito. Cuando murió, a la funeraria no se presentó ninguna de las cuatro. Triste.
A ver, en serio, sin apasionamiento y sin limitarnos a los tiempos que corren, piénselo con calma: ¿hay algo que haga el gobierno y a usted le dé plena confianza y hasta gusto?… ¿a lo largo de su vida el gobierno le ha dado alegrías?
No se trata de que si es usted mayorcito, salga con que en tiempos de López Mateos las cosas discurrían de rechupete; ni de que compare al México de hoy con el del siglo XIX; cuantimenos que desempolve la figura de Porfirio Díaz y diga: ¡ese sabía gobernar! No, estamos hablando de Salinas de Gortari para acá (Zedillo, Fox, Calderón, Peña Nieto y el actual instalado en Palacio).
Tampoco se trata de negar lo que está bien, como nuestras transiciones pacíficas del poder, nuestra economía macro que ahí va (cuando menos ya ni nos acordamos de la hiperinflación), y los beneficios nada despreciables del TLC hoy T-MEC, mérito del gobierno en su negociación e implementación, qué duda cabe (y en su éxito, mérito del empresariado, hay que decirlo).
Se trata de ver con frialdad que nuestros gobiernos no nos dan tranquilidad, no nos merecen respeto, no ameritan nuestra plena confianza (¿o usted confía a ciegas en el gobierno?). Sin dejar de reconocer que nuestros gobiernos hacen cosas bien que pasan desapercibidas precisamente por eso, ni que quienes componen la masa burocrática, lo normal es que hagan aceptablemente bien su trabajo, que sin eso el país sería un destorlongue (destorlongar es palabra aceptada como mexicanismo en el ‘Diccionario de americanismos’ de la Asociación de Academias de la Lengua Española, se lo digo por si las dudas); y sí, efectivamente, por cada funcionario torcido, hay muchos que con todo y sus limitaciones cumplen, policías incluidos, por supuesto (no se enchile, es cierto, aunque por como van las cosas -seis de cada 10 municipios con presencia del crimen organizado-, al rato vamos todos a ir al Oxxo con chaleco antibalas).
Así las cosas y ya en plenas campañas por la presidencia de la república (con otros nombres luciendo la creatividad nacional a la hora de sacarle la vuelta a la ley), estamos ante el habitual y soporífero, torrente de diagnósticos y propuestas de siempre y que como siempre y bien sabemos, pasan al olvido de quien resulte ganador de los comicios. No necesitamos que nos digan qué está mal, lo sabemos todos; no queremos oír promesas en las que nadie confía (si se cuenta con más sesos dentro del cráneo que una quesadilla).
No es tan complicado de entender por más intrincado que sea hacerlo. El gobierno tiene que cumplir y hacer cumplir la ley, primero que todo. El gobierno tiene que garantizar la seguridad pública. El gobierno tiene que administrar bien lo que recauda, en beneficio de todos, asegurando antes que nada, salud y educación. Nada de eso han hecho a cabalidad en los últimos 30 años (hay cosas como la procuración e impartición de justicia que son una birria generalmente aceptada, como si se tratara de un fenómeno telúrico ante el que nada se puede hacer y sí se puede que por eso hay estados del país en los que esos asuntos marchan bien o muy bien).
Y conviene reflexionar en la inutilidad de la queja constante por las acciones del actual gobierno federal, del actual Presidente. Primero, porque así lo eligió una gran mayoría (y ni modo, a apechugar). Segundo, porque ya se va y más bien deberíamos alzar los brazos al cielo agradeciendo a gritos su probada incapacidad de gobernar, de implementar, de lograr poner en práctica sus ideas (que sí las tiene, no sea así), aunque el precio para el país sea un sexenio perdido con retrocesos en los rubros más importantes: seguridad, salud y educación (junto con el abandono a las mujeres, a los campesinos y otros, ¡qué desastre!), sin dejar de mencionar la bomba de tiempo que en lo económico deja a su sucesora (o sucesor si pasa algo raro). Está desahuciado y políticamente, muere dentro de 13 meses y 14 días… ya como sea.
Lo peligroso de que la gente, mucha gente, esté decepcionada de sus gobernantes y políticos, es que más fácilmente se dejan embaucar por algún listo que les diga lo que quieren oír (luego le pongo un ejemplo de actualidad… de por ahí de 2018). Es el caso de las elecciones primarias en la Argentina, en las que arrasó un tal Javier Milei que parece saber mucho de economía pero tiene propuestas anarco-capitalistas que dejarán de ser utópicas dentro de algunos siglos, porque lo primero contra lo que está es contra el Estado mismo; el señor Milei es un patán y está cosechando el inmenso descontento argentino contra la corrupción, el enorme gasto improductivo del gobierno y el rechazo a la inútil derecha de Mauricio Macri, el anterior presidente y la ineptitud de Alberto Fernández, el izquierdista presidente actual (amiguito del nuestro), que los tiene con una inflación del 113% (asústese). En Argentina se van a arrepentir si eligen a Milei, sí, pero también si eligen a algún personero de la derecha o la izquierda peronista.
Y eso es lo que debemos reflexionar. Por suerte o lo que sea no hay locos entre los que hoy aspiran y tienen posibilidades, de hacerse con la presidencia de la república. Doña Claudia sí asusta con su deseo de dar continuidad a la 4T, pero entre los de la oposición todos tienen la cabeza en su lugar y buen historial.
Como no podemos mudarnos del país 130 millones, más nos vale en los comicios del 2024, pensar bien las cosas y no meter la pata.