Los tiempos cambian: La Feria

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Sr. López

Tío Macro, de los de Autlán, fue un macho de esos de dar asco. Tuvo cinco hijas (de las de Autlán, ya sabe, de las que hacían llorar resina a los postes de telégrafos). A la primera la casó sin pedirle parecer con quien él dijo. A la segunda le dio a elegir entre dos hermanos de un compadre suyo. La tercera se encerró en la parroquia hasta que tío Macro aceptó no casarla con el hijo sobrante de su compadre. La cuarta se fugó a Guadalajara con su novio. A la quinta la dejó escoger marido. Los tiempos cambian.
Se supone que todo el país está atento a las próximas elecciones, las del 2024. No es del todo cierto, pero a pesar de los pesares, la historia reciente prueba que la gente solo parece indiferente y sabedora del poder de la crayola ya estando en la urna con la boleta enfrente, ve futbol y platica de Luis Miguel, en lo que llega su momento.
Tampoco es cierto que todo depende de la voluntad y autoridad del actual Presidente, por voluntarioso y autoritario que sea (que es); y no es cierto que sin remedio, el Presidente va a imponer en los cargos a sus candidatos, porque si a la gente le da la gana salir a votar, la gente dará el triunfo a quien le dé la gana: no hay maniobra ni trampa que valga ante una avalancha de votos.
Lo cierto es que el Presidente cree que en sus manos está el destino próximo del país y que de él y sus empeños depende imponer a México su personalísimo proyecto de nación de izquierda desdibujada, poniendo en la presidencia a su favorita y en el Congreso a sus criados. Pero si se le concediera, se llevará una sorpresa muy desagradable: nadie en política, obedece al que se fue.
Pero el Presidente no está tan seguro del triunfo electoral y por eso ha hecho charamuscas con las leyes electorales, honrando su apotegma de “no me vengan con ese cuento de que la ley es la ley” (lo dijo el 6 de abril de 2022, por si quieren ponerlo en letras de bronce en el recinto de plenos del Congreso o ya de plano, a la entrada de todos los edificios de gobierno). Todo apunta a que la intención del Presidente es reeditar aquellos buenos viejos tiempos del PRI imperial, cuando a las derechas o a las chuecas (de preferencia a las chuecas), siempre se imponía el partidazo… y acaricia con fruición la sola idea de que su legado político dure décadas, como duró el PRI (se ha de soñar hecho estatua, de bronce, claro).

Olvidan el Presidente, sus mantenidos y los que ya desde ahora se dan por ganadores, que contra toda apariencia, México cambia, ha cambiado, mucho.
La primera etapa del régimen hegemónico del PRI, comenzó en marzo de 1929, cuando Plutarco Elías Calles fundó el Partido Nacional Revolucionario (PNR), con el país todavía oliendo a pólvora, bañado en sangre, agotado por esa guerra civil que con el humorismo trágico tan nuestro, llamamos Revolución Mexicana. La población no era sino una masa alelada, deseosa solo de vivir en paz y con algo de orden, si no era ya pedir demasiado. El país requería de una presidencia estable y fuerte que por goteo fuera permeando vida cívica en el país, creando órganos e instituciones de gobierno… y no había ni barruntos de competencia electoral, no había instituciones electorales, no había división de poderes, no había nada. ¡Ah! y el que se ponía gallito, anticipaba su funeral.
Con cambios y ajustes el PNR, luego Partido de la Revolución Mexicana (PRM desde 1938), y luego PRI, desde 1946, llegó hasta los años 60 del siglo pasado, legitimando con no pocos muy buenos resultados (el ‘milagro mexicano’), su ilegítima retención del poder. El partido hegemónico sí le significo una inmensa mejoría a las mayorías y al que dude recuérdele que recibieron un país con 30 y tantos años de esperanza de vida y lo entregaron arriba de los 70 años, algo hicieron bien.
Pero nada es para siempre y los partidos de oposición meramente testimoniales, empezaron a tomarse en serio el competir por el poder y las elecciones que dieron el triunfo a Ávila Camacho (1940) y Ruiz Cortines (1952), se resolvieron a tiro limpio, sin dejar de mencionar algunos oportunos fallecimientos que permitieron triunfar a Miguel Alemán (1946). La fuerza de la realidad hizo que el presidente López Mateos en 1963, aceptara los diputados de minoría, dando vida política real a los partidos opositores. Empezó el declive, lento, muy lento, como correspondía a semejante inmensidad de aparato político y de gobierno.
Como la realidad es más necia que una vaca echada en una carretera, el PRI no tuvo más remedio que dar paso a cambios democrático electorales, aunque bajo su control en 1977 y 1988. Pero no fue suficiente para una oposición que bien sabía de la capacidad de manipulación electoral del partido del gobierno: siguieron más reformas electorales en 1989-1990, 1993, 1994, 1996, 2007, ya con la participación activa de los partidos opositores, ya no había imposición posible, ya todo se tenía que negociar.
Así, aparentemente la ciudadanía se mantenía en una sospechosa indiferencia y todos los cambios y enjuagues eran entre partidos políticos y grupos de poder, pero esa masa indolente, resultó que no estaba durmiendo en sus laureles y dieron el primer trompetazo de aviso al PRI, y le quitaron por primera vez un gobierno estatal, el de Baja California en 1989. Y once años después la presidencia de la república.
Por cierto, hubo otra gran modificación a la legislación electoral, promovida por el actual Presidente y aprobada en febrero de este año, reformando más de 400 artículos de la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales; la Ley General de Partidos Políticos; la Ley General del Sistema de Medios de Impugnación en Materia Electoral; y la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación. Esta reforma significaba el regreso al país de un partido hegemónico. Hubo protestas masivas dejando ver que ahora ya también participa la ciudadanía. Se publicó en el Diario Oficial, entró en vigor, la impugnaron los partidos, la invalidó la Suprema Corte. Los tiempos cambian.

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