Sr. López
La prima Eugenia (lado paterno autleco), fue guapa de licuarle la cerilla de las orejas a cualquier varón estándar (exquisitos, absténganse), y de faldas ligeras como cierto amplio sector de ese lado, hasta que topó con un joven bien plantado y encima, hijo de rico-ricote, por lo cual y para asegurar que eso terminara en boda, su mami le sugirió instalarse en el papel de la casta Susana, lo que traía al doncel como olla exprés olvidada en el fogón, hasta que al grito de “me he de comer esa tuna”, la pidió, se la dieron, se casaron y antes del año se divorciaron. La familia entera calló, sabedora de las debilidades de Eugenia, quien el resto de su vida dijo que su matrimonio se deshizo por la mala fama (justificada, ha de decirse), de sus hermanas, primas hermanas, primas segundas, tías abuelas, tías carnales y una de sus abuelas (por lealtad y como su papá vivía, no involucraba a su mamá, pero también). La abuela Elena un día, oyéndola, la interrumpió: -¡Piensa!, cuando todos están mal menos uno, el que está mal es uno -pues sí.
No todos pero no pocos, consideran que el presidente López Obrador es populista y lo dicen despectivamente.
Conviene definir qué es el populismo, que antes se llamaba popularismo y según el diccionario, resulta ser la “tendencia política que pretende atraerse a las clases populares”.
¿Qué de malo puede tener eso?, y además ¿habrá algún político que pretenda alejarse de las clases populares?, no, porque suelen ser la mayoría en todos los países (claro, habrá clase popular con la panza llena, coche a la puerta y casa propia, que no todas son de hambreados subempleados o sin empleo, que lloran de emoción cada vez que reciben el poco dinero que les regala el gobierno, suficiente para no morir de inanición y para continuar en la agradecida pobreza que rinde frutos electorales y de popularidad temporal).
Aceptada queda la validez universal de la atracción de las clases populares de parte de los políticos. ¿Pero por qué se llama populista a un político para injuriarlo?, por el modo de atraer a esas mayorías, por el modo de conseguir el poder, por el modo de conservarlo.
El líder populista atrae a muchos, al dar explicaciones sencillas (simples), a los problemas de la sociedad para a continuación, proponer soluciones sencillas (simplonas), que pasan por señalar a unos pocos como responsables de todo lo que anda mal, exculpando a la mayoría que resulta ser víctima de esos otros malvados a los que ni siquiera es indispensable identificar individualmente, recurriendo a la estigmatización de segmentos de la sociedad o entidades nacionales y extranjeras, instalando en la mente de alguna parte de la mayoría, el rencor social, el odio de clase, el resentimiento, la división que debe mantenerse a cualquier precio, pasando por relatar la historia del país de que se trate, presentando los hechos de manera que se confirme la existencia de dos bandos: el pueblo y los enemigos del pueblo; ¡ah! y se habla de un nebuloso pasado de gloria producido por unos héroes fantasmones que supieron estar del lado correcto, el del pueblo, ya haciendo sinónimos “pueblo” y la clientela del populista del caso. De esta manera su discurso simple e insistente, penetra en el ánimo colectivo (de la masa, se entiende).
Dejando de lado los golpes de Estado, cuando el líder populista se hace con el poder usando los mecanismos electorales, lo consigue afirmando a la masa necesitada que hay solución pronta a todo, asegurando que la verdad y la razón son propiedad de esa mayoría que él y solo él representa como ratifica su repetitivo discurso, ofreciendo resultados insuperables si y solo si, se le elige para dirigir el país, lo que una vez logrado lejos de matizar sus afirmaciones y ofertas imposibles de cumplir, las encona y las repite con mayor ahínco sin temor a que la falta de frutos lo desacredite, pues su argumento de los malos contra el pueblo se ratifica precisamente en la falta de resultados, prueba indiscutible de que hay unos enemigos del pueblo a los que se debe seguir combatiendo, agudizando el discurso que divide a la sociedad, atacando las voces acreditadas, desprestigiando a los intelectuales y medios de comunicación no sumisos, ninguneando las protestas populares, manipuladas por los malos, y se insiste en que todo será jauja a condición de que el pueblo siga apoyando a su líder-redentor, y que los integrantes del aparato de gobierno, todos, sean leales. La lealtad presentada como eficaz mecanismo burocrático por lo que la preparación e idoneidad para desempeñar los cargos públicos son secundarias y lo único sólidamente cierto es que se está con él o contra él.
Lo anterior los populistas lo complementan con gasto social, carretadas de dinero a repartir en las manos de la mayoría necesitada, no para acabar con la pobreza -que solo disminuye creando riqueza, fuentes de trabajo, empresas-, sino para administrar la pobreza, gestionarla en beneficio del populista de que se trate, obteniendo la pasajera celebridad de la dádiva, enseñando a la masa que la limosna es un derecho resultante de los abusos de los culpables de su triste condición, ahondando el odio y transformando, esa sí es transformación, la gestión pública en revancha. El esfuerzo personal y el estudio, son aspiraciones indebidas, deseos de destacar sobre los otros; la humildad, la pobreza presentada como austeridad son lo correcto y los sufrimientos, culpa de los otros, aquellos que no gobiernan pero son culpables de progreso de lesa humanidad. ¡Qué fácil!
El combustible para mantener el circo populista andando, es sostener contra todo el discurso redentor y no asumir jamás la responsabilidad de ningún fracaso, ni afrontar escándalos, que para eso tiene a la mano a ‘los malos’, responsables de todo así no estén en el poder.
Pero el populismo mientras no se decida a encarcelar y matar opositores, tiene patas cortas, pues el gasto público se agota y el populista queda como ridículo vengador fallido de los mediocres.