Los impresentables: La Feria

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SR. LÓPEZ

Como bien sabe usted, el campo de doma en que fue adiestrado este menda  (otros niños le decían ‘casa’), se integraba por la prole en proceso de domesticación, un Jefe de Suministros y Aplicación de Sanciones (otros le decían ‘papá’ a los suyos), y una Jefa de Administración y Disciplina (‘mamá’ parece que les decían). En el caso López, don Víctor era un señor alto y fuerte como King Kong (una vez iba a tirar un directorio telefónico y lo partió en dos, como si fuera una hoja); y doña Yolanda era menudita, de metro y medio de estatura, que no se entendía como trajo al mundo a los bestias que trajo. Él era de Autlán de la Grana, Jalisco, de los de la primera mitad del siglo pasado: un macho de poco hablar, a ser obedecido pronto y de buen modo; ella era una toluqueña muy en su papel de ama de casa (eran los tiempos). Así las cosas, a veces, don Víctor emitía alguna orden o disposición y doña Yolita, se quedaba impávida, muda, mirándolo fijo, lo que los de la prole sabíamos significaba que no se cumpliría la orden ni disposición; su silencio era invencible. Si hubiera sido película la habrían titulado ‘El macho domado’.

En las elecciones de 2018, resultó electo como Presidente de la república el actual huésped de Palacio con el voto del 33.7% del padrón de electores; no votó por él el 66.3% de los tenochcas con credencial del INE (27.83% votaron por otro y el 38.47% no votaron por nadie).

El mayor porcentaje fue del abstencionismo (38.47% frente al 33.7% que eligió al actual mandatario); lo malo es que el que se abstiene no vota por nadie y su no votar no significa nada, no tiene consecuencias electorales. Y de nada sirve que la Constitución en su artículo 36, establezca como obligación del ciudadano votar en las elecciones populares; cuantimenos que el artículo 11 de la Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales, mande: “Votar constituye una prerrogativa y una obligación del ciudadano”. Para el tenochca simplex es letra muerta, no tiene consecuencias y no se puede penalizar porque a ver quién sanciona al mismo tiempo a 34 millones de pachorrudos ciudadanos (es un decir).

Como sea que sea, con las leyes que tenemos y las reglas que las rigen, gana el que obtiene más votos que sus competidores aunque represente una porción menor de la ciudadanía, sí, aunque siete de cada diez no lo hayan elegido. Legalito.

Una primera conclusión es que a la hora de quejarse o protestar, hay un 38.47% de personas que no tienen ni ese derecho: no votaron, se aguantan a lo que decidieron los que sí se tomaron la inmensa molestia de ir a la casilla, tachar la boleta y ¡meterla en la urna! (el colmo, ya podrían poner empleados que la metieran en lugar del elector).

Lo del abstencionismo es una mala maña que no se nos quita, de siempre. En tiempos del pricámbrico clásico, se entendía porque los votos no contaban ni se contaban, votar era un ejercicio infame de pérdida de tiempo. Pero en estos tiempos en que sí son efectivas las elecciones (con todos los defectos que se quiera, sí son reales nuestros comicios), la cosa sigue igual, mire nomás:

En el año 2000, cuando la elección de don Chente Fox, se abstuvo el 30.03% del padrón; en 2006, en la elección de don Calderón, no se tomó la molestia el 41.45% de la raza; en 2012, cuando se montó don Peña peñita pena, el 36.9% no votaron; y ahora, este pasado 2018, a pesar del aparente fervor colectivo por el redentor de la nación, el ya anotado 38.47% de gallardos ciudadanos prefirieron quedarse echados viendo televisión. Y en los procesos intermedios (como el de este año), crece el porcentaje de ciudadanos zánganos que se excusan según ellos, diciendo cosas como ‘con cualquiera nos va a ir igual’, o ‘no voto para que entiendan mi repudio’… ¡uy, sí!, les dan ganas de llorar.

Es claro que mientras no haya consecuencias, el elector gandul seguirá sin votar, dañando, deformando decisiones de la mayor importancia. No es factible llevar a la fuerza a la gente a las casillas, ni se puede inducir la responsabilidad cívica a garrotazos. No.

Y para mayor INRI: hasta el operador electoral más novato sabe que entre menos gente vote, más fácil se puede hacer ganar al que se quiere que resulte triunfador. Un candidato, cualquier candidato, si la votación no es copiosa, solo asegurándose de llevar a las urnas a sus seguidores, pagados o no, tiene posibilidades de ganar.

Por eso y como parte del archivo de ideas desechables e imposibles, sería muy bueno que el voto NO ejercido contara… la cosa sería así:

Todos los votos no ejercidos irían a favor de los candidatos propuestos por una ‘Comisión Comisial’, formada por personas pertenecientes a organizaciones no gubernamentales y ciudadanas, universidades públicas y privadas, colegios profesionales, cámaras industriales y de comercio, con el único requisito de que los candidatos que eligieran, deberían ser probadamente apartidistas (es sueño, pero soñar es gratis).

Durante las campañas electorales, esa comisión tendría ‘spots’: ‘NO vote, nosotros nos encargamos’; ‘votar es irresponsable’, ‘haga Patria, no vote’; ‘absténgase, usted no sabe nada de los candidatos que le proponen los partidos’; ‘si vota, no se queje’; ‘votar pasó de moda’… y lo que se le ocurra que fomente la pereza plebiscitaria. Ni modo que ganara la garra cívica tenochca. Con este método no tendríamos al actual Presidente, son más lo que no ejercieron su voto que los que lo eligieron a él.

Pensará usted que el del teclado es un tonto peligroso; no se preocupe, no va a pasar nunca, es imposible que los políticos permitan que se les quite el muy redituable negocio de ganar elecciones… y perderlas. Pero como ilusión, sea sincero: ¿no sería lindo que no ganaran los candidatos que ganan con tan poquitos votos?; ¿no sería lindo dar valor electoral a la verdadera mayoría?… y en una de esas, los partidos se romperían el alma para conseguir que todo mundo votara y hasta para no elegir candidatos entre los de siempre, los impresentables.

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