Sr. López
Tía Tina (Ernestina, de las toluqueñas), era un cetáceo con bigote, fea de asustar a un sargento. El malvado primo Pepe, decía que una vez tía Tina había visto a un cirujano plástico que la derivó al servicio médico forense; no era cierto pero sí era un Jo Jo Jorge Falcón con faldas; sin embargo, los viejos coincidían en que de joven había sido bellísima, una cimbreante varita de nardo, trabajo de la más alta calidad de nuestra madre Natura, y decían: -¿Qué le pasó a Tina? -quién sabe. ¿Qué le pasó a México?, quién sabe.
No se trata de que este menda idealice el pasado nacional, al menos desde que empezó a fijarse en las cosas de la cosa pública mexicana, de Adolfo López Mateos (presidente de 1958 a 1964), a estos tiempos de rasgar y de odiar (ahí léase el Eclesiastés 3:8, le va a gustar).
Sin atenuar los varios defectos de aquellos años, sin dulcificar los amargos tragos que nos echamos, no es exagerado decir que en términos generales, el país avanzaba y mejoraba (nada más fíjese en que los tricolores se hicieron con el poder en 1930, con un promedio de vida en el país de 36 años y nos lo entregaron en el 2000, en 75 años, la gente vive el doble, digo, algo se hizo bien).
La pregunta de qué le pasó a nuestra risueña patria en los tiempos que corren, no se refiere a detallitos como el incremento en la inseguridad, la caída del sistema de salud, la economía en cuidados intensivos que tenemos, cosas en que se fijan los fijados, esos maloras que nomás critican y callaron como momias en el pasado, porque sí callaron como cuando don Quique Copete, con un crecimiento económico sostenido del 2% anual, nos entregó el país con un 12.61% de incremento total del PIB en su sexenio (mérito de empresarios y trabajadores, claro, pero algo ayuda que el gobierno no dé palos de ciego ni espante inversionistas, viera usted).
La pregunta se endereza a algo más simple: la calidad presidencial.
No se alborote, no lanzará este tecladista una catilinaria contra nuestro actual Presidente, no, ni hará odiosas comparaciones con otros (bueno, sí, más adelantito, pero es excepción); se trata solo de una cosa: la calidad de sus declaraciones oficiales, que en su caso, son todas pues es Presidente hasta dormido, faltaba más.
En particular escuece en mal lugar a este López, la extraña insistencia de nuestro Ejecutivo en diferenciar “responsabilidad” de “culpabilidad”. Sí, él solito acepta ser responsable pero no culpable de algunas cuestiones.
Refiriéndose a la denuncia penal que pesa contra el Doctor Muerte (Hugo López-Gatell, subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud), por su probable responsabilidad de haber cometido homicidio por omisión, por su deficiente atención de la pandemia del Covid19, el Presidente, dijo el jueves pasado: “(…) es una injusticia, es una actuación de mala fe, de odio, no se toma en cuenta que -sic, así habla- los servicios prestados a la sociedad por él han sido excepcionales, es un profesional de primer orden”; y como anda de malas, agregó para que nos quede claro a los integrantes del peladaje de a pie: “Tiene todo nuestro apoyo, se le va a dar todo el apoyo jurídico y se van a presentar todos los argumentos además de todo el apoyo político y moral. Es la defensa de un compañero y responsable de la política contra el Covid, ahí están los resultados”.
Sí, ahí están los resultados de su compañero: al 3 de enero pasado, México tiene el primer lugar mundial en muertes por COVID, según la Universidad Johns Hopkins, respecto al número de casos de coronavirus confirmados (en porcentaje, no en el número absoluto de fiambres, no se puede comparar así, hay países con más de mil millones de habitantes y otros con 700 pobladores, como el Estado Vaticano); a nosotros se nos muere más o menos el 7.5% de los que se contagian y el país que nos sigue, Bulgaria, el segundo peor, anda en 4.1%, de ese tamaño, así de grave.
A mayor abundamiento, desde fines de noviembre de 2020, la Organización Mundial de la Salud afirmó que México se encuentra “en mala situación frente a la epidemia de Covid19, que vio duplicar el número de casos y muertes entre mediados y finales de noviembre”, y añadió: “Queremos pedirle a México que se lo tome muy en serio”. ¡Adentro!
En la madrugadora reglamentaria de ayer, le preguntaron si asumiría la responsabilidad histórica por la atención de la pandemia y contestó: “En todos los casos el presidente tiene responsabilidad, puede ser que no sea culpable, pero soy responsable (…)”. Suena a que asume su responsabilidad, ¿sí?, pues no, porque agrega que no es culpable, suena a que si algo sale mal, el que se la va a comer enterita y solito, va a ser su Gatell.
Lo mismo dijo a mediados de noviembre del año pasado, cuando se ahogaron 14 pacientes del hospital del IMSS por la inundación en el río Tula, en Hidalgo: “Sí, soy responsable, aunque no soy culpable”. Y antes, el 14 de mayo del 2021, respecto del asesinato de Abel Murrieta, candidato de Movimiento Ciudadano a alcalde de Cajeme, Sonora: “(…) puede ser que sea responsable, pero no culpable”; y atrás, en noviembre de 2019, cuando sobre la inseguridad en el país, declaró: “Somos responsables pero no culpables (…)”.
Mal anda la estrategia del Presidente para escurrir el bulto a los esperpénticos sucedidos en lo que va de su gobierno. Según el diccionario, responsable es quien está obligado a responder de algo o por alguien; y en Derecho, es delito el acto u omisión que sancionan las leyes penales y en los delitos de resultado material también será atribuible el resultado típico producido al que omita impedirlo, si éste tenía el deber jurídico de evitarlo (artículo 7 del Código Penal).
Y aquí viene la odiosa comparación, a ver si recuerda quien dijo lo que sigue: “Asumo íntegramente la responsabilidad ética, social, jurídica, política e histórica por las decisiones del gobierno en relación con los sucesos del año pasado”.
Sí, Gustavo Díaz Ordaz… malos, malos, ¿verdad?… pero tenían lo que hay que tener.