La vida no vale nada: La Feria

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Sr. López

A ratos, el mexicano nivel de banqueta, siente que su patria, es de verdad, como no hay dos: somos el listo en los chistes contra gringos; tenemos la mejor gastronomía; nuestras playas, ni en el Edén; nuestra historia ¡milenaria!; nuestra Constitución, la mejor del mundo; nuestra Revolución, ejemplo universal; nuestros héroes, insuperables (Benito Juárez, ¡‘stupor mundi’!); nuestro mariachi gusta hasta en Japón. Y a veces nos ataca el síndrome de Cuauhtémoc y todos somos el soldado que en cada hijo Dios le dio a nuestra tierra linda y querida. ¡Viva México, cabr…es!
Luego, los mismos, sufrimos ataques de complejo de inferioridad colectivo: todo está mal; de nuestros gobiernos… de todos ¡no se hace uno!; nada funciona y cuando algo está fatal, exclamamos, ¡solo en México!; nada tiene remedio, quede quien quede de Gran Papá Nacional, que es el verdadero cargo de nuestros presidentes; la política es un batidillo; la policía, también, los jueces corruptos, bueno, hasta los curas… y de futbol, no hablemos. En mala hora los yanquis nada más se quedaron con la mitad.
Ignora este menda si esas actitudes pendulares se presentan en otros países del mundo y ni le interesa, que el asunto es nuestro asunto.
Somos raros, por no usar algún adjetivo de alto octano. Ni siquiera nos asumimos como lo que somos, norteamericanos, que eso somos, al menos geográficamente y nos aceptamos latinoamericanos, sin recapacitar en que lo somos por hablar español que deriva del latín y porque fuimos tres siglos Nueva España y todavía no aprendemos a respetar, si no a querer, a España, principal raíz de lo que sea que seamos hoy, al tiempo que tampoco respetamos nuestra otra principal raíz, lo indio, que la sola palabra sigue siendo insulto y por eso ahora lo políticamente correcto es llamarlos, ‘pueblos originarios’ o de cualquier otra manera, sin decir ‘indígena’ ni ‘aborigen’, que también son despectivos. ¡Bonita cosa!, detestamos a uno de nuestros padres y el otro, el otro nos da vergüenza.
Pero, aunque no lo decimos, aunque no recapacitemos en ello, hay algo en que todos coincidimos: somos el mejor país de Latinoamérica. Sí, no lo niegue. Vemos por encima del hombro a los demás países del subcontinente y nos molesta y dudamos que Brasil nos gana en economía (y futbol), pero quitando al gigante de Sudamérica, nos comemos en taco a los demás. Son ‘paisitos’, son chiquitos, apenas están poblados, sus economías nos hacen los mandados, ya quisieran una UNAM, viven entre achuchones políticos, golpes de Estado y asonadas que acá nomás no pasan. Le repito que no lo decimos pero allá en el fondo de nuestras neuronas se aloja la convicción de que somos superiores a nuestros “pueblos hermanos”. Sí, qué feo.
Y encima, tenemos la extraña idea de que México es un refugio mundial. Acá recibimos con los brazos abiertos a los perseguidos del planeta, que así llegaron a nuestra tierra los republicanos españoles (¡y los niños de Morelia!); luego, abrimos las puertas de par en par a los chilenos que huían del infame Pinochet. Y no hacen falta más pruebas: México es a todo dar. No lo dude que por algo el Chapulín Colorado era el titán de la popularidad en el mundo y en especial en América Latina. Qué pena con las visitas.
Pero sin arranques patrioteros ni depresivos, nomás con ganas de asomarse a la realidad, debemos aceptar que si vemos para el Norte, a los EUA que admiramos y odiamos a partes iguales, nos encontramos con que en ese país no nos quieren, nada, si acaso nos necesitan por aquello que dijo el lenguaraz Fox, para hacer lo que ni los negros quieren hacer (se repite: ¡qué vergüenza!); por supuesto el típico WASP (blanco anglosajón protestante), se comporta habitualmente con cortesía pero, no se engañe: no les caemos bien, más bien dicho, nos aborrecen, aunque haya quien crea que es un triunfo nacional que consuman guacamole con tostitos viendo su Super Bowl. No se confunda, si va usted de turista lo atienden bien (y le cobran mejor), pero si va usted a vivir allá, de vecino no lo quieren. ¡Son racistas!, decimos con horror y sí lo son, y nosotros también (un día pregunte usted a algún turco, libanés, judío, chino o negro, de su confianza, que haya llegado a vivir en nuestra tierra de hombres cabales, las que les hacemos pasar, se va a abochornar).
Eso, para el Norte… y para el Sur, en los ‘países hermanos’… nos odian. Bueno, para no exagerar: no todos, pero algunos no pocos, más bien muchos, nos odian. Así, a lo pelón, sin trapitos calientes: nos detestan. Y eso, no solo porque perciben ese tufillo de superioridad con que nos conducimos con ellos, sino porque casi todo el siglo XX los ignoramos con la excusa del nacionalismo revolucionario y la mal interpretada Doctrina Estrada que se tradujeron en simplemente ignorarlos y encima, sentirnos sus protectores las pocas veces que nos dignamos hacer causa común con ellos. No hay espacio para hacer la lista de agravios, pero son muchos y entre ellos, el suponernos los líderes de America Latina por nuestro extraño apoyo a dictaduras infames como la cubana en nombre del respeto a la soberanía de las naciones. A nadie engañamos.
El franco viraje hacia los EUA, impuesto por la circunstancia catastrófica de nuestras finanzas y economía, fue a principios de los años 80, cuando Miguel de la Madrid no tuvo más remedio que incorporarnos a la esfera de influencia yanqui, lo que enconó nuestro alejamiento de América Latina y nos conformamos con el falso discurso de ‘hermandad’, mientras como ceremonia nupcial con el tío Sam (más bien arrejunte), nos incorporaron por sus intereses al tratado de libre comercio. Y vuelta a la soberbia.
Sorprendió a no pocos la intención manifiesta de este gobierno, de reasumir el liderazgo en América Latina. No les gustó. Callaron. No nos necesitan. Observaron. Ratificaron lo que de nosotros piensan. Ya saben qué el liderazgo de la 4T es solo palabras, palabras bonitas y violencia implacable, porque en México, la vida no vale nada.

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