José Antonio Molina Farro
“Vamos a construir palacios con alma, para que nuestros niños famélicos, hambrientos, desnutridos, vivan en las aulas los momentos más felices de su vida”. Con esa pasión y amor hablaba Vasconcelos, Maestro de la Juventud de América. Idealista, además de intrépido, creyó en el poder de la educación como igualador social, como factor de paridad social. Impulsó la educación indígena, la rural, la técnica y la urbana, las escuelas normales y Casas del Pueblo que convirtió en centros educativos básicos. Y vaya, las Misiones Culturales, un esquema de educación para la vida y el trabajo en comunidades rurales y semiurbanas, como parte de la gran “cruzada contra la ignorancia”
Los maestros misioneros preparaban a alumnos-maestros, que volvían a sus pueblos a enseñar al mayor número de niñas y niños a leer y escribir. Como nunca antes hubo la distribución masiva de algunas de las más grandes obras del pensamiento occidental y europeo. Lázaro Cárdenas recogió del apóstol de la educación, la sentencia: “No se trata de indianizar a México sino de mexicanizar al indio” a través de la educación, sin discriminarlos ni excluirlos.
El “caudillo cultural”, ex Secretario de Instrucción Pública y ex Rector de la Universidad Nacional de México, escribió obras portentosas, entre otras Ulises Criollo, La tormenta, El desastre, El proconsulado, El monismo estético, Lógica y, por supuesto, La Raza Cósmica, como ideología de una quinta raza en las Américas, una confluencia de todas las razas del mundo, sin respeto por el color o el número para erigir una nueva civilización: Universópolis.
Fue él quien inició el programa de intercambio educativo y cultural con otras naciones latinoamericanas, llamadas ‘embajadas culturales’. Así, brillantes jóvenes mexicanos entraban a edad temprana en relaciones diplomáticas con sus pares en Brasil, Argentina, Colombia, Perú y otros. Apoyó a multitud de artistas e intelectuales de todas las corrientes ideológicas nacionales y extranjeras, Diego Rivera, Siqueiros, Orozco, Gabriela Mistral, el poeta Humberto Tejera, etc. Hábil para acuñar punzantes aforismos, frases célebres o para ridiculizar adversarios en debates e intercambios epistolares. Es muy recordada aquella frase que expresó con un dejo de desdén, “en México la civilización termina donde empieza el consumo de carne asada”, en referencia a regiones de donde provenían Obregón y Calles.
Hay un lado oscuro que su hijo Héctor justifica. “El poder no se lo debe Hitler a las tropas ni a los batallones, sino a sus propios discursos… Hitler representa, en suma, una idea, la idea alemana, tantas veces humillada antaño por el militarismo de los franceses, la perfidia de los ingleses”. Los 17 números de Timón, Revista Continental que él dirigió, fueron financiados por el agregado de prensa de la embajada alemana en México. Su hijo, el senador Héctor Vasconcelos dice que a los 14 años le preguntó a su padre sobre ese periodo y “me dio dos explicaciones: uno, que los peores crímenes del nazismo empezaron a mediados de la guerra, específicamente… en 1942… cuando el exterminio de los judíos con la llamada Solución Final (la revista Timón es de 1940); y dos, que en aquella época, a diferencia de ahora, las noticias tardaban meses y a veces hasta años en llegar”… Por su parte, había otro problema, “creyeron que era propaganda estadounidense-británica y mi padre era profundamente antiyanqui. Las fotografías y películas empezaron a llegar al final de la guerra, en 1945.” Entrevista con La Jornada. De su caudalosa producción recogemos algunos pensamientos:
Revolución. Toda revolución que lo es de verdad, combate y destruye; pero sólo cuando está en las barricadas. Desde que se constituye en gobierno una revolución, tiene que volverse creadora y serena, constructiva y justa.
Disciplina o servilismo. Frente a la virtud de la disciplina y en los pueblos que no se merecen la libertad, se desarrolla otra manera de cooperación para el trabajo, la manera servil de sociedades que no obedecen a un sistema de leyes sino a las conveniencias y a las decisiones de un hombre… Se comienza poniendo las instituciones y los principios en manos de un caudillo y se acaba vendiendo la patria al extranjero. Eso se merecen los pueblos serviles. Pues no hay otro dilema, o disciplina o servilismo.
Perdonar. Podemos perdonar al que nos ofende a nosotros, no al que ofende a la sociedad, a los demás y al país. Perdonar al delincuente que está impune, es vil… supone la corrupción de toda la moral humana y el encallamiento de los valores. Perdonemos a los peores criminales, pero después de que hayan purgado sus culpas.
Los chiquillos marxistas. El intelectual fracasado, el profesionista sin clientela, el obrero “parado”, los cesantes todos de la sociedad, en su desesperación, claman por el derrumbe total. Los chiquillos marxistas teóricos, acumuladores de sinecuras en todos los gobiernos, se sienten muy hombres de ciencia cuando se han eliminado de un problema social los factores morales, raciales e históricos. La vida es más complicada que sus filosofías.
Estadistas. Para ser estadista se necesita crear, no tanto formas nuevas de Estado sino bienestar y progreso. El mejor revolucionario no es el energúmeno que echa abajo lo existente sino el atleta de la acción que… sin ponerse a reinar sobre escombros, se pone a levantar muros más altos, terrazas resplandecientes…y también, lo que más necesita el hombre, minaretes de oro para el albergue de su ilusión.