Ganar para perder: La Feria

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Sr. López

Tía Lidia se casó con un batracio detestable, tío Creso, un tipo rico en serio (una vez a su cumpleaños, llevó a Frank Sinatra y orquesta, así de rico). Dirigía una empresa importadora de locomotoras y equipos petroleros, heredada de su padre a partes iguales con sus cuatro hermanos. Tía Lidia era más lista que un vendedor de coches usados y los años que lo aguantó los invirtió en hacerse la mejor amiga de sus cuatro cuñados y sus esposas, que acabaron adorándola, y cuando se separó de Creso, la protegieron amenazando al tío con echarlo de la empresa porque en el consejo de administración, él era un voto y ellos, cuatro. Bañada en oro quedó tía Lidia.
Sin contar hoy lunes, dentro de 13 días será 2 de junio y la raza de bronce estará emitiendo sus votos, en los comicios que definirán el rumbo del país. Siempre sin tomar en cuenta al sonriente esquirol, la presidencia de la república se definirá entre las dos candidatas que todos sabemos y que acaparan la atención de entre los más de 20 mil cargos públicos que se elegirán.
Parece lógico que suscite mayor interés que todo, la elección de la próxima Presidenta de México. Eso parece. Es un error.
Nuestra larga historia de caudillismo, presidencialismo e hiperpresidencialismo, explica que al tenochca simplex promedio, le interese en primer lugar, quién será titular del Poder Ejecutivo, esta vez la nueva Presidenta.
Desde que nos independizamos, todo el siglo XIX, el país fue gobernado desde la capital nacional, por el mandón de turno cuya autoridad por encima de todo, no estaba en duda y rematamos con una dictadura que (sorpresa, sorpresa), aún hay quienes aplauden, extrañando a Porfirio Díaz que se las ingenió para ser el amo de la nación desde 1877 hasta 1911 (con un interludio táctico de cuatro años que no menguó su autoridad).
Luego, nuestro siglo XX: después del baño de sangre de la guerra civil que llamamos revolución, el PRI en sus diferentes presentaciones, se quedó con el poder político nacional de 1929 hasta el año 2000. Un único gran jefe ¡Cómo no vamos a tener mentalidad presidencialista!, es nuestra historia.
Pero México aunque de a poquitos, ha cambiado mucho, tanto que ahora las elecciones son legítimas, los votos se cuentan y se cuentan bien, y junto con eso el poder está fraccionado entre diferentes partidos, y el Ejecutivo tiene contrapesos: el Poder Judicial, los órganos autónomos constitucionales que efectivamente no mangonea el Presidente y para asombro de todos, el Congreso, que ya es una fuerza política real a tomar en cuenta, que en este sexenio contuvo reformas constitucionales emponzoñadas, para rabia del huésped de Palacio Nacional.
Así las cosas y sin demeritar la importancia de quien sea la Presidenta del país, se le recomienda encarecidamente reflexionar en la inmensa importancia del Congreso, las cámaras de Diputados y Senadores. Eso es lo primero. En serio. Un Congreso fuerte no solo puede traer del rabo al Ejecutivo, sino determinar el rumbo de la nación. Mire usted:
Según el artículo 74 de la Constitución, la Cámara de Diputados tiene facultades exclusivas, como (fracción VII), aprobar el Plan Nacional de Desarrollo de quien sea la nueva Presidenta, lo que significa que le puede rechazar su proyecto de nación y todos los programas de la Administración Pública Federal, para abrir boca.
También la Cámara de Diputados (fracción IV del mismo artículo), le aprueba o no su Presupuesto de Egresos y se lo puede modificar, de manera que unos diputados que no estén a las órdenes del patrón, pueden impedir cosas como el trenecito Maya y demás ocurrencias de este sexenio; y los impuestos, también los aprueban ellos.
Por cierto, en la fracción III, está claro que le ratifican o no, el nombramiento que la Presidenta de la república haga del Secretario de Hacienda y los demás empleados superiores de Hacienda; la Cámara de Diputados puede darle mucha lata a la Presidenta en caso de que intente nombrar a un sumiso dogmático para el manejo de las finanzas nacionales.
Los diputados (fracción VI), revisan la Cuenta Pública para comprobar que lo que se gastó el Ejecutivo, fue en apego a lo señalado en el presupuesto que ellos mismos le autorizaron y, según el segundo párrafo de esa fracción VI, le auditan las cuentas, a través de la Auditoría Superior de la Federación (ASF). Nota muy importante: los diputados pueden sacar a empujones al actual titular de la ASF, que es una vergüenza, y poner uno que sí fiscalice, no como el vasallo que el Presidente puso en ese cargo de vital importancia con el apoyo de su partido y asociados.
Por otro lado, la Cámara de Senadores tiene también sus facultades exclusivas (artículo 76 de la Constitución), entre otras (fracción VIII), designar a los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, de las ternas que proponga la Presidenta, sí, pero sin prestarse a las simulaciones presidenciales que llevaron a la licenciada Batres a la Corte, para bochorno del país.
Pero los senadores tienen otra facultad exclusiva (fracción XIII), que es nombrar al Fiscal General de la República y objetar su remoción cuando la pida la Presidenta que quede. Imagínese el parón en seco que es para un titular del Poder Ejecutivo, que la Fiscalía General de la República esté al mando de alguien que no le debe el nombramiento, que nombraron los senadores, y que sí investigue los delitos aunque los presuntos sean hijos, hermanos, primos, parientes o amigos del Presidente. Nada más con eso, la corrupción estructural de la administración pública, se puede erradicar (aceptando que siempre habrá corruptos, empleados que se roben el ‘toner’ o pidan mordida, eso es inevitable).
Le repito, no se trata de plantear que no es importante quien queda de Presidenta, sino de recapacitar en que de poco vale ganar el Ejecutivo, perder el Congreso y que desde ahí le marquen el paso a la que quede de Presidenta.
El 2 de junio, en serio, primero elija diputados y senadores de oposición. No vale ganar para perder.

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