Sr. López
El tío Alfredo, que llenaba todos los requisitos que definen al mal marido, estaba en ‘articulo mortis’. Malo sano, enfermo fue una tortura para sus siete hijos y tía María Luisa, su esposa. En esas, tío Alfredo volvió a llamar al Notario y volvió a cambiar su testamento; volvió a llamar al cura y se volvió a confesar; y ya anocheciendo hizo que fueran todos a su recámara. A cada hijo hizo un encargo distinto y a la tía le pidió jurar ante todos que no se volvería a casar. Entonces fue que ella dijo algo que se volvió frase hecha en la familia de Toluca: -Tú, muérete nomás -y sí, se murió. El Notario les entregó once testamentos y les dijo que escogieran el que quisieran. Los hijos rompieron diez y le dieron a su mamá el primero, en el que heredaba todo. Bonito.
En 14 meses menos dos días, serán las elecciones federales 2024, precisamente el 2 de junio de 2024. Al día siguiente, si no pasa nada realmente extraordinario, sabremos el nombre de quién sucederá en el cargo al presidente López Obrador. Cuatro meses después, el día 1 de octubre de 2024, iniciará el próximo sexenio, este sí de seis años completos (el periodo actual fue de cinco años y 10 meses).
Eso de que todo es relativo y si no todo, el tiempo sí, lo confirma que los buenos tiempos parecen irse raudos, en tanto que los malos, se hacen eternos porque sí, no es lo mismo una hora en brazos del ser amado que una hora sentado en un brasero ardiendo. Y si hay un tiempo que se va volando, es el tiempo que duran los cargos públicos, muy destacadamente, el tiempo que dura la presidencia de la república. El sexenio se va en un suspiro. Verdad de Dios. El mero día que asumen el cargo nuestros presidentes ante el Congreso, los seis años por venir parecen una eternidad, pero de repente ya están en pleno proceso sucesorio, sin saber en qué se les fue el tiempo, ni cómo.
Según la personalidad de cada Presidente, se toman el asunto. Hay los que se creyeron amos y señores, indispensables para la vida nacional, cumbre de nuestra historia, honra de la patria… esos sufren mucho, no lo dicen pero se los come por dentro la angustia de regresar a la vida del ciudadano normal, por más atenciones que se les den en su calidad de expresidentes porque el ser eso, expresidentes, los tortura. Hay otros, que con los pies en la tierra, más experiencia política genuina y sin dejarse embriagar por los humos del incienso que acompaña el ejercicio del poder, sienten alivio, tampoco lo dicen, pero entregar el poder a otro, es como quitarse una losa de los lomos, un consuelo inmenso el dejar de cargar tamaña responsabilidad.
Este menda por lo que no le importa a usted, ha visto en directo varios casos. Uno que ejerció el poder a plenitud creyéndose el moderno Quetzalcóatl, creador de todo, de la vida, del conocimiento y la civilización, confesó que por fin después de ocho años como expresidente, había regresado al mundo real y que le apenaba ver que su gobierno tal vez había sido más digno de Tezcatlipoca, el dios destructor, “el espejo negro que humea”. Conoció otro que jamás regresó a la realidad y solo y abandonado por todos, incluso por los de su numerosa familia, atribuía a los grandes empresarios y la embajada de los EUA, la “campaña del silencio”, que pretendía disminuir la grandeza de sus logros como Presidente y murió así, creyéndose “admirado por los verdaderos mexicanos”. También, porque hay de todo en la viña del Señor, conoció a uno que como entró, salió, sabiéndose, él lo decía, “un solista temporal del coro que llamamos México”, con la principal responsabilidad de no desafinar al interpretar la Constitución; un buen tipo que recibió el ácido premio que en México se da a los que nos gobiernan bien: no se les insulta pero no se habla de ellos. El olvido como galardón. Parece poco, no lo es.
Así, el ocaso para la mayoría, para casi todos nuestros presidentes desde 1934, es un calvario, pasan del todo a la nada, del ser jefes supremos a uno más y peor: a uno más sin posibilidad ninguna de regresar a la vida política, si acaso desempeñan algún cargo público intrascendente, con mayor o menor garbo, pero bebiéndose diario el amargo trago de haber sido todo y ya no ser nada.
Sin embargo hay una subespecie de políticos que parecen no darse cuenta de que sin remedio, el tiempo transcurre y aspiran a continuar siendo EL factor del poder político nacional. Esos que son menos raros de lo que usted se pueda imaginar, son de peligro. Claro que la mayoría de esta ralea, durante su periodo, tarde o temprano, asumen la realidad y se resignan al vacío político absoluto que los aguarda, como a todos sus antecesores.
Pero hay los que sí intentan prevalecer, son muy pocos, uno fue Álvaro Obregón que hasta se reeligió Presidente y lo asesinaron; otro fue Plutarco Elías Calles que gobernó de 1924 a 1928 y entre 1928 y 1934, consiguió mangonear a tres presidentes: Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo L. Rodríguez, hasta que llegó a la presidencia un subordinado suyo, Lázaro Cárdenas, que se tomó en serio el trabajo de Presidente y lo expulsó del país, sin matarlo físicamente, pero sí políticamente, a él, el supremo, el Jefe Máximo. Sí, cómo no.
No sabremos sino hasta que el tiempo nos alcance, si el presidente López Obrador, pretende otro maximato. Sus detractores lo dan por seguro, con intención de crispar más las cosas. Sus seguidores rechazan semejante cosa pero en sus pechos anida el deseo de que (aunque sea desde su finca en Palenque), se escuche su voz, indispensable para culminar la transformación nacional, para que no haya pasos atrás ni zigzagueos.
Bueno, en marzo del próximo año, estaremos en campaña ya con candidatos definidos. La candidata de Morena (o candidato si apremia la cosa), tendrá que ser dócil o aparentarlo, para asegurar el apoyo desde Palacio Nacional y si los partidos opositores siguen como hasta ahora, va a ganar y el actual Presidente sin ninguna duda, va a descubrir qué amargo es ganar para perder.