LA FERIA/Sr. López
Tía Jose y tío José (en serio), de los de Toluca, eran oficialmente un matrimonio perfecto y se empeñaban en demostrarlo con zalamerías impropias de 40 años de casados. Pero una vez, jugando dominó, a tía Jose, tío José le ahorcó la mula de seises y ella se la aventó a la cara. Eran pura apariencia y a sus espaldas, burla de la familia. Fingir tiene patas cortas.
En cosas de la política, lo habitual es que se vea solo una parte menor de lo que sucede, lo que no se puede ocultar, y lo que se nos informa o se nos dice en discursos y propaganda, es cómo quieren los políticos que veamos lo que vimos.
Lo mismo en la política internacional: queda a la vista del común de la gente mucho muy poco de lo que cocinan unos países para otros. El secreto es norma, la sorpresa también; y lo que hace o dice en público, el gobierno de un país de otro, siempre tiene intención.
La complicada y asimétrica relación de México con los EEUU, desde por ahí de 1994, se encausó por caminos andaderos -ya le hará justicia la historia a Salinas de Gortari-, desde la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio (TLC, hoy T-MEC), con lo que se instaló entre ambos países la lógica de la producción, del comercio, del enfrentar la globalización conformando el bloque económico más poderoso del mundo (EEUU, México, Canadá).
Haciendo caso omiso a los que descalifican el hoy T-MEC, con alegatos ideológicos de un socialismo-marxista de cafetín, no se puede negar el beneficio para nuestra nación:
En 1994, el comercio México-EEUU, rondaba los 91 mil millones de dólares, el año pasado rebasó los 830 mil millones (y el 84% de nuestras exportaciones no petroleras, va a los EEUU). Cerca del 45% de la inversión directa extranjera en México proviene de los EEUU. Y el 25% de la población ocupada en nuestra risueña patria, trabaja para empresas vinculadas directamente con el T-MEC, por el que en México desde su firma, se han creado -al año pasado, ya le dije-, poco más de 14 millones 600 mil empleos, por si le parece poco. México sin T-MEC, revienta. Punto.
Se lo comento porque algo nos debería decir la machacona insistencia de la Presidenta Sheinbaum, en que a México se le respeta y que la soberanía es sagrada, refiriéndose con todas sus letras a los EEUU, como si tuviera informes confidenciales de que el tío Sam se está bajando los pantalones mirando a nuestra doncella-patria con intenciones fornicarias.
No es así. Ya en el siglo XIX el vejete ese del tío Sam, sació a su más entera satisfacción sus más bajos instintos con la entonces núbil nación mexicana y ahora, ya entrada en carnes nuestra cuarentona patria, perdió el interés copulativo y antes que ponerle casa o mantenerla, la puso a trabajar. No es cinismo, es así la realidad.
México tiene la garantía plena de que los EEUU no nos van a invadir ni van a mandar comandos armados a secuestrar cuatroteros de los muy importantes, que pelados bota punta pa’rriba, sí, esos sí. No son tontos.
Y los EEUU tienen la garantía plena de que si le apetece meter mano a los fondillos patrios, se le permitirá mediante alguna argucia-acuerdo-convenio, que disimule que los próceres que nos gobiernan se pusieron flojitos y cooperando (como cuando el anterior huésped de Palacio, movilizó a la Guardia Nacional para detener migrantes a palos y hacer feliz al Trump, como lo hizo). “No problem, mister”.
En los EEUU saben bien los problemas que tenemos. Saben que no tiene el gobierno federal el control de todo el territorio; saben que el gobierno no tiene el monopolio de la violencia, del uso de la fuerza, característica esencial para ser gobierno.
Según los más seriecitos pensadores como Max Weber (usted léase por su lado ‘La política como vocación’), si no se conserva el monopolio de la fuerza violenta, no se es gobierno.
Bueno, sin estirar de más la liga, la realidad mexicana es que no tenemos gobierno. Tenemos estructuras burocráticas y nos siguen cobrando impuestos (sin dar a cambio la contraprestación de servicios a la población, por cierto), pero al no poder el gobierno gobernar en todo el territorio y no tener en exclusiva el uso de la violencia para mantener el orden público y la seguridad, carece de la principalísima razón de ser del gobierno: no es gobierno, es una gavilla de trepadores y vividores que se apropiaron del poder público, con no pocas malas artes, no se nos olvide, aunque sí con millones de votos, como corresponde al elector tenochca estándar que siempre va tras del que tiene la maleta del dinero.
Así las cosas, a EEUU le importa un reverendo y serenado cacahuate el despelote mexicano. Lo único que les interesa es lo que los pueda afectar. Y ahí entra el asunto del crimen organizado, por el fentanilo y nada más por eso, porque 100 mil muertos al año (o los 90 mil de 2024), allá es inaceptable… digo, la guerra de Vietnam sigue siendo una herida abierta en los EEUU y en diez años les costó en promedio 5,800 muertos al año (dato del Department of Veterans Affairs, no está uno inventando).
En su origen el problema del fentanilo lo provocaron allá, en los EEUU, sí, pero la inundación de fentanilo mal hecho (por eso mata), es cuenta de criminales mexicanos. Es una hecatombe. Es el holocausto del siglo XXI. Sin trapitos calientes. Y eso lo van a acabar, como sea.
A la señora Sheinbaum le viene al pelo su gesta inventada. Ayer mismo declaró que los EEUU quisieran entrar como antes, “pero esto ya cambió (…) desde que llegó la cuarta transformación la relación con Estados Unidos y sus agencias es distinta”. ¡Padre!
Así no tiene que hablar de que la economía está al borde de la parálisis, del muladar del sector salud, del desastre educativo, de la obra pública con cuentas escondidas por “seguridad nacional”. Lo malo para ella es que los EEUU no van a violar nuestra soberanía: le están preparando un ¡hasta aquí!, exhibiendo a esos sin los que este crimen organizado no puede existir: funcionarios y políticos cómplices.
Mientras, señora, usted a lo suyo, aparentar que es gobierno, fingir.