Sr. López
Tío Alejandro (del lado materno toluqueño), era reconocido por quien lo trató en México y el extranjero, como el señor más elegante y educado del que se tuviera noticia. Decirle caballero, era poco, era un príncipe, un cardenal (y era rico… importa). Así las cosas y después de años de desencuentros con tía Chela, su esposa, le dijo: -Graciela… ‘Je ne peux plus te supporter’ –tía Chela, que nunca quiso aprender francés, contestó: -No seas payaso, ¿qué quieres, viejo? –y el tío tan fino él, en traducción libre, dijo: -Que vas y ¡… a tu madre! -se entiende. Le asignó una muy generosa pensión y no la volvió a ver en su vida. La tía, que era más bien corta de entendederas, lamentaba: -¡Por no hablar francés! -¡dioses!
El Presidente de México, por disposición constitucional (artículo 90, fracción X), dirige la política exterior. Muy bien. Eso no significa que sea un experto en la materia, pero cuenta con la Secretaría de Relaciones Exteriores o Cancillería, como le dicen.
Por supuesto si un Presidente no es de lento aprendizaje, se supone que a lo largo de los seis años que se aplasta en La Silla, algo aprende; no es cosa de suponer que tenga el cerebro recubierto de politetrafluoroetileno (teflón). O ya en caso extremo, que al menos cuente con las suficientes neuronas en servicio como no abrir la boca. Cabe otra posibilidad: que disfrute conducir las relaciones diplomáticas de manera caserita, con el lenguaje propio de la chorcha con los amigos, por la dicha inicua de ser majadero.
Diplomacia, según David Cohen (considerado el mejor negociador del mundo), es “el manejo profesional de las relaciones entre soberanos”… sencillito; o de acuerdo al diplomático británico Harold Nicolson, es: “Sentido común y comprensión aplicados a las relaciones internacionales. La aplicación de la inteligencia y el tacto a la dirección de las relaciones oficiales entre gobiernos”… sentido común, comprensión, inteligencia, tacto… Palacio, tenemos un problema.
Ayer, el Presidente de la república (otros 33 días, ¡qué nervios!), puso en “pausa” las relaciones de México con los embajadores de los EUA y Canadá, por haber dicho que les preocupan las inminentes reformas constitucionales sobre el Poder Judicial y los órganos constitucionales autónomos. Por cierto, nuestro Presidente, encantado de la vida de oírse, dijo que fue necesario “leerle la cartilla” al embajador de los EUA, su antes amigo, Ken Salazar. ¡Olé!
Antes, el 9 de febrero de 2022, pausó relaciones con España porque no le pidieron disculpas por la conquista de hace 500 años, cuando no existía España. Pero pedir disculpas en nuestro idioma es pedir indulgencia, se lo digo porque seguro que no lo sabe el Presidente, ahí le encargo, si lo conoce, y también dígale que los Estados no piden perdón, ni disculpas, ni indulgencia.
El problema de que nuestro Presidente hable así, es que pone a México en ridículo. La palabra “pausar”, no forma parte del lenguaje diplomático, que se debe usar en esto de las relaciones con gobiernos extranjeros; por eso la sorpresa entonces del ministro de Relaciones Exteriores de España, José Manuel Albares, quien atinó a decir: “Habría que preguntar al presidente Obrador qué ha querido decir” (¡qué pena con las visitas!).
En el lenguaje diplomático las cosas se dicen de buena manera y eso no debilita la postura ni los reclamos que se quieran hacer. Decir, “se percibe con preocupación”, equivale a decir “ándate con cuidado”; también se dice, “de no corregirse la situación, no se asume la responsabilidad por las consecuencias”, que es casi retarse a golpes. Ya muy caliente la cosa y con ganas de asustar al otro, se recurre al latín, diciendo “se ha llegado a un ‘casus foederis’”, que es igual a decir “voy por mis cuates y nos agarramos”.
Pero “pausar”… pausar no dice nada y más bien es una actitud ambivalente, de bravucón ante el pueblo bueno y sabio, pero sacón ante el otro país, porque no es romper relaciones, ni declarar ‘persona non grata’ a su embajador, no: es echar habladas, como el cuento del changuito al que el león le preguntó qué andaba diciendo de él y contestó: -Nada, leoncito, ya sabes, aquí de hablador –y sí, eso es darle picones al gobierno de los EUA pero a sabiendas de que lo dicho no dice nada ni tiene consecuencias.
El todavía Presidente y la todavía Presidenta electa, argumentan que defienden la soberanía del país y que esos embajadores son unos injerencistas. Si es cierto, que los echen del país y no se anden con “pausas” ni trapitos calientes. Pero no es cierto.
México tiene firmados numerosos acuerdos y tratados arancelarios y comerciales, con medio mundo que incluyen la “cláusula democrática” que entre otras cosas obliga a nuestro gobierno a respetar y promover, en sus políticas internas, los principios democráticos y los derechos humanos, junto con preservar el marco institucional apropiado para garantizar las funciones judiciales (léase, el Poder Judicial) necesarias para asegurar los derechos de propiedad privada… y ahí tuerce la puerca el rabo: la reforma lopista afecta eso y no fácilmente el gobierno de los EUA se va a tragar ese sapo, queda en entredicho la certeza jurídica y aparte, los órganos autónomos como la Cofece y el Instituto Federal de Telecomunicaciones, están incluidos en el T-MEC. No son bromas.
Lo cierto es que el Presidente se blinda ante las posibles acusaciones o señalamientos que surjan de parte de los fiscales de los EUA, cuando ya estén juzgando al Mayo Zambada, contra él o los cuatroteros cercanos a él. ¡Es revancha!, ¡se quieren vengar!, ¡la bandera!, ¡la bandera! (para envolverse).
Y cierto también es que doña Sheinbaum está comprando gratis un enorme problema para México y la póliza de seguro fracaso de su gobierno. Ya se va a enterar lo que es la “diplomacia del dólar” (de 1922, de Howard Taft uno que luego fue Presidente de allá), de sustituir las balas por dólares, la presión económica en las relaciones internacionales.
Señora, aprenda a escoger enemigos.