José Antonio Molina Farro
“Tremenda responsabilidad haber despertado en vano la esperanza”.
Vasconcelos
Chiapas sangra. Hay dolor y miedo en varias regiones y municipios del estado. Viejos y nuevos problemas azotan a la entidad. Hay desafíos inéditos. Ocurren cosas que no estaban previstas y no ocurren las que sí lo estaban. Eduardo Ramírez gobernará a un Chiapas agraviado por décadas de estancamiento, descrédito institucional, asimetrías regionales, exclusión y pobreza insultantes, inseguridad y un sistema de salud en ruinas. Hace años le escuché decir, con inusual franqueza y realismo, que hay problemas en Chiapas que se resuelven y disuelven, pero otros, por su complejidad histórica y social, hay que saber administrarlos con los instrumentos más legítimos de la democracia, el diálogo y la negociación. Esto último y dicho de otro modo es, a mi juicio, un no rotundo a las interpretaciones letristas de la ley y a supuestas salidas políticas que vulneran el orden jurídico: la ley y la política son el camino.
Por su carácter y vasta experiencia, sabrá enfrentar los problemas con firmeza y determinación. No es huidizo. Ya lo decía don Jesús Reyes Heroles, “problemas que se soslayan estallan, contradicciones latentes se agudizan”. No debe, no puede defraudar, Chiapas no lo merece, llegará revestido de una amplia legitimidad y la esperanza renovada de millones de conciudadanos. Cuan esperanzadora la sesión del Senado con motivo de su solicitud de licencia. Todos los partidos políticos ahí representados lo colmaron de elogios y subrayaron su “erudición y gran capacidad para construir acuerdos y consensos”, “un político completo, erudito, confiable, gran jurista y ser humano”, “estoy seguro que las mejores páginas de la historia de Chiapas están por venir con tu liderazgo”, “gana Chiapas y el senado pierde a un gran legislador”. No me alcanza la memoria para encontrar reconocimientos unánimes y emotivos en algún representante popular chiapaneco.
Impunidad y corrupción. Se reproducen como la Hidra de Lerna. Se exhiben pero no se castigan, ergo, son una invitación a la prevaricación y la rapacidad, un cíclico flagelo que atraviesa casi todas las coordenadas del poder político. Es indignante el saldo de nuevos millonarios cada tres o cada seis años. Se corrompen los bolsillos y se corrompe la palabra. Prometen y no cumplen, evaden, buscan pretextos, se escudan en el pasado. Lo dice Oakeshott, “Quien promete algo que de suyo sabe imposible, comete un acto de corrupción”.
Educación. La educación de calidad es nuestra más grande batalla por el futuro. Dice el filósofo Daniel Innerarity, en un texto que amablemente me hizo llegar nuestro poeta universal, mi amigo fraterno Óscar Oliva, “Si a finales del siglo XX nos vanagloriábamos de vivir en la sociedad del conocimiento, ahora nos percatamos de que vivimos en la sociedad del desconocimiento. Nuestra irreductible ignorancia, dice él, se debe a la complejidad de los problemas políticos y sociales, a la deslegitimación de las instituciones de mediación (la prensa, la academia, la ciencia, los partidos, los sindicatos) y a los riesgos ocultos de las tecnologías, entre tantas otras cosas”.
En un mundo globalizado donde las fronteras ya no son geográficas sino culturales y el máximo valor es el conocimiento, la educación de calidad es el epicentro del progreso humano. Estoy seguro es la convicción de ERA. Nuestro capital intelectual es, en términos generales, insuficiente y de baja calidad. El subdesarrollo material está precedido del subdesarrollo intelectual. Hay que asumirlo como dogma, fortalecer capacidades para ampliar oportunidades. Tenemos una ciudadanía de baja intensidad, con una débil cultura política, muy a tono con la práctica indignante del acarreo y el voto clientelar por tortas y refrescos y en muchos casos, por programas sociales improductivos y de claro sesgo electoral. Hay que decirlo, existen programas que son, a mi juicio, justos y necesarios, como los apoyos a la Tercera Edad, las Becas Benito Juárez y Jóvenes Escribiendo el Futuro.
En Chiapas es imperativo un acuerdo amplio para una revolución de la enseñanza, impostergable por las exigencias del desarrollo, por las obligaciones impuestas por el T-MEC y la estrategia de externalización llamada Nearshoring. Sentar las bases de la gobernabilidad del sistema educativo, construir acuerdos sobre los grandes objetivos, alentar la meritocracia, la evaluación de alumnos y maestros considerando las diferencias regionales, mejorar la infraestructura y pagar sueldos atractivos a maestros de excelencia. No hay otro camino. El sistema educativo es hoy una fábrica de desempleados, abundan las universidades “patito”, y los títulos profesionales se expiden sin rigurosas evaluaciones y estándares mínimos de calidad. Egresan jóvenes incapaces de entender un texto básico.
Economía de guerra. Hay que movilizar todos nuestros recursos, como una economía de guerra pero sin guerra, hacerlo con un amplio pacto social, con planeación del desarrollo, transparencia y adecuados incentivos, estímulos fiscales, financieros y crediticios; planear por dónde empezar con un atlas de sectores productivos, identificar e incentivar aquéllos con un efecto multiplicador, generadores de círculos virtuosos y con visión de largo plazo.
- Hay en el horizonte un liderazgo firme, con proyecto y una convocatoria a la unidad, incluyente y con ánimo genuino de aprovechar potencialidades y fortalezas. Por sus antecedentes legislativos y administrativos, ERA buscará generar certidumbre y condiciones propicias a la inversión privada nacional y extranjera. Es un político apasionado de su tierra, sabrá poner orden y responder con resultados a la esperanza renovada de cientos de miles de chiapanecos hundidos en la desilusión y la impotencia. Va de Scott Fitzgerald en lo más alto de su depresión alcohólica y literaria: “La prueba de una inteligencia superior es saber que las cosas no tienen remedio y, sin embargo, mantenerse decidido a cambiarlas”.