El Transformador: La Feria

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Sr. López

El primo Miguel allá en Guadalajara, heredó una enorme mercería que no era una mina de oro pero para vivir bien, daba. Cuando el feliz acontecimiento -aparte de la pena por la muerte de su padre-, Miguel tenía 50 años de edad y 30 de criticar el modo de administrar del ya fiambre. “Le roban mucho”… “no se quiere modernizar”… “esto da más dinero”… “necesita abrir sucursales”… criticaba y criticaba. Asumió las riendas del negocio y en pocos años, quebró. “Estaba todo muy enredado”… “me heredó puros problemas”… “hice lo que pude”… “llegaba antes que todos”… “era el último en salir”. En la familia le dijeron ya siempre “El empresario” y se reían.
La historia de México, no se ofenda, da más para película cómica que para epopeya; para cantar de juglaría más que de gesta; con el agravante trágico de los sufrimientos evitables que se han causado y se causan.
Ya lo hemos comentado, la conquista la hicieron los indios en favor de los españoles (con ayuda de la Malinche que traducía fatal). La independencia la hicieron los españoles en favor de los yanquis con apoyo de sus logias yorkinas, de unos criollos evasores de impuestos y unos mestizos que nomás andaban de queda-bien y la celebramos diciendo más mentiras que tío Armando cuando regresaba de una parranda: Hidalgo se alzó al grito de ¡Viva Fernando Séptimo! (Rey de España); doña Josefa pasó a la historia por el zapateado que dio, ahora resulta que para “avisar” a los insurgentes que les habían caído en la maroma, cuando la verdad es que hizo un berrinchazo por que su marido la encerró en la recámara (a saber con qué intenciones); y ahora proclamamos como padres de la patria a los que ni tuvieron que ver en el asunto, muertos y enterrados hacía 10 años, para no dar mérito a los que sí la hicieron, Iturbide entre ellos.
Del Iturbide no se habla porque se hizo Emperador de México (poco sentido del humor de los historiadores oficiales), pero aun así, la verdad, él y Vicente Guerrero pusieron la cara de parte de españoles, criollos y mestizos que aprovecharon el despelote que había en España para separarse y no mandar impuestos a Madrid -‘el quinto real’-, y lo hicieron sin pudores: Guerrero e Iturbide todavía el 21 de enero de 1821 combatieron uno contra el otro; Iturbide, el más temido de los que defendían la corona española; Guerrero, independentista guerrillero, necio y al borde la inanición; pero para el 24 de febrero ya se daban abrazos y piquetes de ombligo, como mandones del Ejército Trigarante (y las tres garantías eran: religión -la católica-, independencia y unión, unión que por cómo van ahora las cosas a ver si no regresa como aspiración nacional)… el caso es que Iturbide, el innombrable, es el que le sacó la firma de los Tratados de Córdova (Veracruz) al aterrorizado O’Donojú, que nos han enseñado fue el último Virrey de España en México, cuando ya estaban prescritos los virreinatos en la españolísima constitución de Cádiz desde marzo de 1820… detallito.
Por cierto, entre nuestros arranques histórico-chacoteros inexplicables, seguimos celebrando la ceremonia del Grito la noche del 15 de septiembre, costumbre instaurada en el porfirismo, porque el 15 era el cumpleaños de don Porfirio, y no el mero 16, cuando fue el Grito (que nunca hubo, sino un rollo que le echó don Hidalgo a los cuatro desmañados que fueron a misa de seis, para salir a las volandas a machetear despistados).
Luego se ganó la guerra para expulsar a los franceses, que ya se habían ido y dejaron colgado de la brocha a Maximiliano, y porque los gringos terminando su Guerra de Secesión financiaron a los liberales contra los conservadores (por lo de ‘América para los americanos’… con Juárez diciendo ¡yes!).
Vino la revolución que hicieron los hacendados, como Madero, y luego de su asesinato vino la matazón entre unos bandidos y otros más bandidos, hasta que los de Coahuila y Sonora pusieron en paz al país, paz de cementerio (asesinatos de Villa, Zapata, Serrano, “et al”), proclamando “los postulados de la revolución” cuyo dogma principal fue “sufragio efectivo, no reelección” -lema de Porfirio Díaz en su Plan de la Noria, por si se quiere reír-, para acto seguido, sancionar con entusiasmo la reelección de Obregón, también asesinado, ya siendo impúdicamente presidente reelecto.
Así, entre episodios cómicos y pifias que bañaron en sangre al país, llegamos a los tratados de Bucareli, siempre negados (invalidados por el presidente grande de México, Calles, al que sigue faltando se le haga justicia), la expropiación petrolera, bajo la vigilante mirada del tío Sam y gracias a la Segunda Guerra Mundial, dieron inicio 40 años de progreso y puertas cerradas al imperio yanqui… bueno, ni tanto.
El caso es que luego llegaron De la Madrid que metió al país en el juego del comercio mundial y Salinas, que firmó el TLC, hoy T-MEC, que por más defectos que tenga, catapultó la economía nacional y es garantía absoluta de chasco a las intenciones, las que sean, del huésped de Palacio Nacional.
Y parece mentira, hemos regresado a la política bufa, gracias a la involuntaria comicidad de un Presidente que se asume de ‘izquierda’ (lo que sea que él entienda por eso), sin atreverse a decirlo, obsequioso y cordial con los presidentes de los EUA; que vitupera al ‘neoliberalismo’, festejando con entusiasmo la firma del T-MEC, continuación del TLC, conseguido gracias a los oficios de sus tan detestados ‘tecnócratas’; un Presidente que cita a Juárez y predica como pastor cristiano de barrio bajo; que habla de ‘humanismo’ y sostiene con pertinacia, inhumanas estrategias de seguridad y salud pública que cuestan vidas, muchas, también de niños.
El Presidente está atrapado, su ya único recurso es el discurso pertinaz y conseguir tema diario para la prensa, embozando la quiebra, disimulando el fracaso, confiando en la desmemoria y las encuestas. Vano afán, la escenografía desaparece al entregar el cargo y a la vista de las ruinas que dejará, le dirán con sorna ‘El Transformador’.

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