El señor cura: La Feria

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Sr. López

Los seres humanos de alguna extraña manera, aceptamos como ciertas, cosas que son mentiras o simplemente, babosadas.
Entre otras, hay una barbaridad que nadie discute por no quedar ante los demás como un tonto de capirote que niega lo que “se sabe” es cierto: que la explosión demográfica nos lleva al caos.
A este menda no le importa ser considerado un burro (o lo que rima con parejo), y afirma que es un cuento, un error de consecuencias graves que ya nos alcanzaron.
Estará usted pensando: “entonces, qué, ¿a llenarse de hijos?”… no, no se trata de que tenga doce como tía Amelia. Es decisión muy personal cuántos hijos se tienen, ni quien diga nada, porque, además, sí parece lógico que si la población crece sin control, los países enfrentan problemas de alimentación, salud, educación y otros. Sí, eso parece, pero no es cierto. Téngame paciencia.
El más afamado promotor de la idea de limitar el crecimiento poblacional es Thomas R. Malthus (1766-1834), quien escribió el ‘Ensayo sobre el principio de la población’.
Aseguraba don Malthus con toda la autoridad que le daban sus estudios de filosofía y teología, porque el caballero era pastor anglicano: “La sobrepoblación provocará la extinción de la raza humana para el año 1880”. ¡Acabáramos!
Dijo eso el Malthus, calculando que para esos años, habría en el mundo mil millones de personas… bueno, ya somos casi 8 mil millones y hay indicios de que no nos hemos extinguido.
La verdad es que don Malthus lo que quería era limitar la reproducción de los pobres, a los pobres, punto. Es de él la siguiente perla: “Un hombre que nace en un mundo ya ocupado, si sus padres no pueden alimentarlo y si la sociedad no necesita su trabajo, no tiene ningún derecho a reclamar ni la más pequeña porción de alimento (de hecho, ese hombre sobra)”. Para quedar claros.
Uno que se bailó el jarabe tapatío en la teoría del Malthus fue Karl Marx (nadie se equivoca en todo), y hubo otros que la refutaron con distintos argumentos, pero las ideas del caritativo Malthus, tuvieron y tienen seguidores, que no dicen que su interés es limitar el crecimiento de ciertos segmentos de la humanidad. No le digo cuáles para no ofenderlo (estamos incluidos).
Sostuvo enérgicamente la teoría de la sobrepoblación de Malthus, el respetado economista inglés, John Maynard Keynes, quien atribuía a la “presión demográfica”, la inestabilidad de Europa (las guerras). Ha de ser. Otro muy importante, Samuel P. Huntington, achacaba al crecimiento de la población islámica los conflictos en su región (!). Y siguen con la cantaleta organizaciones muy poderosas como el Club de Roma, que postula a brocha gorda que se debe continuar y con más urgencia que nunca, el control de la natalidad. Es por nuestro bien, dicen. Tan lindos.
Dirá alguno: pero hay hambre en el mundo. Sí, hay hambre. Siempre ha habido y según la FAO (Programa Mundial de Alimentos, por sus siglas en inglés), que es parte de la ONU, actualmente hay cerca de 950 millones de personas desnutridas en el mundo (de casi 8 mil millones), a causa, según la FAO, de desastres naturales, conflictos propios de la pobreza y la más desastrosa, las guerras. Observe usted si para ello no tiene inconveniente, que la sobrepoblación NO es una de las causas del hambre y la FAO de esto, algo sabe.
La misma ONU afirma (https://news.un.org/es/story/2019/10/1463701), que “las cadenas de producción alimentaria producen suficiente comida para nutrir a todos los habitantes del planeta (…)”; y también que: “El rápido crecimiento económico y el aumento de la productividad agrícola durante las últimas dos décadas (2000 a 2020), redujeron a la mitad el número de personas que no reciben suficientes alimentos (…) un tercio de todos los alimentos producidos en el mundo se pierden o se desperdician”. Como sea, en 20 años se redujo ¡a la mitad!, el hambre en el mundo. Lo demás es música de viento y enredos ajenos al número de seres humanos.
Así las cosas, el problema ahora viene por otro lado, porque efectivamente se ha reducido mucho el índice de natalidad y ahora falta gente. No se asombre, es un hecho. Es cosa seria cuando nacen menos de los que mueren. Cuando los fiambres son más que los bebitos, se llega al punto en que disminuye la población de los países y hay alarma en varios.
Los sesudos especialistas indican que el índice de fecundidad de la mujer que asegura la estabilidad de la pirámide poblacional, es de 2.1 lo que también llaman fecundidad de reemplazo. Asegurar que no disminuya la población, que no se haga vieja, que en el largo plazo, no desaparezca ningún país. No es exageración:
El Instituto de Métricas y Evaluaciones de Salud (IHME) de la Universidad de Washington, concluye que para el año 2100, en 23 países su población será la mitad (Japón, China, Singapur, España, Italia, Alemania, Tailandia, Rusia, Reino Unido y otros).
Pensará alguien que eso será precioso y sí, si hubiera pocos viejos y muchos jóvenes, pero pasa al revés. Calculan que 183 de 195 países, para fin de este siglo tendrán una tasa de fertilidad por debajo de los niveles requeridos para reemplazar a la población.
China y Japón ya gastan millonadas para incentivar que la gente tenga hijos (becas, pensiones, gastos médicos, reducciones de impuestos); en España y en Italia la cosa es gravísima: pueblos enteros deshabitados, por ejemplo. El objetivo es conseguir la tasa reproductiva de 2.1, y es un objetivo de seguridad nacional sin arriesgar la salud reproductiva, la salud y el progreso de las mujeres, claro, pero, prueba la ciencia que sin ellas no hay niños.
Por cierto. Nuestros estadistas en México, no nos dicen o no saben o no les importa, que desde el año 2020, nuestro índice de fecundidad ya está en 1,91 (abajo del mínimo de 2.1), por haber aceptado desde los años 70, los programas de control natal de las instituciones financieras internacionales que los impusieron. Y no se resuelve esto con un decreto para hacer patria. ¡Ay!, parece que no estaba tan equivocado el señor cura.

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