Sr. López
La abuela materno-toluqueña, Virgen (la de los siete hijos), tenía seis hermanas todas solemnemente solteras que vivieron siempre juntas, que a todos lados iban juntas y que todo decidían juntas, como cuando Elena, la mayor, se puso muy enferma, y decidieron las seis que no iba a ir al sanatorio “a que le hicieran cosas”. La abuela Virgen se lo dijo a su marido, el abuelo Armando, militar de pocas palabras, que fue a casa de sus cuñadas, cargó a la Elena en pijama y entre gritos de todas, la subió al taxi que dejó esperando. Le extirparon un tumor del tamaño de un melón, que resultó benigno. Ninguna le habló en mucho tiempo. El abuelo sonreía.
En un régimen democrático la regla es que la mayoría manda, aunque eso de ninguna asegura nada, ni que se decida bien ni lo correcto.
Ahora tenemos en el Congreso una súper mayoría del partido en el poder junto con sus rémoras, y se van a imponer al país reformas constitucionales y legales salidas de la voluntad de una sola persona, que serán perfectamente legales, sí, es cierto, pero no serán acertadas ni convenientes por ser legales, aunque su misma legalidad está muy en entredicho por contravenir los tratados como el T-MEC, que son parte de la Ley Suprema del país, según dice la Constitución en el artículo 133. Y lo harán, lo están haciendo con las prisas propias de lo mal hecho.
Como la mayoría hace legales las reformas, que el Presidente en los 26 días que le restan, mande una iniciativa que prorrogue seis años la toma del poder de doña Sheinbaum y prolongue su mandato los mismos seis años, respetando la Constitución pues no sería Presidente interino, sustituto ni provisional, sería Presidente Prolongado, novísima figura. ¿Es una locura?, sí, igual que la reforma al Poder Judicial. Morena, Verde y PT lo aprobarían por aclamación, sería legal y doña Sheinbaum llevaría serenata al pie del balcón presidencial: ‘Canto al pie de tu ventana/ pa’ que sepas que te quiero/ tú a mí no me quieres nada/ pero yo por ti me muero’.
Además, eso de que a los legisladores de Morena y rémoras, los eligió “el pueblo” y por eso deciden en su nombre, no es tan cierto. Votó por ellos el 33.57% de la ciudadanía (33 millones de 98 millones, en números redondos), no los eligió el 66.43%, pero, como sea, sacaron más votos que la oposición, eso sí, pero que no se anden con cuentos, hablando en nombre del “pueblo”. Hablan en nombre de su muy temido patrón.
Decidir por mayoría no es para asegurar acierto ni razón, es para no decidir a golpes ni a balazos. Desde la noche de los tiempos, los más brutos y fuertes decidían por la tribu entera; al paso de los milenios la cosa se fue puliendo y para el siglo VIII a.C. los romanos ya tenían Senado, su parlamento, que les duró hasta el siglo VI d.C., casi 1,400 años que para los estándares bestiales de esos tiempos, fue ejemplar. No es vano el reconocimiento universal que recibe.
Luego en la Edad Media y por reminiscencia del senado romano, hubo rudimentos parlamentarios que cuajaron ya más en serio con Carlomagno en el siglo IX, como consta en el tratado ‘De ordine palatii’ (Del orden del palacio), del que se conserva una copia de por ahí de año 880, en el que se dice de qué manera se componían y para qué servían, las asambleas generales. Muy muy emperador el Carlitos, pero tenía que conseguir la aprobación de la asamblea.
Se regó la idea por toda Europa, estados generales, asambleas, dietas, cortes, dumas, estamentos, senados y concilios. Y aquí, merece la pena dar crédito a los monjes medievales, precursores de los parlamentos como los conocemos, pues por votación de todos elegían a sus superiores y los asuntos que afectaba a la orden; pero para hacer las cosas bien, establecieron técnicas de votación y el voto secreto para asegurar la libre decisión de los electores, junto con la votación calificada para los asuntos más graves. En plena Edad Media.
Se impuso por la fuerza de la realidad seguir en los reinos con eso de los parlamentos, para que leyes, impuestos, tratados y declaraciones de guerra, contaran con la aprobación de los integrantes de la nobleza, la de los del estado eclesiástico y el pueblo. Ya nunca hubo reyes sin parlamento.
Por supuesto hubo abusos como el asambleísmo de la Revolución Francesa, que validó atrocidades y ridiculeces (otro día con tiempo); y también, parlamentos histriónicos como el de la Unión Soviética, su Comité Central y su Congreso del Partido, que decidía aterrorizado y sabiendo que era puro teatro.
En el capítulo de congresos teatrales que hacen coros a la voz del mandón de turno, México se lleva el campeonato con la caricatura parlamentaria que fue nuestro siglo XX… y ahora, que estamos de regreso al régimen de partido único, maquillado, con hartos partidos, pero teatral, con sus toques melodramáticos que no alteran ni alterarán decisiones ya tomadas por el mandamás, jefe, cabecilla, idéntico a los tiempos de Porfirio Díaz, de Plutarco Elías Calles y todo el periodo del PRI imperial. En esas estamos.
Qué tiempos aquellos del reino medieval de Aragón con sus Cortes que solo podían decidir por unanimidad. Sin cuentos. Y tenían la figura del Gran Justicia, antecedente del defensor del pueblo, que al asumir el cargo el Rey, ante las Cortes, le ponía la punta de una espada desenvainada en el pecho y le decía en voz alta:
“Nos, que cada uno somos tanto como vos, y todos juntos más que vos, os facemos rey si guardais nuestros fueros y privilegios, et si non, non”.
Cada uno valía tanto como el rey y todos juntos más que él. Lo hacían ellos rey si los respetaba, si no, no.
El todavía Presidente ha conseguido dejar el país en llamas a su sucesora, con ánimo de neutralizar su posible autonomía, mangoneando él al país desde el partido en manos de la señorita Alcalde, desde el Congreso a sus órdenes, con Monreal y Adán Augusto, y con el Poder Judicial en demolición.
Ahora falta ver qué maromas harán el actual presidente y doña Claudia, cuando vean que al tío Sam no le aguantan el recargón.