Sr. López
Pepe, el más impresentable primo que tenerse pueda, como buen mentiroso profesional, afirmaba: -Yo nunca miento –y a su manera era cierto, como esa vez que su papá, tío Agustín, lo acorraló para saber si era cierto el reclamo de una vecina acerca de indebidas incursiones de Pepe en el cuarto de su “muchacha” (como ahora se dice con corrección política); y Pepe respondió: -¿Quieres saber si le he pedido las (aquí va una referencia a los glúteos de la señorita en cuestión)?… pues no… ¿o quieres saber si me he metido a su cuarto?… pues tampoco -y tío Agustín, católico a carta cabal, le pidió que se lo jurara por Dios, cosa que por supuesto hizo Pepe porque nunca pedía nada, atenido al idioma corporal y porque siempre iba a un hotelito del barrio. Mentir, mentir, no mintió.
“Populismo” hoy, es un término político que se usa para descalificar sin definir; todo cabe en él, desde un caudillo de ultraderecha hasta el más desvelado marxista, pasando por los liderazgos líquidos, esos que se adaptan y adoptan cualquier postura política a condición de que les reporte popularidad y seguidores. Pero el factor común es que se le dice populista a quien se quiere desacreditar.
El populismo está muy mal definido en el diccionario de la lengua, como equivalente a “popularismo (…) tendencia política que pretende atraerse a las clases populares”. No ha nacido el político que no quiera atraer a las clases populares y eso pretenden, del Papa al Rey de España, del Presidente de una república al generalote golpista (y ya en estas, hasta Jesucristo). Faltaba más.
Populismo es un vocablo reciente; nació en la Rusia zarista por ahí de 1861; de hecho, su nombre es la traducción de “narodnichestvo” (narodnismo para que no se le acalambre la lengua), que significa “ir al pueblo” o algo así. El amorfo populismo ruso permitió consolidar grupos de acción política de cualquier tendencia en Rusia e influyó en casi todo el espectro de las democracias de Europa y América (otro día conversamos del “populismo de pradera” en los EUA a fines del siglo XIX, campesinos contra banqueros, pueblo contra élite).
Pero se equivocan los que clasifican como populistas a todos los líderes que han dado la pelea por el pueblo, por las mayorías, que con ese criterio se dice que Franklin Delano Roosevelt, tres veces electo presidente de los EUA (1933-1945), fue un populista por su “New Deal”, que impulsó la inversión pública para reactivar la economía y la redistribución del ingreso fortaleciendo a los sindicatos. Y de la misma manera se atreven a llamar populista a eso que llamamos Revolución Mexicana, por el contenido social de la Constitución en que cuajó la cosa en 1917… falso, confunden popular con populista.
La realidad es que el populismo no tiene contenido doctrinario porque es una estrategia no una ideología pero así y todo, casi todo mundo identifica a golpe de vista al populista porque en primer lugar, es un demagogo que endulza el oído de la gente común, le otorga beneficios y apela a los sentimientos más elementales de la masa que no está para hacer silogismos ni razonar, sino para sentir bonito cuando le hablan bonito.
Aparte, el populista verdadero simplifica la complejísima realidad, todo lo plantea con simpleza taimada: maniqueísmo absoluto, todo es buenos contra malos sin términos medios; voluntad general contra instituciones y órganos de gobierno; la corrupción como explicación de todos los males de la sociedad; la desconfianza en los profesionales de la política y los partidos; la consulta popular como fuente de verdad y derecho; las encuestas nunca expuestas para validar decisiones unipersonales; la movilización de masas como garante de la legitimidad del líder y la ruta que marque; la negación de errores y atribuir todo fracaso al pasado o la conjura anónima.
El populista habla con adjetivos y adverbios; califica, descalifica y modifica el contenido de lo sustantivo y la acción. Y se caracteriza por su machacona repetición de lemas y su falta de pudor al insultar al que no concuerde con él, sabiendo que al pueblo eso le atrae, le gusta, la masa es cruel (recuerde la arenga futbolística: ¡pu…!).Y la quintaesencia del populismo: pueblo contra élites. Pueblo, los más desfavorecidos, los que anidan sentimientos de revancha, receptores agradecidos de dádivas. Y élites para el populista son los estamentos políticos, empresariales, culturales, científicos, intelectuales o de clase, en particular la clase media, enemiga principal del populismo por su independencia económica, su autonomía del gobierno y el ascenso social a que aspira: la clase media es el motor de toda sociedad y el populista no acepta semejante reto, es él o la nada. Mire este fragmento de un discurso populista: “Todos los particulares están sujetos al error o a la seducción; pero no así el pueblo, que posee en grado eminente la conciencia de su bien y la medida de su independencia.
De este modo, su juicio es puro, su voluntad fuerte; y por consiguiente, nadie puede corromperlo, ni menos intimidarlo”: Hugo Chávez… y ya tenemos a algunos miles de ese buen pueblo cruzando México rumbo a los pervertidos Estados Unidos.
Y, paso a pasito, todo acaba en: ¡Conmigo o contra mí!, dialogar es inmoral porque la verdad y los principios no son negociables; las elecciones valen solo cuando dan el triunfo; la democracia se usa como trampa sin sentido social y la mentira, como instrumento necesario.
Bueno, en otra cosa: el viernes pasado nuestro Presidente negó haber llamado el día anterior a que en las elecciones del 2024 la gente votara en avalancha a favor de la transformación. Lo negó diciendo que no recordaba haber pedido el voto para ningún partido y no mintió, él pidió el voto para la transformación no para Morena y ya será cosa de los que no lo quieren, de esas élites corruptas del conservadurismo, pensar que “transformación” es la etiqueta principal de su gobierno, su partido y sus seguidores. ¡Cómo me acuerdo de Pepe!, el impresentable.