El error de septiembre: La Feria

0


Sr. López

Rigurosamente cierto: murió un muy conocido y muy poderoso líder sindical de los del México del PRI imperial. Lo velaban en Gayosso y había una verdadera muchedumbre en la calle y la capilla estaba abarrotada de políticos y gente encumbrada del gobierno de entonces pero de repente llegó una señora mayor, la viuda, acompañada de varios abogados y agentes de la judicial. Desalojaron la sala, cerraron las puertas y al rato, permitieron que regresaran todos… y se horrorizaron al ver a su difunto líder máximo, en la caja, vestido y maquillado de payaso (zapatotes incluidos), y la viuda a voz en cuello dijo a todos: -Aquí está su payaso y así se va a la tumba -los judiciales se quedaron a custodiar al payaso. No hubo misas. Así está en la tumba. Cosas veredes. Rigurosamente cierto.
Esos griegos de la antigüedad eran muy inteligentes y su mitología que eran puros cuentos, era para educar; unos se los tomaban literalmente (por zonzos), pero otros sacaban las enseñanzas que contenían. Entre esos cuentos uno muy interesante es el de un rey de Tesalia, Eresictón, que no respetaba a los dioses y ofendió a Démeter, la importantísima diosa madre, hija de Cronos (el papá de Zeus, poquita cosa), y de Rea, reina de los titanes y las titánides (en mitología, femenino de titán que no registra el diccionario, póngase listo).
Eresictón, por mula, taló el sacro árbol consagrado a Démeter, quien enchiladísima, llamó a Limos, el Hambre (en la mitología romana le pusieron Fames, de donde vienen nuestras palabras fame, hambre -en desuso-, y famélico, hambriento), y le ordenó que lo castigara; Limos tocó el vientre de Eresictón para que nada saciara su necesidad de comer y para que cuanto más se atragantara más hambre tuviera. El cuento termina diciendo que desesperado, Eresictón se comió a sí mismo. Y ya.
Enseñanza: la voracidad destruye al rey, al poderoso. La voracidad de poder, la avidez de poder. Y es vicio insaciable. Entre más poder se tiene, más poder se necesita, hasta que el poderoso con sus actos desmesurados, se destruye a sí mismo. Sobran ejemplos en la historia de aquellos que en sus anales, quedaron como ejemplos de abusos de poder, violaciones a la ley y hasta crímenes.
Se dice que el poder corrompe y se calumnia igual al dinero. No es cierto. Lo que sí, es que el poder y el dinero impiden a nadie fingir. Con poder, con dinero o con los dos, se actúa como realmente se es. El virtuoso con poder hace el bien. El torcido, lo disfruta haciendo el mal, cobrando venganzas, imponiéndose a todos, humillando a subordinados y gobernados, exigiendo obediencia ciega y construyéndose una imagen de grandeza que no tiene, porque eso es su obsesión, lograr un sitial destacado en la historia.
Conviene atajar esa barbaridad de que en política, el mal uso del poder no es voluntario, que “son cosas que pasan”, gajes del oficio. Falso. A menos que en un cargo que conlleve poder esté un alienado del todo incapaz de distinguir el bien del mal. Pero, curiosamente, los malos con poder nunca se equivocan contra sus intereses. No están locos.
Otro griego, pero de los que no se andaban con cuentos, Aristóteles, combatió con su luminosa inteligencia, el patinazo de Platón -quien sostuvo que el vicio es involuntario-, con un argumento muy sencillo: de cada uno depende el actuar o no, y decir no o decir sí, por ello, la virtud depende de cada uno y el vicio, también (si le interesa, busque en san Google, ‘Ética a Nicómaco’, en el libro III, capítulo VI, para que no batalle); y como Aristóteles hilaba fino, también dice que no es exigible la misma virtud ni de la misma manera, a un esclavo que a un hombre libre, a un rico que a un pobre… y añadamos sin pretensiones: a un poderoso que a una gente común.
El poderoso carga mayores responsabilidades y sus actos revisten mayor gravedad, al traducirse en consecuencias -buenas o malas-, sobre el conjunto de la sociedad pues aunque a veces parezca que lastiman a un solo individuo, siempre dañan al conjunto social. La injusticia, violar la ley, siempre daña a la comunidad.
Dicho lo cual, vayamos a lo nuestro. Al menos desde el asesinato de Álvaro Obregón (17 de julio de 1928), la no reelección de nuestros presidentes es un dogma político intocable (todavía, que en los tiempos que corren no sería tan raro que en un par de años por exigencia del pueblo… bueno, ni le digo).
Y eso, no poder prolongar la permanencia en el cargo ni un minuto, es casi una tragedia para algunos (pocos aunque no tan pocos), de los que han sido presidentes de México porque durante los seis años que tienen el puesto, es desmesurado el poder que tienen, legal y “metaconstitucional”. Ese inmenso, quasi absoluto poder, lo pierden absolutamente, el día preciso que termina su periodo y pasan a la nada política (y social casi todos).
Por lo mismo, en su desesperación, a algunos les da en su último año por hacer cosas que les ratifiquen su carácter de autoridad máxima. Dos ejemplos: Luis Echeverría y las expropiaciones de tierras del Valle del Yaqui el 19 de noviembre de 1976, a once días de concluir su sexenio; y la atropellada y tramposa nacionalización de la banca, de parte de José López Portillo el 1 de septiembre de 1982, a tres meses de irse a su casa.
Ahora tenemos en puerta la demolición del Poder Judicial de la federación, completo, a cargo de Andrés Manuel López Obrador, programada para su último mes en el cargo.
Se entiende que como consuelo inicuo algunos hagan a última hora, cosas que cimbren al país y consideran parte de su legado, en su ansiedad de trascender, en exprimir el poder hasta la última gota; pero se entiende por saber que no eran personas adecuadas para tener tanto poder, por eso las pifias. Aquellos hechos verdaderamente para el poder, lo reciben y ejercen sin apegarse, como la carga que es, por lo que es un alivio entregarlo.
El expresidente Zedillo cargará por siempre el “error de diciembre” y ahora, siendo evitable, doña Sheinbaum cargará el error de septiembre.

Deja una respuesta