El edén perdido: La Feria

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SR. LÓPEZ

Para que tenga idea de cómo era tía Lala (Eulalia, de las de Autlán): si pasaba frente a un seminario, se vaciaba; si frente a una cárcel, había motín; y mejor no iba a misa, porque, qué pena, oiga usted, que el cura cayera desmayado. Así de guapa. Se casó siete veces (siete), porque era muy “inquieta”, aunque la abuela Elena sonriendo, lo decía de otra manera. Su casa era un despelote, no por lo que usted supone sino porque a cada nuevo esposo le otorgaba plenas facultades como “cabeza” de la familia y obligaba a sus nueve hijos (nueve) a plegarse a la autoridad del marido de turno. Confiaba en reinventar a su familia cada tres años (duración promedio de cada matrimonio), y el resultado fue que su casa era como Michoacán gobernado por la CNTE. Y conforme crecieron sus hijos, pasó de todo menos asesinatos.

México parece querer reinventarse cada seis años. Ahora mismo estamos en otro capítulo del ¡ahora sí!, que tanto el tenochca ilustrado como el mexica simplex, si acumulan en sus lomos más de 50 de edad, ya han visto varias veces.  Así, rapidito:

Nuestra nación nació como imperio y con emperador, Iturbide, al que en el Acta de Independencia se calificó como “un genio, superior a toda admiración y elogio, por el amor y gloria de su Patria”, sí, pero a los 10 meses los republicanos lo declararon “enemigo público del Estado”, le dieron golpe de Estado y lo fusilaron por “traidor a la patria”. En menos de un año de imperio a república. Para abrir boca.

Luego, en el mismo siglo XIX, perdimos más de la mitad del territorio mientras se peleaban conservadores y liberales, unos añorando tener rey y ser centralistas; y los otros, ser federales, tener tres poderes, Presidente y aprender inglés. Llegaron Juárez y Porfirio Díaz; el primero, muy coqueto con el tío Sam, puso como santo cristos a los conservadores; el otro los dejó en paz a condición de estarse sosiegos, aceptando ser federales, pero centrales, demócratas, sin abrir el pico y todos aprendiendo francés. ¡Padre!

Luego vino la Revolución (¡sufragio efectivo, no reelección!), y mejoramos mucho. Para empezar bien, se proclamó una Constitución liberal, republicana, federal, laica y de avanzada, que mandó al archivo muerto el ideario conservador pero como se implantó la obligación de pensar como pensara el Presidente de turno, la Constitución ha sufrido más cirugías plásticas que doña Lyn May y ya no la reconoce su abuela.

Y de la fila de presidentes con que nos obsequió la Revolución, empezamos con Venustiano Carranza, quien de inmediato procedió a olvidarse del “sufragio efectivo” y por querer imponer a un tal Bonilla, acabó asesinado. Luego, Obregón se dio el gusto de terciarse la banda al pecho y se le olvidó la otra parte de la frase, se reeligió y… segundo asesinado.

Los demás presidentes, a la vista de la pedagogía revolucionaria, ya no sufrieron ataques de desmemoria a cambio de hacer durante su periodo lo que les viniera en gana. Calles nos hizo Estado, con todas las de la ley. Cárdenas casi nos vuelve comunistas. Ávila Camacho, por poco hace obligatorio ir a misa. Miguel Alemán gobernó al país como centro turístico y dejó claro que en México no podía haber corrupción, excepto la de sus cuates y socios. Luego, Ruiz Cortines administró el país como panadero, cuidando cada centavo. López Mateos, como gigoló. Díaz Ordaz como reencarnación de Díaz y Madero. Echeverría a cubetadas de babas y fingiendo ser lo que no es (que el nene, vive). López Portillo como mesías mestizo, Quetzalcóatl de alpargatas, nos endeudó para prepararnos a administrar la abundancia, expropió la banca y se fue llore y llore a su Colina, a consolarse con doña Sasha y nosotros, los del peladaje, nos quedamos a pagar las deudas, porque la solución éramos todos.

De la Madrid se dedicó a levantar el tiradero que recibió. Salinas, que por un pelo no se escrituró el país, formalizó las relaciones adulterinas de La Patria con el tío Sam, pues pensaba quedarse 30 años con el poder (su sexenio y cuatro más de sus socios del “carro compacto”): le estalló el EZLN, le mataron a su sucesor designado, nos entregó el país casi quebrado y muy embarrado de corrupción pero con el TLC que a fin de cuentas es lo que nos mantiene a flote hace 27 años (vigente desde el 1 de enero de 1994).

Llegó Zedillo… se fue Zedillo; su aportación fue quitarle el poder al PRI y no estorbar que Fox se sentara en La Silla. Luego don Calderón al que, vistas las cosas de ogaño ya se le extraña.

Llegó Peña Nieto, quien a los tres meses de hospedarse en Los Pinos, cambió todos los estatutos del PRI, desapareciéndolo en los hechos en su XXI Asamblea General de febrero de 2013; conservaron la etiqueta, perdieron la vergüenza. Así les fue.

Pero, ¡ahora sí!, ¡ya llegó!, ¡ya está aquí!, ¡sí que sí!, ¡viva, viva!, ¡es un honor estar con Obrador!, él nos arregla esto, todo y para siempre (nota del editor.- “siempre” en México, se refiere a un periodo improrrogable de seis años). Con la reforma energética que ya merito le van a aprobar, ya con el himen eléctrico de la patria a salvo, ya verán ustedes el vergel, ¡qué digo vergel!: el paraíso de patria que nos va a entregar. Pero-por-supuesto. El que dude es traidor.

Nuestros legisladores parecen olvidar que a Peña Nieto le permitieron hacer y deshacer con la Constitución y con su reforma energética se nos aseguró íbamos a tocar los dinteles de la Gloria y llevaríamos en el alma el firmamento.

Si la reforma peñanietista logró o no que la patria sin ver a Dios, sintiera su presencia, mala o buena, está amarrada con doble nudo. Cambiar los estatutos del PRI para que pueda votar como el Presidente quiere, es lo de menos; igual que cambiar la Constitución, nuestros congresistas tienen una tradición de 104 años en coreografía legislativa; el problema es con el T-MEC: los EUA no ceden nada si de sus intereses se trata.

Que alguien que quiera al Presidente le advierta que como va, acabará muy solo en su finca, recordando la fragancia del edén perdido.

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