¿Educación para qué?

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José Antonio Molina Farro

“Leer por goce es un acto de consumo capitalista”

Marx Arriaga

Las normas y las instituciones pueden reformarse y ajustarse, pues como toda construcción humana pueden mejorarse. Pero con el expresidente López Obrador muy lejos de avanzar para mejorar, se asestó un golpe demoledor a lo mucho de lo edificado en el terreno educativo para beneficio de la niñez mexicana, con los libros de texto gratuitos.


Muchas de las ideas contenidas en este artículo provienen del libro ‘Al borde del abismo’, una obra colectiva que tiene como coordinadores a Gilberto Guevara Niebla y José Navarro Cendejas, escrito en 2024.


Me permití retomar parte de las ideas centrales por su importancia y rabiosa actualidad. Ello para fortalecer consciencia sobre lo que hoy es el aprendizaje de la niñez mexicana (entre 3 y 15 años) en las instituciones públicas de educación básica.


Niños y adolescentes que cargarán sobre sus hombros la responsabilidad de construir un país más digno, equitativo y próspero.
Desde 2021 AMLO impulsó una transformación radical de la educación básica con el manido argumento de que la educación anterior era neoliberal y estaba atada a una lógica de intereses particulares.


Nada nuevo en el mesías, lo mismo ocurrió con otros proyectos avalados por prestigiosas firmas nacionales y extranjeras.


Lo que resulta criminal es comprometer el futuro de la niñez mexicana por una ideología obsoleta y contrahecha que ha demostrado flagrantemente su ineficiencia en otras latitudes. Los libros de texto de educación básica se elaboraron a espaldas de los maestros, los alumnos, los padres de familia, los investigadores educativos y de la sociedad en su conjunto. También en 2021 se integró en la SEP un grupo de académicos de “orientación revolucionaria” encabezado por el filólogo Marx Arriaga, todos ellos conscientes de que atropellaban la Ley General de Educación, seguros del manto protector del poder supremo. Si bien sus miembros pertenecían a diversas corrientes ideológicas, los unía la voluntad compartida de combatir a muerte la “cultura capitalista moderna”, al servicio de las élites empresariales.

El antagonismo pueblo sabio y bueno contra élites empresariales fue el blandón del discurso de AMLO.


Si bien es cierto que la cultura capitalista acarreó pobreza, desigualdad, violencia, consumismo, explotación y hasta dictaduras, también prevalece en ellas la prístina, irrenunciable idea de que los hombres son libres y soberanos, y la ciencia tiene un lugar de privilegio, cree en el progreso y la prosperidad, y asume que la vida social se halla en permanente cambio.


A juicio de los autores del libro de texto la cultura universal, aquélla que comenzó con Sócrates, Platón y Aristóteles, es una cultura que oprime a las clases populares, ergo, hay que desmembrarla y articularla con la Cuarta Transformación.
Para que los alumnos de educación básica se conviertan en verdaderos agentes de transformación social hay que darles una educación alejada de una impostada cultura universal y orientarla hacia el mundo concreto donde viven los niños y sus familias, el fin de la educación ya no sería ni es para educar a los alumnos a resolver los problemas de la nación, “concepto que es artificio de la cultura universal”.

No, la nueva educación debe orientarse hacia la realidad concreta y más cercana a la comunidad (barrio, colonia, ranchería, etc.). La decisión fue crucial, el alumno ya no estaría más en el centro del proceso educativo, pues eso favorece el individualismo, su lugar lo ocuparía ahora la “comunidad”.


Los alumnos se educarían estudiando y resolviendo los problemas de su entorno escolar. Cuanta ingenuidad o perversidad de estos genios el pensar que son los alumnos de educación básica los que tienen la posibilidad de resolver los problemas estructurales y multifactoriales que padecen los mexicanos: la pobreza, la desigualdad, el funcionamiento del mercado laboral o cuestiones como el racismo y el machismo. Siguiendo esta misma lógica este grupo de académicos determinó abandonar la organización del conocimiento escolar que durante tres siglos le ha permitido a los mexicanos una comprensión más o menos racional del mundo.


Los autores insisten en que el conocimiento educativo se utilizará de acuerdo a las necesidades que se presenten en el trabajo que realicen alumnos y maestros en la solución de problemas concretos de la vida cotidiana de la comunidad.


En la solución de los problemas se incorporan también los “saberes” populares, incluyendo mitos, ritos, supersticiones e incluso formas de pensamiento mágico o religioso. Toda una parafernalia didáctica para disfrazar su intencionalidad política, una estrategia que según ellos combate la cultura moderna porque “son propias de las élites dominantes”. Cuanta aberración.


La comunidad en abstracto no existe, en su caso son comunidades, pues las áreas anexas a las escuelas son, por lo menos, 250 mil. El Inegi nos dice que cerca del 80% de estas áreas son barrios de la periferia de las ciudades, muchas de ellas sojuzgadas por formas de cultura en las que se producen y reproducen problemas graves que atentan contra infantes y adolescentes: narcotráfico, abuso de sustancias y todo tipo de violencias.


No hay pues una cultura comunitaria “única” con valores colectivos y conductas desinteresadas. En suma, la reforma educativa de AMLO y Arriaga es una reforma autoritaria y centralista que dicta lo que el alumno y el maestro deben hacer, hasta el último detalle.
Enfrentar la cultura popular con la cultura universal es un despropósito que responde a un ánimo beligerante. Es un atentado contra la inteligencia y la razón.


Cómo hacer entender a estos emisarios contaminados de preceptos falsos en un universo ficticio, que el pensamiento no surge si no es libre, que no se piensa por encargo y solo se piensa en libertad.
Confiemos en que la Dra. Claudia Sheinbaum, científica nata comprometida con la educación de calidad, y de altas prendas intelectuales y morales rectificará este engendro doctrinario que le heredó su antecesor.

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