Dios mediante: La Feria

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Sr. López

Para platicar con tía Beatriz era necesario tener el pañuelo a la mano: el que oyéndola no lloraba, era una piedra, insensible incurable. Todo en ella era tragedia, el Muro de las Lamentaciones de Jerusalén, era un carnaval brasileño frente a sus desgracias: su vida era un desfile de males y penas. Su primer marido fue más bueno que el pan y se le murió de una pulmonía fulminante al mes de casados (verdad científica: todo marido es bueno el primer mes); el segundo le salió fuerte como un roble pero malo de espantar a Pinochet; la llenó de hijos (lo decía, como si los hubiera ido llevando a su casa quién sabe de dónde), y la hizo trabajar como mula para mantenerlo a él y al carro de hijos. Ella, que se sacrificó por sus hijos más que Juana de Arco por Francia, recibió en pago el abandono de todos, que se fueron casando y huyendo, y otros nomás huyeron. El abuelo Armando, que la conocía desde cuando Porfirio Díaz era joven, decía: -No hagan caso, Beatriz, de niñita, rompía sus muñecas para llorar, es lo que le gusta –tenía razón.
La prensa nacional cotidianamente nos da terapia de choque; por un lado, la prédica oficial de logros en serie del gobierno y por el otro, el desfile esperpéntico de matazones; Pemex y CFE al borde de la quiebra; alza del dólar; fuga de capitales; caída del PIB; funcionarios ineptos, Guardia Nacional artrítica, delincuentes invencibles; el reporte por centenares de miles de muertos por la pandemia y asesinados; aumento de la pobreza; sequías, inundaciones, corrupción rampante, gasto público raquítico. Y el pueblo… el buen pueblo, víctima químicamente pura, sí, una tía Beatriz colectiva.
Se entiende que el Presidente trate de tranquilizarnos a los peladaje nacional, con su actitud triunfal, declaraciones optimistas y compromisos firmes (por cierto: se propone una consulta nacional para ponerle nuevo nombre, ya no Andrés Manuel, pues ayer aseguró que deja de llamarse como se llama si no resuelve el desabasto de medicamentos; vamos poniéndonos de acuerdo… Porfirio, no; Plutarco, menos… Miguel José-María Benito Francisco Emiliano Lázaro López Obrador, suena bonito y los nombres compuestos son de caché).
Pero el pregón oficial no cambia nada, no es raro que las cosas sean lo que parecen y a pesar de tanto y tantas, nada pasa en México, cuando por pifias mucho menores de las autoridades, en otras latitudes arde Troya y hacen de carne humana la estatua de Robespierre… ¿qué pasa?
Pudiera ser como explica el Presidente, que las cosas están requetebien y que los medios de comunicación cargan las tintas por el gusto de llevarle la contra, sí, pudiera ser, pero sin leer prensa, sin ver ni oír noticieros, la realidad cotidiana que enfrenta el tenochca simplex, confirma que no vamos bien, estamos más amolados, todo es más caro, el empleo es peor pagado, la inseguridad acogota parejo, sí… y… no pasa nada.
Como la población no está en un arrobo místico colectivo tal vez lo que sucede es que se nos ha educado para vivir en la desgracia. Nacimos para que nos lleve el diablo, para que nos llueva sobre mojado, para macetas y no pasar del pasillo. Desde nuestra más tierna infancia se nos entrena hasta con los dichos populares: “¡pobre del pobre que al Cielo no va!, lo joden aquí y lo joden allá”.
Hasta nuestros más preclaros hombres ayudaron a afianzar en la mentalidad nacional la tragedia como parte del ser mexicano: nomás acuérdese del poema de López Velarde, el “Suave Patria”, en la parte que dice: “El niño Dios te escrituró un establo y los veneros de petróleo el diablo…”, pues si resulta que tener petróleo es un diabólico mal y lo más que pudo Dios fue escriturarnos un establo, ya nada tiene esperanza. Igual Octavio Paz, que se aventó la puntada de escribir el “Laberinto de la soledad”, para describir la esencia del mexicano sosteniendo que cargamos generación tras generación, con el hecho de ser “un pueblo surgido de una violación”; y así, si resulta de leer a don Octavio que nuestra “historia tiene la realidad atroz de una pesadilla” (Enrique Serna dixit), pues ya quedamos listos para ser apáticos y resignados, o sea: muy aguantadores. Y no escapó a ese fatalismo idiota ni el macho de machos, el hombre del espadón, el dictador de calzones de fierro colado, don Porfirio Díaz, quien acuñó la frase imbécil de: “Pobre de México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”. Sí, pobrecitos de nosotros. Ni llorar es bueno.
Y los del peladaje también contribuimos a esta psicología de la voluntad anémica. Sin escribir grandes novelas, sin hacer sólidas poesías, nomás repase mentalmente lo que nuestras canciones populares le meten en el cerebro al ciudadano de bigotito
Para abrir boca, ese himno, el “Cucurrucucú paloma”: “Dicen que por las noches/ nomás se le iba en puro llorar/ dicen que no dormía, nomás se le iba en puro tomar… échame a mí la culpa de lo que pase” (o sea, chillón, borrachín y dejado). O esa oda a la imprudencia del “Qué manera de perder”: “Pero si yo ya sabía que todo esto pasaría/ ¿cómo diablos fui a caer?”, (pues por bruto). Sin pasar por alto la fe en Dios como coartada a la falta de carácter de la infaltable canción de toda borrachera que se respete, “Paloma negra”: “Quiero ser libre/ vivir mi vida con quien yo quiera/ Dios dame fuerzas…”, (o sea, depende de Dios, del Hado, del Destino, de la suerte, no de él, que nomás quiere y falta que Diosito le haga el milagro). Y por no dejar, acuérdese de que sólo usted se creyó el rey de todo el mundo, pero hoy su buena suerte la espalda le ha volteado.
Esa mentalidad, aunque se me enoje, es la mentalidad nacional cuyo origen es lo de menos, pero debemos sacudírnosla, porque este gran país así como vamos, va mal.
Y esa mentalidad explica que los sajones se inventen a Superman y nosotros al Chapulín Colorado, que hasta en eso se refleja el ánimo colectivo. Tenemos que cambiar y no educar a nuestros niños en la derrota como parte de la vida, sino como triunfadores, sí se puede… Dios mediante.

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