Ernesto Gómez Pananá
Hace no mucho, en 2015, Nuevo León se convirtió en noticia por elegir para gobernador a un “candidato independiente”: En la elección de ese año, Jaime Rodríguez Calderón, mejor conocido como El Bronco, obtuvo más de un millón de votos, arrasando con más del doble a sus oponentes del PRI y del PAN. El electorado regio lo percibía como el nuevo modelo de político, cercano y directo. Un político derecho que se arremangaba la camisa para sacar el día con “la raza”. La gente lo amaba.
El furor fue tal que trascendió las fronteras estatales: ante el hartazgo con los partidos tradicionales, surgieron en todo el país réplicas broncas y la ruta independiente se veía como el modelo a seguir, con tanta contundencia como que el mismo Rodríguez Calderón pidió licencia a la gubernatura y se postuló como candidato -igualmente independiente- a la presidencia de México en 2018.
Al Bronco ya no lo ovacionan en la calle. Lleva casi una semana en la cárcel.
La ecuación político-no político que se convierte en ciudadano ovacionado por las masas y alcanza un alto cargo público y que termina preso y defenestrado por sus ex seguidores se repite con inusitada frecuencia y en muchísimos países. Y es trágicamente cíclica. En esta colaboración dominical, van algunos ejemplos.
El Chino
Recorría Perú con un discurso distinto. Le hablaba a los campesinos y a los maestros y los entusiasmaba. Le apodaban El Chino. Pasó de ser un profesor universitario a presidente de su país. Era 1990 y con su partido propio Cambio 90, se postuló como candidato presidencial en Perú. En la segunda vuelta venció al escritor Mario Vargas Llosa. Todo era alegría y esperanza.
Al paso del tiempo, el personaje disruptivo que desafió a la clase política tradicional se engolosinó con el poder, cambió las leyes peruanas y operó para reelegirse en la presidencia dos veces más. Sus sucesores lo investigaron por corrupción. Fujimori lleva preso desde 2007.
El Loco
No lejos de Perú, en Ecuador, se cuenta la historia de un presidente que ocupó el puesto solamente cinco meses y a quien el congreso destituyó por “incapacidad mental para gobernar”. No fue a la cárcel porque logró huir a Panamá, donde se exilió dos décadas, tiempo en el que prescribieron los cargos por corrupción. Actualmente tiene setenta años. Su nombre es Abdalá Bucaram.
Pero el poco tiempo que duró su vida pública -tanto en campaña como en el cargo- fue suficiente para dejar huella por sus ocurrencias: grabó un tema a dueto con una agrupación llamada “Los Iracundos”, se cortó el bigote en televisión en vivo para una “causa benéfica”, produjo una leche llamada “Abdalact” para entregarla a niños de poblaciones de bajos recursos. Fue señalado por la falta de calidad e higiene del producto. Un escándalo.
Bucaram no fue a la cárcel luego de la presidencia, pero en 2020 volvió a su país y fue apresado por vender con sobreprecio insumos médicos para combatir la pandemia. Argumentó una venganza política y anunció su regreso a la política. Gallina que come huevo.
El Galán
Fernando Collor de Mello fue el primer presidente constitucional de Brasil luego de la dictadura militar. Era joven, carismático -el presidente más guapo del continente, se decía-, y el electorado brasileño quedó cautivado. Derrotó al candidato del PT, un sindicalista al que le apodaban Lula.
Collor de Mello prometía llevar a Brasil a la modernidad y erradicar la burocracia. Fue destituido por cargos de corrupción y no terminó su periodo. Fue inhabilitado para cualquier cargo público por ocho años. Pasado ese tiempo buscó ser gobernador de su provincia, diputado e incluso nuevamente presidente. Fracasó. Por fortuna.
Mas allá de lo anecdótico, los casos someramente relatados en esta columna reflejan un problema vigente en todo el continente: la responsabilidad no está en los políticos corruptos o ambiciosos. El problema está en la ciudadanía que los encumbra ciegamente. Somos también una gallina que no aprende de la experiencia.
Oximoronas
El poder tienta y trastorna, siempre pensando que se es inmune.
La multitud hoy ama y mañana odia y olvida. Es ingrata. Es la historia.