Juan Carlos Gómez Aranda*
La semana pasada volvimos a escuchar el grito de “2 de octubre no se olvida”. Han pasado más de cinco décadas desde que aquella fecha de 1968 marcó un antes y un después en la historia contemporánea de México. El movimiento estudiantil no sólo denunció autoritarismos y represión: sembró las semillas de un cambio político, social y cultural que transformaría de raíz la vida nacional dfgdfgdfg.
Desde entonces, el país ha atravesado crisis económicas, reformas profundas, nuevas instituciones y alternancias en el poder. El resultado es un México más plural, diverso y complejo que sigue debatiéndose entre el imperativo de consolidar su democracia y la urgencia de reducir desigualdades.
Durante gran parte del siglo XX, el sistema político mexicano estuvo dominado por el PRI, partido que consolidó un régimen vertical y frecuentemente autoritario, capaz de promover cambios sin perder el control. El movimiento estudiantil de 1968 fue la primera gran fisura en ese modelo. Sus demandas —que evolucionaron de la exigencia de castigo a los represores de una manifestación estudiantil a reclamos por libertad de expresión, democracia y justicia— no lograron transformaciones inmediatas, pero abrieron grietas que dieron paso a reformas políticas, como la de 1977, que fortaleció el sistema de partidos y amplió la representación en el Congreso.
La década de 1980 trajo consigo el derrumbe del modelo económico estatista. La crisis de la deuda de 1982 y la nacionalización de la banca marcaron el fin del “milagro mexicano”. México se volcó entonces hacia políticas neoliberales, privatizaciones y apertura comercial. Paralelamente, la legitimidad política comenzó a resquebrajarse con el fortalecimiento de la sociedad civil tras el terremoto de 1985, las elecciones de 1988 empañadas por la llamada “caída del sistema” y la escisión del PRI que dio origen al Partido de la Revolución Democrática en 1989.
En 1994, la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte integró a México a la economía global, pero también hizo evidente la desigualdad: el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en Chiapas visibilizó la marginación de los pueblos indígenas y la exclusión social. Ese mismo año, el asesinato del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio profundizó la crisis.
En 2000, el triunfo de Vicente Fox puso fin a más de 70 años de gobiernos priistas. Parecía consolidarse el cambio iniciado en 1968. Sin embargo, la transición no resolvió los principales problemas: las administraciones panistas de Fox y Felipe Calderón enfrentaron un Congreso fragmentado, crecientes desafíos de seguridad, gobiernos subnacionales con vida propia y una ciudadanía cada vez más demandante.
El regreso del PRI con Enrique Peña Nieto en 2012 estuvo marcado por un ambicioso paquete de reformas estructurales, pero los escándalos de corrupción y los conflictos sociales opacaron sus promesas de modernización.

La cuarta transformación y una nueva etapa
En 2018, Andrés Manuel López Obrador ganó la presidencia con un respaldo histórico y prometió llevar a cabo la Cuarta Transformación de la vida pública. Su proyecto, centrado en el combate a la corrupción, el fortalecimiento del Estado y la justicia social, reconfiguró el mapa político nacional, consolidando mayorías en el Congreso y el control de la mayor parte de las gubernaturas.
En 2024, la llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia marcó un hito: por primera vez, una mujer encabeza el gobierno federal. Su trayectoria, vinculada desde la juventud a los movimientos estudiantiles, confirma que aquellos espacios de lucha fueron semillero de liderazgos políticos nacionales.
Hoy, México enfrenta el reto de consolidar sus avances democráticos, resolver la violencia provocada por el crimen organizado, fortalecer el Estado de derecho y garantizar derechos sociales en un escenario global incierto. La Presidenta está imponiendo un estilo propio en sectores estratégicos como el energético, impulsando una política menos restrictiva en el mercado, ha gestionado con éxito la relación bilateral con Estados Unidos y ha delineado una estrategia de seguridad más eficaz.
Un camino inconcluso: la cuota de Chiapas
De 1968 a la actualidad, México ha transitado de un sistema cerrado a una democracia plural; de la estabilidad autoritaria a la complejidad de la globalización. Sin embargo, las demandas que movilizaron a los estudiantes hace más de medio siglo siguen vigentes: democracia efectiva, justicia social, igualdad y libertades plenas. Los desafíos persisten, también lo hace la convicción de que la transformación no es un destino final, sino un proceso continuo.
En este contexto, Chiapas aporta su propio capítulo. El gobernador Eduardo Ramírez cerró septiembre con la cifra más baja de homicidios dolosos desde que se tiene registro, resultado de una estrategia de seguridad exitosa y del trabajo coordinado con instancias federales y municipales. Un logro que, en medio de los desafíos nacionales, muestra que la transformación también se construye desde lo local.
* Coordinador de Asesores y proyectos estratégicos del gobernador del Estado de Chiapas.