Climata

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Galimatías/Ernesto Gómez Pananá

La palabra clima proviene del griego klîma, término que no hablaba aún del tiempo ni de la lluvia, sino de algo más cósmico: la inclinación de la Tierra frente al Sol. Procedía del verbo klínein, “inclinar”, con el que los antiguos griegos designaban las zonas del planeta según el ángulo con que los rayos solares las tocaban. Hiparco y Ptolomeo dividieron el mundo en climata, regiones donde el Sol se acercaba o se alejaba como un dios que reparte su favor. Roma heredó esa noción astronómica y la palabra clima comenzó a viajar, girando su sentido geométrico y ganando otro fundamental: el de la constancia del aire, la manera en que cada lugar respira. En el español medieval, el término ya no medía la inclinación del mundo sino el humor del cielo. Y así, hoy se puede afirmar que el cielo está de mal humor, que está enojado, que está furioso.

Este año la Ciudad de México no se mojó: se ahogó. Las “lluvias históricas” dejaron de ser nota de color para pasar al parte meteorológico de guerra: presas al límite, calles convertidas en canales venecianos y funcionarios explicando —con cara de PowerPoint— que “se trata de un fenómeno atípico”. Atípico, sí… como un pariente incómodo “atípicamente” visitando todos los fines de semana.

Mientras tanto, en el Caribe mexicano, el sargazo se acumula como si el mar hubiera decidido escupirnos de vuelta toda la porquería que le hemos tirado. Los hoteles dicen “tenemos programa de recolección” y, sí, recogen… pero el olor a descomposición sigue siendo el perfume oficial de Cancún en temporada alta.

Nos gusta pensar que el cambio climático es una amenaza abstracta, algo que afecta a los osos polares y a las islas remotas, pero que aquí, en el centro del universo (es decir, donde vivimos todos y cada quien), es solo un titular lejano. Hasta que llueve tres semanas seguidas sin parar, o el Caribe se vuelve una sopa marrón.

La verdad es que ya no estamos en la fase de advertencias. Esto no es “la Tierra avisándonos”: es la Tierra pasándonos la cuenta y cobrándonos intereses. Y, como buenos deudores, fingimos que no recibimos la notificación mientras renegociamos plazos con discursos huecos sobre “desarrollo sostenible”, que suenan tan sinceros como una campaña de reciclaje patrocinada por una embotelladora de refrescos.

No es que la naturaleza se haya vuelto más violenta. Es que nosotros nos hemos vuelto más sordos. Y el problema de hacerse el sordo en medio de una inundación es que igual llega el agua al cuello… aunque digamos que “es atípico”.

Oximoronas 1

Premio Nobel de Literatura para el húngaro László Krasznahorkai, y su obra como resistencia poética a la tiranía política del socialismo real.

Oximoronas 2

Nobel de la Paz para María Corina Machado. Tremendo mensaje: las cosas en Venezuela están madurando. No hay libertad sin democracia.

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