Campeón de las derrotas: La Feria

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Sr. López

Tío Emilio, desde que su única hija, Estela -de las de Autlán-, llegó la “edad de merecer”, le advertía amenazante, sobre a la importancia de que conservara intacta su virginal pureza y le anticipaba las más terribles consecuencias de que no lo hiciera: -Va a correr sangre si manchas el honor de la familia (?) –le decía torvo. Insistía mucho en el tema y su paranoia era algo justificada, sabedor de los modos de sus sobrinas, sus hermanas y en general del sector femenino de la familia, salvo excepciones sujetas a comprobación forense. Y de repente sucedió: Estela estaba en estado de buena esperanza conservando intacto solo su estado civil de soltera. Tío Emilio ya casi afónico de tanto bramar, le preguntó cómo era posible que se hubiera atrevido y la chamaca cándidamente, contestó: -¡Ay, papá! fue usted -así de antigua es esta anécdota-, usted me metió ideas en la cabeza… ¡tanto habla de eso!
Tanta insistencia del Presidente en que ya se acabó la corrupción en las altas esferas de la administración pública, porque como él es honesto, sus directos subordinados no se atreven a incurrir en ninguna conducta impropia con el erario; tanto decir “no somos iguales”; tanto machacar en que sus más extrañas decisiones -como fracturar el sistema de abasto y distribución de medicamentos-, obedecen a su combate a la corrupción (combate peculiar esa su lucha sin auditorías, sin denuncias, sin imputados, sin juicios ni culpables, sí muy singular). Tanto hablar de lo mismo y no cesan de surgir asuntos protagonizados por sus más cercanos, que permiten sospechar que en su gobierno cuando menos algunos están retozando en el charco de lodo del enriquecimiento muy explicable que resulta de ser corruptos.
Peor es que hay no pocas señales de que los escándalos que luego él tiene que enfriar en la mañanera correspondiente, son delaciones (o calumnias, uno qué va a saber), cuyo origen está en los despachos de su gabinete. Es peor porque ese fuego graneado de escandaletes, no solo habla de individuales pleitos internos que prometen crecer conforme avanza el sexenio, sino de la conformación de grupos enfrentados que trabajan para sus intereses sin abrazar los dogmas de la 4T, a resultas al menos en parte, de la sucesión adelantada que el mismo Presidente desató. Y eso no beneficia en nada al país.
Ya es para preocuparse que el Fiscal General de la República esté en entredicho, pero es de mayor gravedad y consecuencias de pronóstico reservado, que las fuerzas armadas sean insistentemente señaladas por actos de corrupción en las obras a su cargo, pues a ver quién es el macho que una vez terminado este sexenio, se atreve a auditarlos y encausarlos. Quien sea que se alce con el triunfo en las elecciones presidenciales del 2024, va a tener que hilar muy fino para acotar la indebida presencia militar en tantas áreas de gobierno correspondientes al ámbito civil. Eso o veremos una creciente influencia de las fuerzas armadas en la vida política del país. Eso o el Diluvio. Mala herencia nos dejará este gobierno.
Los especialistas en el análisis de la cosa pública mexicana ven con preocupación otras cosas, hay lo que ya anticipan serios problemas económicos que bien pueden reventar en este mismo sexenio como una crisis de consecuencias casi devastadoras; otros no encuentran cómo será posible restablecer en el corto plazo, ya terminado este gobierno, la confianza de inversionistas nacionales y extranjeros; también hay quienes anuncian las más dañinas secuelas sociales provocadas por la división entre mexicanos, sembrada desde Palacio Nacional; un mínimo de aproximadamente 15 millones de electores son incondicionales del Presidente, no son pocos aunque son minoría pero son suficientes para retar la gobernabilidad nacional. Pésimo legado.
Todo lo anterior es posiblemente cierto y solo el tiempo dirá qué sucede y que deja de pasar, pero lo que no es una especulación es que a este gobierno ya se le acabó el arsenal discursivo; ya todo está dicho, ya todo se ha repetido hasta la náusea; seguir culpando del presente al pasado, en el cuarto año de gobierno mueve a risa; ya convence a cada vez menos la machacona prédica de que se está luchando contra enemigos inexistentes -porfiristas, conservadores, clase media, intelectuales, universitarios y fifis por definir-, cuando en estricto rigor, este gobierno no tiene ni opositores, pues hasta el momento los partidos políticos no alineados con Morena, siguen sin presentar batalla.
Y una advertencia dirigida a los triunfales triunfalistas: no es este Presidente un caso especial de popularidad y aprobación masiva, hay otros presidentes que así han discurrido por buena parte de sus periodos. Y en este caso en particular, menos debe llamar la atención si tomamos en cuenta el tiempo y recursos que él dedica al cuidado de su imagen pública, en eso sí es especial, único: ningún otro Presidente de México ha dedicado cada día de su periodo al autoelogio, a ensalzarse a sí mismo.
Así, comentar los episodios nacionales de actualidad acaba siendo la aburrida repetición de variaciones sobre un mismo tema. No hay actor ni cómico que sea capaz de mantener la atención y el entusiasmo del respetable, repitiendo el mismo monólogo, el mismo chiste, en una función continua de seis años de duración. Por eso la advertencia de Porfirio Muñoz Ledo ni gracia tiene, claro que acierta al advertir: “Este régimen tenderá a desgajarse en los próximos dos años”.
El problema es que conociendo los modos de este Presidente, lo único que no hará será quedarse contemplando las ruinas de su proyecto. Si Morena no gana la presidencia de la república en 2024 es muy capaz de intentar incendiar el país (nada más recuerde lo que fue capaz de hacer en 2006, cuando tomó avenida Reforma durante meses, imagine eso pero en todas las capitales de los estados), por eso tal vez convenga que Morena sí gane porque igual, quien quede en La Silla, se sacudirá la incómoda presencia del campeón de las derrotas.

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