Cada quien para su casa

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LA FERIA/Sr. López

Tía Cita (Carmen, Carmencita…), era una señora normal, católica sin las exageraciones de las damas de la rama materno-toluqueña, casada con tío Mario, marido estándar y buen padre. Ya siendo abuelos, reventó el escándalo, tía Cita se separó (las de Toluca entonces, no se divorciaban). La cosa fue que descubrió que tío Mario era masón yorkino de alto octano y ni bautizado estaba; pero no lo dejó por eso sino por habérselo ocultado. Decía: -Si fue capaz de fingir tantos años que era católico, si iba conmigo a misa y comulgaba, ya no le creo nada, en una de esas hasta tiene otra casa -bueno, así pensaba.

No sé a usted, porque cada cabeza es un mundo, pero a este menda, le llama la atención… no, lo irrita la verborrea, la verborragia, esa incontenible diarrea oral de nuestros gobernantes, la del anterior ocupante de La Silla presidencial y la actual, su declarada admiradora, que pregona que lo quiere como a nada en el mundo, que sigue sus pasos, su caminar, como loba en celo desde Palacio.

Y lo alarma la insistencia de estos especímenes de la política nacional en el “no somos iguales” y su constante recurrir a la coartada de que ellos no mienten, no roban y no traicionan.

Pensará alguien que se alarma por poca cosa este junta palabras. Bueno, cada quien. Pero si al tomar la orden, el chef advierte a los comensales que no crean si les dicen que se saca mocos de la nariz al cocinar, no sé usted, pero este su texto servidor se sale de ese restaurante. Ni se deja intervenir por el cirujano que ya para entrar al quirófano, se pone a defender su prestigio, asegurando que no es cierto que se le mueren los pacientes, que lo dicen por envidia (a correr).

Si esa logorrea les da resultados y contribuye a su popularidad, es otro asunto, no sin dejar de señalar que no se les contrató para ser el segundo más popular del mundo ni la flor más bella del ejido, sino para gobernar obedeciendo y haciendo obedecer la ley (le guste o no al crimen organizado, el de traje y corbata sin pistola, con pluma y escritorio).

Esa locuacidad, ese gusto excesivo de escucharse a sí mismos, tiene el problema de que desgasta las palabras y los jefes de Estado valoran a su palabra y como de la peste huyen del peligro de parecer charlatanes parlanchines (¿estás oyendo Trump?, porque en todas partes se cuecen habas). Otro problema para ellos, es que es más fácil saber qué traen en el cráneo… si traen.

Uno no es nadie para dar consejos, pero tal vez la actual Presidenta debiera recapacitar en que es muy difícil hablar tanto sin meter la pata, sin echarse de cabeza y sin hacer el ridículo; tal vez debiera reconsiderar su decisión de intentar igualar el récord verbal de su admirado que es de no creerse:

El señor de los abrazos, sin discursos en eventos, según el detallado cálculo de Jesús Morales publicado en Posta, en sus 1,438 mañaneras, habló 2,505 horas con seis minutos y 48 segundos, equivalentes a 104 días, casi tres meses y medio de hablar sin parar. Que reflexione la señora del segundo piso: no se puede hablar tanto en público y salir indemne, se acaba por hacer el ridículo. Por favor.

Por cierto, del señor que NO vive en Palenque, al tenochca simplex pensante, nada lo asombra. Mentía como respiraba. En sus mañaneras soltó más de 115 mil mentiras, frases engañosas o no verificables. Nada más en su sexto informe (es un decir), el ‘Transformer’ de Macuspana, de todas las frases que dijo con datos comprobables con cifras y estadísticas de su propio gobierno, el 90% fueron falsas y con esa su cara de concreto reforzado y legua vulcanizada, repitió que el sistema de salud ya era mejor que en Dinamarca. De él nada asombra.

Al asumir el poder la actual Presidenta, este su texto servidor esperaba que siendo lo inteligente que es, se acabaría esa catarata de saliva y engaños. Y eso parecía porque habla menos y es menos imprudente, pasándole por alto su reiterada defensa del que le dio el bastón de mando de juguete de palo aquél, aunque en rigor, sea engañar su apología del visitante frecuente a Badiraguato.

Lamentablemente, el viernes pasado ya la conocimos. Por partes: Nacional Financiera (Nafin), que es del gobierno federal (de Hacienda), transfirió a la Tesorería de la Federación (que también es de Hacienda), más de 10 mil millones de pesos, que había en cuatro fideicomisos del Poder Judicial. Fideicomisos administrados por el Consejo de la Judicatura Federal (CJF), cuyo dinero se depositó en Nafin bajo su responsabilidad, como fideicomitente.

No se necesita ser un experto en finanzas ni en derecho para saber que para que Nafin hiciera cualquier movimiento de ese dinero que tiene dueños, necesitaba que los dueños se lo ordenaran (reunidos en Consejo, pero no enredemos más).

Nafin nada más le informó a la Judicatura “¿qué crees?, tu dinero se lo regalé a la Tesorería”, que es como si a usted, su banco le dice que su depósito se lo entregó a Hacienda, nomás por sus pistolas. Y más grave porque esos fideicomisos estaban trabados mediante amparos precisamente para que el gobierno federal no se los robara. Se los robaron. Tan frescos.

Es triste que la Presidenta haya defendido ese robo; dijo el viernes: “No hay nada irregular ni ningún problema. Esos recursos no pueden quedarse en unos cuantos de la Corte”.

Señora, esos recursos deben quedarse en “esos cuantos de la Corte”, porque son de ellos. No son de Hacienda ni de usted, son de la Corte, ¿quién es usted para decidir que “no pueden quedarse” su dinero los dueños del dinero?

Agregó la Presidenta que lo que le robaron al Poder Judicial, será destinado al Issste y al Magisterio. O sea, Robin Hood con falda. Y Claudia Hood no necesita que la Cámara de Diputados defina en qué se ejerce el dinero. Todo mal.

El que toma lo ajeno sin permiso, roba, el que roba es ladrón, este es un gobierno ladrón.

Después de esta tarjetita de presentación, Sra. Sheinbaum, ya sabemos que fingió todo el tiempo. La confianza se acabó. Aquí se rompió una taza y cada quien para su casa.

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