Galimatías/ Ernesto Gómez Pananá
El calendario tradicional-católico en aquella casa era el eje central de sus actividades: elaborar el nacimiento y realizar “la nacida” y “la sentada” del Niño Dios, el novenario de la Virgen de La Candelaria y la rigurosísima Semana Santa. Igual de importante la conmemoración de los difuntos en noviembre: el día primero las almas de los niños -y las niñas y les niñes- y el día dos las almas de los adultos.
Los preparativos del ritual eran contundentes y frenéticos: el corredor de la casa se inundaba de aromas diversos al por mayor. Se trataba de una fiesta para recibir a los que ya se habían ido y su visita ameritaba preparar los mejores tamales, ya fueran de bola, de chipilín con queso o de mole. A veces también de cambray o de verduras. Una noche antes se preparaba el maíz y al día siguiente tocaba llevarlo al molino para que la masa estuviera lista. Más tarde, en torno a una mesa enorme se congregaban vecinas, parientes, alguna visita, todas en equipo confeccionando cada envoltorio de masa y secretos culinarios.
A la par, se partían enormes calabazas y los trozos se mezclaban con panela para elaborar el dulce tradicional.
Del mercado llegaban los caballitos, los gaznates, las melcochas. También el chicharrón de barriga. Los cigarros y el aguardiente no podían faltar. De niño me podía imaginar a los difuntos robándose y comiendo un gaznate. Me costaba trabajo imaginarlos fumándose unos Delicados.
Poco a poco, la ofrenda iba tomando forma, poblándose con las imágenes de la novela familiar. Imágenes de Lola, de Papá Genaro, de Ricardo, de Mateo Genaro, de tía Chata y de la prima Chayo, de Matilde. Un desfile de rostros entre surreales y místicas a las que se honraba en esas fechas. Mi Comala, mi Macondo, mi Itaca. Los muertos que dan sentido a la vida.
La combinación de aromas era única: El cempasúchil y los alcatraces por si mismos tenían enorme presencia pero no bastaban.
El tercer ingrediente era fundamental: al pie del altar, un recipiente de barro, una especie de copa. Llegado el momento, se llenaba de trocitos de madera y se le prendía fuego: el humo y el peculiar perfume del estoraque eran la señal de que las almas habían emprendido el camino de vuelta para visitarnos una noche. El ambiente se tornaba místico, como una respiración sostenida. Como una espera.
Décadas después, ese aroma es huracán que mágicamente despierta esa miríada de recuerdos. Hasta el año próximo doctor. Hasta el año próximo Tomás. Buen camino de vuelta.
Oximoronas 1
Inundaciones con centenares de damnificados en España dejan dos “red-flags” de mediano pero inevitable plazo: el principio del fin de la monarquía se anuncia entre abucheos y reclamos; el cambio climático ya no es un futuro, es un tsunami que ya está aquí y nos arrasará. Por fortuna, en Chiapas podrán fallar muchas cosas pero nunca un pronóstico meteorológico oportuno.
Oximoronas 2
En 48h sabremos si Kamala ganó el voto popular y también el colegio electoral o si ganó solo el voto popular y es Trump quien gobernará EEUU del 2024 al 2028. De ganar el neoyorquino, para México “serán solo cuatro años”, si, pero debajo del agua, sin tanque de oxígeno, con maremoto y tiburones. Pronóstico reservado.
Oximoronas 3
También en 48h sabremos cómo votan los once ministros el proyecto de sentencia del -todavía- ministro González Alcántara-. Su propuesta permitiría avanzar en la transformación del poder judicial mitigando las turbulencias procesales y financieras que implica el cambio total. Veremos.