Boycott: La Feria

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Sr. López

En el Centro de Adiestramiento en que fue domado su texto servidor (otros niños le decían ‘casa’), uno se enteraba que había pleito entre la mamá y el papá, porque la mamá de repente empezaba a dormir en la recámara de alguno de nosotros. Bien sabía la dama domadora lo que hacía. La cosa no pasaba de tres noches. El papá iba por ella, sin decir palabra la cargaba al hombro (1.50 de estatura contra 1.85 de pura fibra), la llevaba a la recámara de ellos… y se arreglaban. Le digo, bien sabía cuál era el talón de Aquiles del señor (no era el talón). Siempre ganó ella.
Se llamó Charles Cunningham Boycott (1832-1897), le decían ‘capitán’, sin serlo. Era de pocas pulgas, malos modos, férreo y muy cruel. Un conde perfectamente olvidable, lo contrató para administrar parte de sus muy extensas tierras en Irlanda. El contrato incluía 250 hectáreas para el provecho de don Charles.
Entonces y gracias al barbaján de Oliver Cromwell, las tierras en Irlanda habían pasado a propiedad de ingleses y los irlandeses quedaron de aparceros, con obligación de trabajar las tierras y pagar renta por ello. Tiernos los ingleses.
El tal Charles pronto se ganó la animadversión de los granjeros y campesinos inquilinos de las tierras del conde y las de él. Cobraba a rajatabla los arriendos y ponía multas desorbitadas con cualquier excusa. Así, a fines de la década de 1870, hubo una serie de malas cosechas, pero malas, había hambre en el campo, pero don Charles no aflojaba y para peor, empezó a desalojar tierras expulsando a los campesinos. Una lindura el tipo.
Pero, ya existía la Liga Agraria para tratar de defenderse de tantos abusos; el líder era un parlamentario, Charles Stewart Parnell, quien en un discurso que levantó ámpula, dijo a los campesinos que debían “evadir y despreciar en todo lugar y momento a quien haya desalojado a otro ser, dejarlo solo, aislarlo de resto del país, como si fuera un leproso”.
Hay quien sostiene que a Parnell no se le ocurrió la idea sino que la adoptó de la ‘National Negro Convention’ de 1830 en los EUA, que promovió que no se comprara nada producido por esclavos. Puede ser, da lo mismo.
Los granjeros y campesinos inquilinos de don Charles, agarraron la idea al vuelo; lo segregaron, nadie le hablaba, parecía transparente, nadie le compraba ni le vendía nada, nadie trabajaba sus tierras, la servidumbre dejó de ir a su casa, no tenía quien le lavara unos calcetines, ni le hiciera el té; el ferrocarril no transportaba nada de él y ni el correo le llevaban. Era menos que un fantasma, una nada el “capitán”.
La cosa creció y llegó primero, a la prensa de Irlanda, después, de Inglaterra y luego a la de los otros países de habla inglesa. Escandalazo. Pero la opinión pública se puso del lado de los campesinos. Como lumbre corrió por Irlanda esa estrategia para oponerse a los abusos.
Ese segregar al explotador, ese ostracismo impuesto por todos, tenía una ventaja enorme: no era ilegal, no había recurso jurídico para prohibirlo, pues además de que era parte del ‘common law’ (derecho consuetudinario del Derecho inglés), es fácil de entender que así como hay el derecho legal a relacionarse personal o comercialmente con quien cada quien quiera, lo contrario también es legal; no hay ley que obligue a ser amigo de nadie, ni a tener tratos con quien uno no quiera.
Así, los campesinos descubrieron que tenían poder, mucho poder y el Parlamento británico a querer o no, se informó de la situación en Irlanda (como si no supieran), y aprobó leyes entre 1879 y 1909, que redujeron drásticamente la renta de la tierra y permitieron que los campesinos la compraran. Un triunfo por todo lo alto. El 1 de diciembre de 1880 el tal “capitán” Boycott se fue a Inglaterra, hasta su muerte; que no descanse en paz sería lo correcto, pero se oye feo.
Parece que fue el diario The Times, el que por primera vez usó la palabra ‘boycott’ y ‘boycotting’ como verbo, para referirse a ese estilo tan eficaz de resistencia. Ya luego en 1888, la incorporó el Diccionario Oxford, definida como “negarse a comprar un producto o participar en una actividad como forma de expresar una fuerte desaprobación”. Y así llegaron a nuestro idioma las palabras boicot, boicotear. Servido.
Ya estará usted pensando que le importa poco nada de esto. Bueno, sí, pero este junta palabras después de leer los 18 periódicos que se lee diario (en serio), llegó a la conclusión de que tal vez fuera prudente hablar menos de lo que está pasando en México.
Lo anterior a menos que a usted no le alborote el sistema digestivo, enterarse que ayer el Presidente dijo que con todo y el nerviosismo de los mercados, la reforma al Poder Judicial va y va en septiembre, y que por nada cejará en su idea suya de él (y de Evo Morales), de que los jueces sean elegidos por votación popular… porque así se acaba la corrupción. Hilarante.
Y ya en estas, le cuento que ayer el Banco de México emitió una nota que dice entre otras cosas: “(Que) se mantiene atento y vigilante a la evolución de los mercados financieros en el País para tomar, en su caso, las acciones que se requieran (…) Este comportamiento (del peso) se ha deteriorado de forma importante en las últimas semanas (…) la posición financiera del sector público, de enero a marzo, tuvo un déficit mayor al anticipado (…)”.
Sigue la nota: “(…) la calificación crediticia soberana aún enfrenta retos importantes, entre los que destacan los relacionados con la posible necesidad de consolidación fiscal tras un mayor déficit este año, especialmente en un contexto de continuidad del apoyo financiero a Pemex, así como retrocesos inesperados en la gestión macroeconómica o en las relaciones entre los socios del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) (…) cabría anticipar que las primas de riesgo asociadas con México aumenten, lo que podría motivar una disminución en los flujos netos de capital al País y, en términos más generales, un deterioro de su perfil de riesgos macrofinancieros”.
¿Ve?, mejor hablemos del Boycott.

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