Borrón y cuenta nueva: La Feria

0

SR. LÓPEZ

Tío Remi (Remigio), era un señor de 1.50 de estatura y diámetro, casado con tía Elena (de las de Toluca), que no era una beldad, pero sí normalita. Tío Remi era bueno para dos cosas: hacer dinero (con una refaccionaria que tenía diario más gente que la Basílica de Guadalupe), y para bailar (era un trompo). Tuvieron dos hijos, Toñito, que salió a su mamá y Elenita que salió a su papá (de estatura y diámetro). Como tío Remi adoraba a su nena y le sobraba el dinero, Elenita fue siempre la bastonera principal de los desfiles de la escuela (le aplaudía mucho la gente; la gente es buena), reina de todas las fiestas escolares y de su generación en la prepa. Tío Remi pagaba todos los eventos. Su fiesta de 15 años fue con tres orquestas pues estaba claro que boda no iba a haber nunca. Y no hubo.

Definiciones van, definiciones vienen. Democracia es a fin de cuentas un sistema político en el que todos los integrantes de la sociedad son iguales, tienen los mismos derechos, sujetos a las mismas leyes, gobernados por quienes eligen directa o indirectamente.

El fundamento mismo del concepto tiene un fallo: no todos somos iguales. Tendremos los mismos derechos, pero no somos iguales. El principio de igualdad es una fantasía simpática, grata al oído, pero falsa: somos desiguales y unos necesitan más ayuda que otros y otros tienen mayor obligación de ayudar a los demás, a menos que piense usted que es igual el hijo de una tepehuana nacido en una choza, piso de tierra, en la helada sierra de Durango, que un robusto nene en el Hospital Inglés, hijo de banquero.

Otra mentirijilla sobre la democracia es eso de que elegimos libremente a quienes nos gobiernan…. no, para celebrar elecciones, antes debe haber alguna organización de la sociedad y como es imposible que nos ordenemos solos, otros lo hacen en nuestro nombre, sin andar pidiendo opinión a nadie (antes, a garrotazos o balazos, sin pudores). Los países, todos, después de algunos baños de sangre, adoptan leyes y los que las hacen le dicen a los demás, son las meras buenas, y los hacen respetarlas, a palos y ya luego porque entienden que es mejor la ley que los palos. Jamás se ha visto a la masa  aprobando jubilosa las leyes, cantando tomados de la mano el “Himno a la Alegría”.

En México, en 1917, con Carranza nos salió bien el asunto: metió a 151 a un teatro en Querétaro (la prensa de la época habla de 215, sabrá Dios); les dijo que ellos eran “diputados del Congreso Constituyente” y aprobaron lo que antes redactaron cuatro señores (José Natividad Macías, Luis Manuel Rojas, Félix F. Palavicini y Alfonso Cabrioto). Después de años de guerra civil, pues la Revolución terminó el 31 de mayo de 1911, cuando don Porfirio se trepó al Ypiranga en Veracruz y se fue a Europa (lo despidió Joaquín Pardavé en el muelle… si vio la película), salimos con una Constitución muy decentita (para asombro del mundo).

Siguió el reguero de sangre hasta 1929, cuando se impusieron tres gallos (Obregón, Calles y De la Huerta, todos de Sonora). El chistecito nos costó por ahí de 900 mil muertos, sin contar los fiambres por epidemias: nada más la de influenza causó medio millón de velorios anticipados (según el investigador del Colegio de México, Javier Garciadiego, con los análisis estadísticos del profesor Robert Mc Caa, de la Universidad de Minnesota, quien añade 550 mil no nacidos y 200 mil emigrados; nadie sabe cómo sacó la cuenta de embarazos faltantes, raro).

Total, aburrida la gente de estarse matando, se empezó a construir el país (no reconstruir, nótese la fina distinción): muy bien.

Para darle apariencia creíble al régimen de los sonorenses había que hacer como que los gobernantes llegaban al poder por voluntad de la gente, pero es más fácil tejer con alambre de púas que poner de acuerdo a millones; para eso se inventaron los clubes de poderosos, que llaman partidos políticos, encargados de repartir rebanadas de poder y de plantar en las ciudadanas narices la boleta con los nombres de quienes son candidatos a los puestos de elección popular, sean o no populares (recuerde a Zedillo).

En el caso de México, originalmente, fue un solo partido, el Nacional Revolucionario (fundado por Calles en 1929); que pasó a Partido de la Revolución Mexicana en 1938, y a PRI, en 1946. Siempre ganaba la presidencia (y todo: era dueño de la cancha, el balón, los equipos, los árbitros y las porras). Para aparentar que la gente elegía entre melón y sandía hubo otros partidos (el Revolucionario de Unificación Nacional -1939-; la Federación de Partidos del Pueblo Mexicano -1945-; el Popular Socialista -1948-… etc.). Los seriecitos fueron solo el PRI; el PAN, fundado en1939 y después el PRD, en 1989.

El PRI desapareció el 3 de enero de 2013, en su 21 Asamblea General, adoptando los estatutos que impuso el ya para siempre “ex”, Peña Nieto (quien  ganó las elecciones con un ideario que cambió a los dos meses de aposentar sus ya presidenciales nalgas en La Silla… legalmente impecable, éticamente, ilegítimo).

PAN, PRD y PRI, se aliaron y se desdibujaron todos: así les fue (hay otros partidos que equivalen a las chicas del coro). Parecía que Peña Nieto se salía con la suya… pero, ¡hay un Dios!, lo que no podía pasar, pasó: AMLO es presidente y ahora urge que vertebre a Morena, para que sí sea partido político (aún no es), que tenga vida propia y sea competitivo sin importar quién esté al frente: no hay nadie inmortal y si un partido depende de una persona, que se ahorren gastar en oficinas (así le pasó a los seguidores de Lombardo Toledano, murieron él y su partido, el Popular Socialista).

Esperemos que AMLO, se dé cuenta: se acabó el cuento.

La política en México se debe revitalizar, renovar y acabar con la corrupción que significa hacer de los partidos, clubes de intercambio de favores.

Eso o vamos a acabar mangoneados por organizaciones ciudadanas, dirigidas no pocas desde el extranjero, sin representar nada sino a sí mismas.

La política, sí necesita un borrón y cuenta nueva.

Deja una respuesta