Abiertas y francas: La Feria

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SR. LÓPEZ

Tío Óscar, casado con tía Marita (lado materno toluqueño), no era bueno más que para hacer hijos: 17 tuvo. Por lo que fuera, pero tío Óscar daba muy de vez en cuando el gasto, aunque él vestía bien, traía buen carro y no era raro verlo en restaurantes de postín. La casa realmente la mantenía un tío de él, Samuel de nombre, que pagaba la renta, la luz, daba algo del gasto diario y todo anotaba en una deuda que parecía y era impagable, a consecuencia de lo cual, tío Samuel disponía y mandaba en casa de tío Óscar. Las hijas e hijos fueron creciendo y cuando hubo el suficiente número de mayores de edad, le prohibieron al tío Samuel pisar su casa, a su papá le dijeron que él pagara lo que debiera y lo echaron. Colorín, colorado y fueron muy felices porque con 17 sueldos tía Marita no volvió a pasar penurias.

La primera “fiebre del oro del mundo moderno”, fue la de España en América. Luego, en su segundo viaje, Colón trajo caña de azúcar y entonces sí todo fue coser y cantar, porque junto con la caña y los esclavos negros: ¡a barrer dinero!

Para el siglo XIX, los yanquis pensaron que les convenía era echar a patadas a  los imperios europeos y el presidente James Monroe, propuso que la influencia de su país empezara en América (Doctrina Monroe: “América para los americanos”). El autor del discurso con que se proclamó esa “Doctrina”, fue el entonces secretario de Estado, John Quincy Adams (luego fue presidente de 1825 a 1829), quien escribió un memorándum a Monroe, dejándole claro que los EUA “(…) dependían de su posición en el comercio internacional y debían asegurar los ‘intereses pecuniarios’ de todos sus ciudadanos, quienes participaban y se beneficiaban del comercio hemisférico (…).

Siempre han pensado así: George Washington, en 1796 (el 17 de septiembre), dijo: “Europa tiene un conjunto de intereses elementales sin relación con los nuestros o si no muy remotamente”; y Thomas Jefferson (1743-1826), proclamó: “América tiene un Hemisferio para sí misma” (no me haga mucho caso, creo que lo dijo en 1813… total).

El presidente que urdió el robo de la mitad de nuestro territorio (James Polk), desde 1845 apoyó con fundamento en la “Doctrina Monroe” la anexión Texas y del territorio de Oregón.

Los gobernantes de los EUA tenían claro su proyecto y sus empresarios trabajaban como si el mundo se fuera a acabar, de manera que crecían y crecían (a costillas de sus esclavos y sus trabajadores también), y se fueron fortaleciendo en serio. Pasada la Guerra Civil (de Secesión, de 1861 a 1865), siguieron con su plan y organizaron la “Conferencia Panamericana de Washington”, que duró seis meses entre1889 y 1890, de la que nació la inmensa mentira (que ellos se encargaron de hacer realidad), del “Destino Manifiesto”, mediante la cual se arrogaron “el derecho y deber” (?) de liderar nuestro hemisferio, en todos los órdenes (económico, político y militar). Mientras en Latinoamérica, los gobernantes se daban la vida padre,  los ricos se abanicaban en su hamaca, los trabajadores estaban cada vez peor y los pobres… bueno, esos tenían ¡cincho! la entrada al Cielo, porque de ellos es ese Reino (¿de qué se quejan?).

Para que no vaya usted a pensar que este López carga las tintas porque le cae en la mera puntita del hígado el tío Sam, lea lo que escribió el senador republicano Albert J. Beveridge (1862-1927):

“Las fábricas americanas producen más de lo que el pueblo americano puede usar. La tierra americana produce más de lo que el pueblo puede consumir. El destino ha esbozado nuestra política. El comercio mundial debe ser y será nuestro. Y lo lograremos tal como nos enseñó la Madre Inglaterra. Estableceremos puestos comerciales en el mundo entero, como centros de distribución de bienes americanos. Cubriremos los océanos con nuestra marina mercante. Construiremos una marina de guerra acorde con nuestra grandeza. Grandes colonias nacerán alrededor de nuestros puestos comerciales, autogobernadas pero bajo nuestra bandera y comerciando con nosotros. Nuestras instituciones seguirán a nuestros comerciantes en las alas de nuestro comercio. La ley americana, el orden americano y la bandera americana serán plantados en costas hasta ahora sangrientas, embellecidas e iluminadas en el futuro, por estos instrumentos de Dios”. No le falló una.

Mientras en nuestra risueña patria nos estábamos haciendo garras entre masones yorkinos y escoceses, entre liberales y conservadores, los yanquis construían algo que hoy es gigantesco. Acá hacemos risibles “planes sexenales”; allá piensan por siglo, sin muchos escrúpulos éticos, claro, pero ellos juegan para ellos.

La Guerra de las Malvinas entre Argentina y la Gran Bretaña (del 2 de abril al 14 de junio de 1982), mediante la que Argentina pretendió recuperar lo que es suyo, quitó para siempre el antifaz a la Doctrina Monroe; la Gran Bretaña no hubiera ganado sin el apoyo yanqui (dinero contante y sonante, abastecimiento de combustible y armamento, asesoramiento sobre contramedidas electrónicas, funcionamiento de explosivos y reorientación del satélite militar con que espiaban a la región soviética; así como la oferta de “prestarles” su marina armada destacada en Guam). El Destino Manifiesto.

Piensan igual hoy que entonces: en febrero de 2013 el entonces Secretario de Estado Rex Tillerson declaró que la “Doctrina Monroe (…) fue claramente exitosa (…) es tan relevante hoy como lo era el día en el que fue escrita”.

Y apenas el 3 de marzo de este año, John Bolton, el asesor de seguridad nacional del presidente Trump, dijo: “No tenemos miedo de usar la palabra Doctrina Monroe…” ¿Más claro?

Bueno… esperemos que se considere algo de esto al expresar al tal Trump (tuitazo presidencial del 8 de junio pasado; 18:22 horas): “Conversamos por teléfono con el presidente Trump (…) en Tijuana diré que al presidente de EEUU no le levanto un puño cerrado, sino la mano abierta y franca (…)”

Así son las cosas, que no nos doren la píldora, y es en plural: abiertas y francas.

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