LA FERIA/Sr. López
Tía Rosita, la que vivió 117 años, nunca le pidió un peso a nadie pero siempre tenía y no poco. Ya ochentoncita, le dio por dar posada en su casona, a familias enteras de menesterosos y aparte, los alimentaba.
En la familia, muy preocupados, pidieron a tío Artemio que la hiciera entrar en razón, eso podía acabar en tragedia. Pero tía Rosita después de oírlo, le dijo: -En mi casa y con mi dinero, hago lo que quiero… y tú, Artemio date por desheredado -y se murió en su ley.
A veces damos por buenas cosas porque suenan bien o porque mucha gente las sostiene y ni modo de ir contra corriente.Un ejemplo es que se debe detener la “explosión demográfica”; mentira, el problema es el decrecimiento de la población: en regiones del mundo ya muere más gente de la que nace; China pierde cerca de dos millones de población al año; Rusia anda arriba del millón; lo mismo en casi toda Europa; México, ya está en ese problema: la tasa de fecundidad para conservar la población, es de 2.1 por mujer, y en 2024 según el Inegi, ya bajó a 1.6… y calladitos nuestros gallardos políticos, total, ni quien ande contando vecinos.
Otra aceptada y falsa, es eso de los derechos humanos (no se ponga así, lea tantito más): los derechos humanos están de rechupete, pero no son naturales, son una idea, estupenda si quiere, pero invención y a veces dan risa, como eso de que nuestra Constitución establece como derecho humano garantizado por el Estado, “la alimentación nutritiva, suficiente y de calidad” (les faltó poner “sabrosita”).
Lo de los derechos de las personas, no es ninguna novedad, vienen de antiguo pero sin babosadas.Los romanos por ahí del 240 a.C., ya tenían Derecho de Gentes (‘Ius Gentium’), complemento para los no-romanos, del Derecho Civil (‘Ius Civile’), válido para ellos, los romanos. Asunto viejo, a nadie importa (o sí).
Los derechos humanos, más como como los conocemos, empezaron en 1689 cuando el Parlamento Inglés puso como condición a Guillermo de Orange, para ser rey, que aceptara la Carta de Derechos Inglesa (‘Bill of Rights’), que limita las atribuciones reales, afirma las del Parlamento y así, las de la gente común. Claro que aceptó no se le iba a ir la corona por una firma.
En Virginia, EUA, antes de la Revolución Francesa, se proclamó en junio de 1776, la Declaración de Derechos, la primera explícita en su género, antes de su Constitución, que sostiene que todos los hombres son libres e independientes, con una serie de derechos de los que no pueden ser privados, ‘por naturaleza’. Suena rebonito.
En 1789, cuando la Revolución Francesa y el cortadero de cabezas, parieron la afamada Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano; que el papa Pío VI, condenó, no por su contenido sino porque los franceses no tenían autoridad para andar haciendo declaraciones universales, para toda la humanidad, que para eso estaba él, de parte de Dios. Aléguele.
Los derechos humanos no son ‘por naturaleza’, nadie serio encuentra el fundamento de los derechos humanos en la naturaleza. El gran filósofo Jacques Maritain participó en las deliberaciones de la ONU en 1948, y cuando se proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH), dijo: “Estamos todos de acuerdo con la declaración de los derechos humanos con tal que no se nos pregunte por sus fundamentos”.
La DUDH resultó de dos cosas: las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial y la santa terquedad de doña Eleonor, viuda del presidente Franklin D. Roosevelt.Como sea, la dichosa Carta Universal no fue tan universal: originalmente, no la firmó más de medio planeta: Arabia Saudita, Sudáfrica, China ni la URSS -Rusia y los países de Europa del Este-, porque la Carta imponía deberes a favor de los vencidos de la Segunda Guerra Mundial (60 millones de muertos después, no era fácil); y pretendía imponer a todo el mundo la democracia estilo yanqui (detalles en el artículo 21. 3 de la DUDH).
Aparte: sigue vigente y viva la discusión de que -puestos a inventar-, hay quienes prefieren los derechos que da la dignidad de ser hijos de Dios. Alégueles.No hay derechos humanos naturales, no hay democracias naturales ni sociedades naturales, todo lo hemos ido inventando en procesos históricos, como enseñaba el inmenso filósofo, Gustavo Bueno.Lo que hay son derechos legales.
Si no existe algo en la ley de un país, no existe el derecho natural a exigirlo aunque se exija. Y al hablar de derechos legales hablamos de dos partes: el que tiene el derecho y el que debe respetarlo. Lo demás es música de viento.
Y hay derechos que no lo son, como el derecho al descanso y a la diversión: ni el gobierno ni la gente, tienen obligación de apapachar o divertir a nadie. Tampoco lo es el derecho a un trabajo bien remunerado, que obedece a condiciones de mercado: nadie está obligado a contratar a nadie ni el Estado a darle chamba a todo mundo con los impuestos de los que se desloman. Faltaba más.
En los países civilizados el ciudadano cumple ambas condiciones, reclamar sus derechos y respetar los de los demás. Podemos llamar derechos naturales a los legales porque se oye mejor, pero siguen siendo derechos legales, por ejemplo el derecho a vivir y a la propiedad privada, que implican la obligación de no matar ni robar, pero el Estado los puede legalizar y lo hace (pena de muerte, expropiación).
¿A qué viene todo esto?, se preguntará usted. Viene a cuento de que nuestras leyes obligan a la admisión, ingreso, permanencia y tránsito, de los migrantes que por eso, sin papeles ni permiso, entran a México se plantan y exigen derechos que no tienen.
Esas leyes fomentan la migración y el sufrimiento indecible de los inmigrantes en nuestra hospitalaria nación donde son vejados.
Aparte, significan gastos nada menores que se pagan con los impuestos de los mexicanos que acá se fletan. Y ese derecho no lo tienen nuestros políticos, no con nuestro dinero, si tanto les duelen los migrantes que lo paguen de su bolsillo y que dejen de hacer caravana con sombrero ajeno.