Símbolos

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Galimatías/ Ernesto Gómez Pananá

I.
Habrá sido primero o segundo de primaria. No más. En la ceremonia cívica de los días lunes cantábamos nuestro himno nacional y enseguida, a coro, repetíamos también el llamado a los -las y les- compatriotas, a que, unidos como una sola patria chica, levantáramos una oliva de paz inmortal, diéramos paso al feliz porvenir y olvidáramos la odiosa venganza:

¡Compatriotas, que Chiapas levante
una oliva de paz inmortal,
y marchando con paso gigante
a la gloria camine triunfal!

Cesen ya de la angustia y las penas
los momentos de triste sufrir;
que retornen las horas serenas
que prometen feliz porvenir.

Que se olvide la odiosa venganza;
que termine por siempre el rencor;
que una sea nuestra hermosa esperanza
y uno sólo también nuestro amor.

No puedo entrar en la mente de mis compañeros de grupo de entonces, pero recuerdo que entonar aquel himno fue para este columnista la génesis de aquella incipiente identidad cívica chiapaneca, una noción del ser mexicano a la que antecedía el sentido de identidad y pertenencia local:
No somos los más ricos -como Nuevo León-, tampoco los más “modernos” -como la Ciudad de México-, tampoco los de la gastronomía más reconocida como Oaxaca o Yucatán. Tampoco hablamos con un acento cool como los chihuahuenses -¿o chihuahueños?- o los tapatíos. Acá usamos mucho la palabra “pues”, decimos “cola” en vez de fila o “sencillo” en lugar de “cambio” y por el intestino, a decir de muchos, no hemos dejado de ser un dolor de cabeza para el centro, un lastre económico y social para el país.

No obstante todo lo anterior, Chiapas también es cultura, es diversidad, es rebeldía, es historia. Chiapas es agua, es cielo, es selva. Chiapas habla en castellano pero también en zoque y en tsotsil, en tseltal, en mam, en chol y en tojolabal. Chiapas tiene un sentido de identidad que nos hace singulares.

En la clase de geografía e historia de nuestro estado, además del Himno a Chiapas, conocí el escudo heráldico chiapaneco, una especie de insignia estatal, una bandera local de fondo rojo, con las paredes del Cañón del Sumidero protegiendo al Río Grijalva, un par de leones, un castillo y una palmera y en su parte superior una corona. Yo no lo sé, estimados dieciocho lectores -lectoras y lectoros-, yo no sé si así sucede en Dinamarca, pero si sé que la génesis de mi identidad cívica chiapaneca, entonar su himno e identificar su escudo me hicieron sentir desde entonces un enorme orgullo y un profundo compromiso.

II.
En la historia universal, los himnos y los escudos nacieron de dos impulsos humanos fundamentales: celebrar y proteger. Uno es voz convertida en canto; el otro es brazo alzado que blande un metal y ambos —desde su origen— han servido para unir ante las amenazas.

En la Grecia antigua, el hýmnos era un canto sagrado: palabra y melodía entrelazadas para venerar a los dioses y a los héroes. Los himnos homéricos abrían los templos con la voz, transformada en plegaria. Roma heredó esa costumbre y la vertió en su lengua: hymnus, el canto que evocaba las victorias o acompasaba los ritos. Con el cristianismo, aquel canto de guerra y alabanza se volvió plegaria, y con los siglos, al llegar la modernidad, mutó una vez más: el himno se secularizó y se convirtió en la voz de los pueblos. Ya no se cantaba a Zeus o a Cristo, sino a la patria; la nación tomó el lugar de la divinidad, y la música volvió a ser ceremonia.

El escudo, por su parte, surgió del miedo. Scūtum lo llamaban los romanos: una plancha de madera y bronce que protegía el cuerpo del arma enemiga. Era defensa, pero también forma: superficie curvada que, al repetirse en filas, formaba una muralla humana. Con la Edad Media, el escudo cambió de función: de instrumento de guerra pasó a ser soporte de símbolos: Sobre él se dibujaban animales y signos que con colores simbolizaban linaje, fidelidad y honor. Ahí nació la heráldica, donde la sangre derramada se transformó en emblema. Y cuando los reinos dieron paso a los Estados, esos mismos escudos se vistieron de bandera: ya no pertenecían a un señor, sino a una nación entera.

El himno y el escudo son hoy día símbolos de identidad de los pueblos, constituyen una especie de liturgia civil moderna: el escudo se mira, el himno se canta, uno protege con la forma, el otro afirma con la voz, y juntos condensan la paradoja de toda identidad: el deseo de permanecer y la necesidad de manifestarlo.

III.
De algunas semanas a la fecha, en Chiapas se habla, se especula y se rumora respecto de un cambio en su escudo, arguyendo la pertinencia de descolonizarlo o de crear uno nuevo que resulte más incluyente. No me asumo en modo alguno como experto en el tema. Solo hablo desde mi perspectiva ciudadana y patriota.

Por supuesto que la historia es dinámica, y por supuesto también que quienes escriben la historia suelen ser los vencedores. Bajo esta óptica, sin duda que debiera existir el espacio para análisis serios y profesionales que permitan complementar y enriquecer el escudo actual, particularmente en lo que toca a que, a la par que se siga reconociendo nuestro origen colonial, se reconozca también nuestro origen maya en todas sus variantes, entendiendo que un escudo no es un mosaico ni un collage en el que figura explícita y rigurosamente todo lo que somos, sino una especie de sello, de símbolo sintético que acrisola y representa figurativamente todo lo que somos: al igual que el himno, una metáfora en la que cada uno y todos nos sentimos identificados. Metáforas en las que caben todos los muchos mundos que nos hacen ser lo que somos.

Oximoronas 1

En Veracruz se requieren análisis y declaraciones ligeramente menos frívolas. ¡Fuerza Poza Rica!

Oximoronas 2

México arrollado 0-4 por Colombia, a menos de un año del mundial trinacional. Nuestro futbol es la analogía más nítida y contundente de lo que decimos que somos sin serlo: Somos México porque somos mexicanos, no somos Noruega -o Dinamarca- porque no somos noruegos.

Oximoronas 3

Flaco favor se le hará a Chiapas y a su historia, si en una muestra de ignorancia y lisonja, los pretendidos cambios al escudo chiapaneco pasan por sustituir los leones por jaguares -en una de esas hasta negros- y el fondo de color rojo por un guinda partidistanopartidista. Ojalá y no sea esa la idea. Ni Morena ni el gobernador necesitan de tan rústicos favores.

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