Gobierno bonsái

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LA FERIA

Sr. López


La abuela Elena (nomás no lo ande contando), mantenía al buenazo del abuelo Víctor. Ya ancianita y largamente viuda, este imprudente menda le preguntó sobre eso y mirando a nada, como cuando recuerda uno, dijo: -… siií… tan guapo tu abuelo… lo del dinero no se le daba… pero era muuuy cumplidor -por preguntón, si ya sabía que nada le daba pena decir.

¿Hay jefes de Estado que se propongan gobernar mal?… no, nunca; lo que hay son jefes de Estado que gobiernan mal. Clarito. ¡Ah!, y tampoco hay jefes de Estado que acepten que son una facha, que gobiernan con lo que se usa para sentarse, con la habilidad de un chimpancé arreglando relojes.

El asunto es que a veces, para unos, el gobierno es una birria mientras a otros, ese mismo gobierno, les parece estupendo.

Para que no piense usted que este menda quiere torcer el orden de las ideas para arribar a una conclusión preconcebida, revisemos el caso de la URSS con Stalin: para unos su gobierno fue el infierno en la Tierra, en tanto que para otros, era una maravilla (sabiendo ambos que mandaba cientos de miles al Gulag en Siberia, a que si no los mataba el frío, regresaran domados). Otro caso nítido: la España de Franco, para unos fue una bendición del Cielo, para otros una dictadura criminal.

Así las cosas, conviene intentar definir qué es un mal gobierno, porque los hay de muy mala calaña sin importar su ideología. Pinochet en la derecha, fue infame. Castro en la izquierda, fue igual. Y se disculpa este junta palabras por usar al desgaire eso de ‘izquierda’ y ‘derecha’, pero nos entendemos.

Para precisar qué caracteriza a un mal gobierno, puede uno recurrir a los de siempre, por ejemplo, a Platón, que en la ‘República’ (libro VIII para que no batalle), describe como mal gobierno al que es corrupto, injusto y falto de sabiduría; y agrega que las peores formas de gobierno son la tiranía y la democracia, de la que lo mejor que pudo decir fue que era “una forma agradable de anarquía” (viendo bien las cosas, no andaba tan errado don Platón); pero aquí importa que corrupción, injusticia y falta de sabiduría, son divisas del mal gobierno.

También hay malos jefes de Estado por simple ineficacia personal, por carecer de las virtudes que exige el gobernar (prudencia, fortaleza, justicia y templanza), acompañada de falta de sabiduría. Y por lo mismo, por su falta de pericia, lo quieran o no, sus gobiernos incuban corrupción e injusticia.

Es interesante que pensadores, catedráticos y filósofos modernos, al definir qué es un mal gobierno, llegan en esencia, a lo mismo que don Platón dijo hace 2,400 años, al detallarlo como el ejercicio incompetente del poder.

Por si está usted pensando que este su texto servidor desvaría como aquél hidalgo que por leer de claro en claro y de turbio en turbio, se le secó el cerebro y perdió el juicio, le anticipo: ya vamos llegando a Pénjamo. La cosa es con la Cuatroté.

Ese ejercicio incompetente del poder se manifiesta de varias maneras: autoritarismo individual o de grupo; falta de transparencia (no rendir cuentas); ineficiencia administrativa; desatención de las necesidades de la población (que constituye la injusticia social, el no procurar ni impartir de justicia; no proporcionar seguridad pública ni los servicios básicos de salud, educación); y claro, corrupción. Póngase listo porque los hay que cumplen con todos los requisitos. Como nuestro caso de ogaño (si quiere póngale ‘h’, vale también).

Un mal gobierno, así visto, también desdeña las alianzas que exige el bien común y se interesa solo en las que sirven a sus propios intereses. Se le ocurre al del teclado ese recibir Morena cascajo de todos los partidos y sus arreglos con el partido Verde y el del Trabajo, que no son alianzas, son colusión (el pacto establecido para perjudicar a otro, dice el diccionario). Caso práctico: la reforma al Poder Judicial comprando senadores, extorsionándolos y forzando su inasistencia.

En el plano teórico y si le interesa de veras el asunto, léase ‘Gobernanza multinivel’, de la señorona Simona Piattoni, que explica la correcta toma de decisiones del buen gobierno, como la acción simultánea de la autoridad pública en sus diferentes ámbitos y jurisdicciones, con partidos políticos, organizaciones de la sociedad civil y también, por supuesto, movimientos sociales; con rendición de cuentas, por supuesto. Y también se le recomienda buscar en internet, artículos de Manuel Villoria Mendieta, inmenso catedrático que vale la pena leerlo (además, se va a divertir).

En el caso concreto de nuestro actual gobierno federal, hay un agravante mayúsculo: este régimen se construyó con mentiras, mintiendo y mintiendo en todo. No fue así en gobiernos impresentables como los de Stalin, Franco, Pinochet, cuantimenos en el de Hitler; a esos inicuos de la historia se les puede tachar con justicia de muchas cosas malas y pésimas, pero no de mentirosos. Mentir siempre tiene patas cortas y en política es de mediocres, como mediocre es el héroe de la Presidenta (y no se confunda nadie por su astucia, que eso sí es: taimado, artero, tortuoso y bribón, pero mediocre).

Sin meterse con eso de las 100 mil mentiras que dicen que dijo el señor de los Abrazos, bastan dos: que en México no se hacía fentanilo y que ya no había robo de combustibles a Pemex (huachicol, palabra horripilante).

Bueno, en lo que va del gobierno de la señora del segundo piso -al 8 de junio pasado-, y solo por la enorme presión de los EUA, se han desmantelado 994 laboratorios de fentanilo. Y del huachicol que solo nos expliquen la refinería ¡clandestina!, en Coatzacoalcos, Veracruz.

La Presidenta se está quedando sin margen de maniobra. No se espera que abjure de su antecesor al que todo debe (todo), pero sí que ya ejerza el poder sin temores; y ojalá entienda que la fortaleza de su gobierno no depende de la debilidad de la sociedad, los gobiernos sólidos los incuban sociedades fuertes. Señora, por el camino que va, su gobierno no será ni mal gobierno, será un gobierno bonsái.

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