En nuestras manos: La Feria

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Sr. López

Hubo una señora de la parentela (no es indiscreto este menda, nótese), que predicaba con molesta porfía las virtudes cristianas y juzgaba severamente cualquier “indiscreción” de otra señora (y más, de señorita). Era muy temida hasta que le colmó el plato a una tía muy brava, que en una sobremesa de domingo, estando ahí el marido, con pelos y señales, exhibió que la estricta dama le ponía cuernos… y no con uno: -Por eso tu necedad de aparentar lo que no eres… ¡mancornadora! -(Diccionario de americanismos.- mancornadora; Mx: mujer que tiene varios amantes… güila, pues). La dama se esfumó; su esposo hizo como que no oyó (ella lo mantenía). Rigurosamente cierto.

La democracia no está definida en ninguna ley (en ningún país); tampoco ningún tratado internacional ratificado, establece las características que debe tener un gobierno democrático ni las condiciones que debe respetar para serlo.

Habrá quien piense que no es nuestro caso, pues la Constitución establece que somos una república representativa, participativa y deliberativa. ¡Felicidades!… representativa es que otros disponen qué se hace; participativa se agota en votar y en engañosas “consultas populares”; y lo de deliberativa es de risa, son inexistentes tomas de decisiones mediante discusión colectiva.

El término democracia es tan elástico: la Alemania comunista se llamaba la República Democrática de Alemania; la República Democrática Popular de Corea, la del norte, es una dictadura infame. Hay muchos más ejemplos, falta espacio.

Lo que sí está bien definido son los derechos humanos y con fuerza de ley, aunque toda laya de infames, diga que los respetan, como el Putin, que aplasta a cualquier opositor (cuando se le va vivo), insistiendo en que él es demócrata y que respeta los derechos humanos. Esto certifica dos cosas:

Primera: que la ley es tinta sobre papel (el “imperio de la ley” no existe, la ley no es un virus), la ley es lo que personas concretas con poder, hacen, respetando o no la ley; y lo segundo: que todos estamos a lo que le venga en gana a la persona con poder, excepto cuando hay verdaderos contrapesos de parte de la sociedad (sin el adjetivo “civil”), y de las instituciones oficiales previstas en la misma ley. ¡Ah, bueno!

Aclaremos: tal vez no sepamos con precisión jurídica qué es la democracia, pero todos sabemos cuando no la tenemos. Nadie se levanta por la mañana diciendo “¡yupi!, ¡un día más con democracia!”, nunca. La democracia es como las muelas: nadie piensa en ellas hasta que le duelen. La gente hace su vida -al día a día-, sin pensar en la importancia de cuidar la democracia, es como el aire: a nadie le preocupa perderlo, excepto al ahorcado.

Por eso, no estorba tener presentes algunos síntomas de que la cosa va mal, que se está torciendo, que la democracia concretada en el respeto a los derechos humanos, se va diluyendo, que se puede perder, como que la discusión política esté monopolizada por los partidos (dolió, ¿verdad?); que se censure o controle a los medios de comunicación, mediante amenazas o sobornos (México, ¡creo en ti!); que se sofoque a las organizaciones no gubernamentales, por ejemplo, limitando o eliminando sus fuentes de financiamiento (tome ejemplos de las mañaneras); y -lo más grave-, debilitando el Estado de derecho.

Eso último hace reflexionar en que un prospecto de gobierno autoritario no logra su objetivo sin el apoyo cómplice de los legisladores; así, quien tiene esa pulsión de ser autoridad única y máxima, requiere a rajatabla contar con la mayoría suficiente para poder modificar leyes y constitución conforme a sus dictados (y dictando, dictando, se es dictador).

Se le pasó al junta palabras mencionar otro síntoma de que hay que ponerse en alerta: entre más usa la palabra democracia y sus variantes un político, más hay que dudar de él (o ella), igual que cuando insiste en su honestidad. Ese discurso ni se le ocurre a quien es demócrata, ni a quien es honrado. Piénselo.

Ayer, la Presidenta electa negó que la súper mayoría que han conseguido en el Congreso, sea preludio de una dictadura, dijo: “Falso (…) luchamos por que México sea un país democrático (…) -es el- pueblo de México que quiere más democracia (…) democracia, democracia, democracia, pero una verdadera democracia (…)”. Seis veces, democracia. Oración sugerida: Ángel de mi guarda, mi dulce compañía.

Si le preocupa a usted eso de “pero una verdadera democracia”… ¿qué será para la señora una verdadera democracia?, ya pronto nos vamos a enterar, es más serio que también dijo: “Lo que están decidiendo nuestros legisladores, legisladoras, es lo que quiere el pueblo”. ¡Acabáramos!

O sea, esos dóciles y dúctiles tribunos cuatroteros, aparte de los que venden, rentan y prestan sus votos, saben lo que quiere el pueblo (si es que el pueblo sabe lo que quiere), y eso van a decidir. ¡Cuánta bondad!, ¡cuánta sabiduría!… y uno pensando en que van a hacer exactamente lo que le vino en gana al Presidente saliente, con intención de probar a la Presidenta entrante, que con ellos, cuenta, y esperan que se los reconozca, con lo que sea su voluntad (se recibe efectivo, depósito o tarjetas de esas, anónimas, de débito, con amplio saldo).

La esperanza muere al último. Hay quien confía en que desde la Casa Blanca le truenen los dedos a doña Sheinbaum. Puede ser, pero ella sabe que tiene a don Ebrard a sus órdenes para que se comprometa en secreto a lo que les ordenen allá, así nos hizo “tercer país seguro”, para recibir migrantes al mayoreo, y el Trump alardeó de que nunca había visto a nadie doblarse tan rápido.

Por si es usted distraído le cuento que ayer el Noroñas, al asumir la presidencia de la mesa directiva del Senado, anticipó: “(…) es la hora del pueblo… y los plebeyos y las plebeyas, hemos decidido tomar el destino de la patria en nuestras manos y así será en los años por venir”. Sobre advertencia no hay engaño.

Solo las organizaciones de la sociedad pueden impedir que nos arrebaten el país. Está en nuestras manos.

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