Sr. López
Una vez, siendo niño este menda, iba por la calle con el abuelo Armando que se detuvo frente a una clínica del Seguro Social nuevecita, reluciente y dijo: -Mira… los pelados tenían razón –su hoy texto servidor no entendió nada, él explicó: -Cuando la revolución dijimos que eran una bola de rateros y mira, han hecho lo que nosotros nunca hicimos… estuvo bien –y vaya que tenía razón en decir que eran una bola de rateros, de siete haciendas (‘ranchos’ les decía él), no le dejaron nada. Ya llegando a su casa, ordenó con esa su gruesa y grata voz: -No le digas a tu abuela lo que dije –claro, la viejita tenía en su recámara un cromo del sagrado Corazón y otro de don Porfirio Díaz; ambos con veladora. Pasaron los años, tenía razón ese viejo sabio, la Revolución destruyó todo pero construyó un país de arriba abajo.
A otra cosa. Nació en Palermo en 1896, hijo de príncipe y princesa sicilianos; se llamó Giuseppe Tomasi di Lampedusa, príncipe y duque. Participó un poco en las dos guerras mundiales. Su vida fue tranquila, como toca a los que nacen ricos, alejados de esa vulgaridad que los que no, llamamos “ganarse la vida”, cuando es el denodado esfuerzo por llegar en relativas buenas condiciones a la propia muerte. Cosas de la cuna.
A los 20 de edad hablaba cuatro idiomas, su italiano natal, inglés, francés y alemán, a los que por justicia habría que agregar el siciliano; luego aprendió español. Por su muy vasta erudición lo apodaban el “Monstruo” (y así firmaba algunas cartas).
Publicó unos pocos artículos periodísticos, 24. Escribió tres ensayos de crítica literaria, también un libro de cuentos llamado así, ‘Cuentos’ (‘Racconti’); a los 58 de edad, se puso a escribir su única novela, ‘El gatopardo’ (como le dicen en Sicilia al leopardo jaspeado). Ninguna editorial quiso publicarlo. Murió casi de 61 años, en 1957. En su testamento puso:
“Quiero que se haga todo lo posible para la publicación de ‘El gatopardo’ (el manuscrito correcto está contenido en un solo cuaderno de gran formato); por supuesto, esto no significa que el libro deba publicarse a expensas de mis herederos; lo consideraría una gran humillación”.
Era aristócrata, ni muerto aceptaba una humillación. ‘El gatopardo’ se editó un año después de su muerte. En 1959 recibió el máximo premio literario de Italia, el Strega (Bruja). En 1963 Luchino Visconti la hizo película y fue un hitazo mundial. Después -años 60 y 80 del siglo pasado-, fueron publicadas sus otras obras. ‘El gatopardo’ ha sido traducido a muchos idiomas, no para de reeditarse.
Si no la ha leído, léala. La novela se desarrolla en el siglo XIX, cuando Garibaldi, cuando la unificación de Italia, cuando esos definitivos, violentos y ásperos cambios políticos y sociales, que una familia aristocrática siciliana asume para así conservar influencia, poder y lo que se pueda de riqueza.
Por esta novela se acuñó el término ‘gatopardismo’, hoy de uso universal para decir sin saber su origen, que a veces se impulsa cambiar todo para que nada cambie. Lo dice Tancredi, el sobrino del personaje principal, el príncipe Fabrizio: “Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi”… “Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”.
Pero hay otra frase demoledora, del príncipe: “(…) el sueño es lo que los sicilianos quieren; ellos odiarán siempre a quien los quiera despertar…”. ¡Zaz!
Un crítico cuyo nombre no recuerda este junta palabras, dice: “(…) bajo esos cambios de nombres y rituales, la sociedad se reconstituirá, idéntica a sí misma, en su inmemorial división entre ricos y pobres, fuertes y débiles, amos y siervos. Variarán las maneras y las modas, pero para peor: los nuevos jefes y dueños son vulgares e incultos, sin los refinamientos de los antiguos”. ¡Zaz!, ¡zaz!, ¡zaz!
Pensará usted que este López (hay de otros, no confundir), desvaría, pero no, esta larga introducción (disculpe las molestias), es por el inminente septiembre negro que se avecina. Un mes en el que esos que serán mayoría en la Cámara de Diputados y esos que en la de Senadores venderán, rentarán o prestarán su voto, harán posible que el actual Presidente, ya de salida, se dé el gusto de destruir el Poder Judicial y desaparecer órganos constitucionales autónomos indispensables para impedir abusos de poder desde fuera del poder, porque en los hechos esos órganos son otro poder, que se ha validado en sus hechos.
No gozará este Presidente de las mieles del poder absoluto pero disfrutará haber destruido eso que lo acotó, lo que a él impidió gobernar como Virrey, ya que vive en la residencia de los virreyes.
Y no lo dude, van por el INE, último bastión de nuestra democracia que anémica y todo, lo es. Y tampoco duden los partidos opositores que serán ellos los villanos de esta historia. Morena y sus asociados no nos han engañado, ellos sí. Tampoco nos engaña Claudia Sheinbaum, lo dijo muchas veces en su campaña: el Plan C, va y con el Plan C, México, como lo conocemos, se va.
Este aparente cambiar todo acabará en un regreso al viejo ‘sistema’, al país gobernado por un solo partido… y cambiar todo, pasa por 12 años de PAN y seis de regreso de un neoPRI, para caer en manos de una vetusta facción priista, que eso es Morena, la Corriente Democrática de mediados de los años 80 del siglo pasado, nacida con gente seria y respetable, que se bebió su amargura como PRD y que traicionados, se reinventó en Morena, a resultas de la obcecada porfía de un personaje de mediana inteligencia aferrado a unas cuantas rancias ideas y un inmenso ego, decidido a probar su talla política, destruyendo, incapaz de construir nada mejor.
Si lo sabe doña Sheinbaum, es un misterio. Si atisba el inmenso peligro que es para su gobierno y el país, permitir una reedición del maximato, habría esperanza. Le sobra inteligencia para arrumbarlo sin abjurar de él. Tendrá en sus manos todo el poder, falta ver si lo sabrá usar.
Señora Sheinbaum, si acepta ser espejo de López Obrador, su gobierno será pura ilusión, un espejismo.