Sr. López
Tía Macha fue una señora grandota, de pelo en pecho, del Autlán de principios del siglo pasado, muy próspera con un rancho ganadero que heredó en ruinas y ella lo hizo un emporio, manejando casi con la mirada a caporales y peonada, sabedores de que aparte del revólver al cinto, bajo sus largas faldas cargaba otro en cada pierna. Sin marido, tuvo siete hijos varones y nueve niñas, porque según contaban los viejos, decía: -Macho para que me cuide, no necesito, pa’ lo otro, sí -… bueno.
El estado es la suma de pueblo, territorio y gobierno (sí, el gobierno es parte del estado). No hay estado sin territorio (nunca son estado los pueblos nómadas, no tienen territorio delimitado, por ejemplo, los gitanos); tampoco hay estado sin gente ni sin gobierno (la Antártida, el ‘Polo Sur’, con sus 14 millones de kilómetros cuadrados de extensión, no es un estado, no es un país, carece de pobladores y gobierno… digo, con inviernos a 80 grados bajo cero, se entiende).
Enreda un poco la cuestión que se llame Estado al gobierno, pero para entendernos y simplificando a brocha gorda, el estado con minúscula, es el país y el Estado con mayúscula, es el gobierno. Por cierto, el primero en usar el término Estado con este sentido (de gobierno), fue Nicolás Maquiavelo, en ‘El príncipe’ (que se publicó en 1532, cinco años después de su muerte, tonto no era).
Así, un país, cualquier territorio habitado y gobernado, es atemporal (no tiene fecha de caducidad), pero debe tener bien claras sus fronteras y ser reconocido por otros países aunque no sean todos (a China no la reconocen 14 países, si puede usted creerlo).
Aparte está el Estado (el gobierno), que sí es temporal -tiene fecha de vencimiento-, y puede o no ser reconocido por los otros, pero mientras un gobierno mantiene el poder en su país, le importa un reverendo y serenado cacahuate que lo reconozcan (caso práctico: Maduro en Venezuela… mientras el ejército lo apoye).
Hay varias teorías sobre la justificación de la existencia del Estado (del gobierno), pero ante la evidencia de que siempre hay Estado en todos los países, se puede dejar para mejor ocasión meterse en esos bizantinismos.
Sin ser Aristóteles, es fácil entender qué es población y qué es territorio, pero saber qué es el Estado ya es otra cosa. Primero, lo obvio: el Estado no existe, no es un ser; para no complicar la cosa metiéndonos en berenjenales de metafísica, digamos con simpleza: no hay por ahí caminando un señor que sea el Estado, no, lo que hay es un grupo de personas que se hacen con el poder suficiente para regir en un país, supuestamente para bien de su población (aplican restricciones).
Importa reflexionar en las pocas obligaciones esenciales que tiene la gente (los gobernados), de cualquier país: no hacer nada que esté prohibido y contribuir a los gastos comunes en el territorio que comparte con el resto de la población. Más importante es saber a qué está obligado el Estado.
El Estado (el gobierno) tiene la obligación al interior de su territorio, antes que nada, de garantizar primero que todo, la seguridad de la población, la paz interior del país. Hay quien dice que no, que lo primordial es que el Estado asegure el respeto a los derechos humanos, pero bien pensadas las cosas, es lo mismo, pues el primer derecho humano es conservar la vida y no pasársela con el Jesús en la boca, estar en paz. Aparte debe representar al país y hacer valer sus derechos y soberanía, ante los demás países. Claro.
Gente de buena sesera ha dado distintas definiciones de Estado. Cicerón: “Multitud de hombres ligados por la comunidad del derecho y de la utilidad para un bienestar común”. San Agustín: “Reunión de hombres dotados de razón y enlazados en virtud de la común participación de las cosas que aman”. Kant: “Variedad de hombres bajo leyes jurídicas”. Pero con estas definiciones queda en brumas a qué se refieren, si al país o al gobierno.
Ya en nuestros tiempos, el inmenso jurista austriaco, Hans Kelsen, dice: “El Estado es el ámbito de aplicación del derecho”… bueno. Max Weber, el sociólogo, jurista y politólogo alemán: “El Estado es la coacción legítima y específica. Es la fuerza bruta legitimada como ‘ultima ratio’ -última razón, último argumento-, que mantiene el monopolio de la violencia”… ya suena mejor. El filósofo y antropólogo social de origen checo, Ernest Gellner: “El Estado es la especialización y concentración del mantenimiento del orden”… caliente, caliente.
Este menda prefiere al inglés Tomás Hobbes, aunque sea del siglo XVII, que no se andaba con chiquitas y decía que el Estado es una institución necesaria para garantizar la paz y la seguridad de los individuos en una sociedad; que el Estado debe imponer la ley y mantener el orden en la sociedad. Punto redondo.
Ya de los integrantes de cada sociedad depende ponerse bravos cuando se les imponen leyes injustas, eso sí. Ahí por su cuenta y para revalorar lo nuestro, averigüe sobre la Escuela de Salamanca, en el siglo XVI. Se va a sorprender, según el premio Nobel de Economía, Friedrich A. Hayek: “Los principios teóricos de la economía de mercado y los elementos básicos del liberalismo económico no fueron diseñados, como se creía, por calvinistas y protestantes escoceses, sino por los jesuitas y miembros de la Escuela de Salamanca durante el Siglo de Oro español”. Y busque en particular lo que decían los sacerdotes Suárez y Mariana, sobre el derecho a resistir la tiranía.
Todo esto porque ayer, en su mañanera, el Presidente informó que el gobierno de Tamaulipas, recomendó a los representantes de Smart, Coppel, Chedraui, las tiendas y gasolineras de Oxxo, que han cerrado todas sus sucursales en Nuevo Laredo, por la extorsión que les hace el crimen organizado, que contraten su propia seguridad.
Ojalá doña Sheinbaum reflexione en que le entregan un gobierno que no gobierna y que el gobierno de los EUA sabe bien que estamos desgobernados. Señora, la 4T es esto, ruinas, un desastre causado por el presidencial huracán de babas.