Ser y no ser: La Feria

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Sr. López

Contaba la abuela Elena que en plena revolución, llegó al pueblo un numeroso grupo de gente armada al mando de un ‘general’ de huaraches, que sin dar razones se apostó en el jardín central y mandó por el alcalde, el Panzón Tomás, viejo entrón muy querido por la gente. El ‘general’ le dijo que tomaba el pueblo y él quedaba a sus órdenes, pero le contestó que él obedecía solo a Miguel Ahumada (un señor que fue gobernador de Jalisco trece veces), y al presidente Porfirio Díaz. Ante esa gallarda actitud, el ‘general’ nada más dijo “preparen… apunten…”, y el Panzón Tomás, de inmediato se cuadró y dijo a voz en cuello: -¡A sus órdenes mi general! -pues sí.
Algunos políticos mexicanos de la vieja guardia, pregonaban y pregonan, con apasionado histrionismo, el principio de no intervención, que ahora muy inapropiadamente, llaman “injerencismo”, siendo una palabra inexistente en nuestro idioma; lo que debieran decir es ‘intervencionismo’.
Venustiano Carranza que sí hablaba español, lo dijo clarito: “ningún país debe intervenir en ninguna forma y por ningún motivo en los asuntos interiores de otro” (segundo informe al Congreso del 1 de septiembre de 1918). Y sí es lo correcto, tanto que está en la Carta fundacional de la ONU de 1945, artículo 2.7: “(…) nada autorizará la intervención en los asuntos que son esencialmente de la jurisdicción interna de los Estados”. ‘Tá bueno.
De hecho nuestra Constitución obliga a eso al Presidente de la república, en el artículo 89, fracción X, sobre la conducción de la política exterior: “(…) el titular del Poder Ejecutivo observará los siguientes principios normativos (…) la no intervención (…)”.
Pero al final de la misma fracción X, también dice que debe velar por “(…) el respeto, la protección y promoción de los derechos humanos y la lucha por la paz y la seguridad internacionales”. Y esto no cuadra con la no intervención, porque para cuidar derechos humanos en cuestión de política exterior y luchar por la paz internacional, como que hay que intervenir… aunque sea poquito. Total, ni que fuera para tanto.
Todo esto por el inexplicable interés de algunos de nuestra clase política sobre el resultado de las elecciones del domingo pasado en Venezuela, que algunos países y organizaciones internacionales, califican de fraudulentas, porque eso fueron.
Antier, el Presidente López Obrador, soltó: “¿Qué no tienen los gobiernos de otros países pequeños, medianos o grandotes cosas que hacer? ¿Qué se tienen que estar metiendo en asuntos de otros países? ¿Por qué el injerencismo?”, (¡chin!, dijo la palabra que ni existe).
Como ya es costumbre, doña Sheinbaum, hizo coros, diciendo ayer: “No estamos de acuerdo con el intervencionismo, Venezuela es un país libre, soberano y hay que reconocer la autodeterminación del pueblo de Venezuela”. (Ella dijo la palabra que sí existe, a ver si no la regañan).
Y francamente, es asunto de venezolanos en Venezuela, aunque la cosa se complica un poquitín cuando hay muertos, encarcelados y perseguidos políticos (¿no que hay que defender los derechos humanos, como manda nuestra Constitución?); más se enreda al recapacitar en que el mundo actual está globalizado, integrado y regido por una maraña de acuerdos, tratados y organismos internacionales a los que los países se suman obligándose a -entre otras cosas-, respetar derechos humanos, respetar la ley, respetar la voluntad popular. Pero sea lo que sea, en temas así, no estorba la prudencia.

Lo malo de la postura de nuestro Presidente en esto de Venezuela, es que no se puede invocar la no intervención siendo intervencionista contumaz. Él es.

Sobre esto de Venezuela, él mismo ha intervenido al decir “es necesario se den a conocer los resultados concretos, no nada más la cifra general”. ¿Es necesario?, ¿a él qué? Si no se va a meter, que no se meta. Y más ha dicho sobre esto: “si existen dudas, que se den a conocer los resultados, que se limpie la elección”. ¿Y quién es él para andar diciendo qué deben hacer en Venezuela? Somos o no somos, señor Presidente. No, no somos.

No se trata de pescar al Presidente en un par de frases desafortunadas. Se trata de que el señor se inmiscuye en asuntos ajenos cada vez que le pega la gana.

Recuerde que se puso a opinar sobre las campañas electorales de Colombia, en 2022, cuando el señor de Palacio apoyó la candidatura de Gustavo Petro y nos valió una dura respuesta de la Cancillería de ese país, por su “injerencia desobligante en los asuntos internos de nuestro país”.
Luego, en 2023, este adalid de la soberanía y el respeto, se puso a opinar sobre la destitución y detención del ya expresidente del Perú, Pedro Castillo, que intentó un golpe de Estado. Y nuestro Presidente, dijo: “(…) consideramos lamentable que por intereses de las élites económicas y políticas, desde el comienzo de la presidencia legítima de Pedro Castillo, se haya mantenido un ambiente de confrontación y hostilidad en su contra hasta llevarlo a tomar decisiones que le han servido a sus adversarios para consumar su destitución”. Y encima, violando principio de que México no reconoce ni desconoce gobiernos extranjeros (la afamada Doctrina Estrada), no reconoció la presidencia de Dina Boluarte, nombrada por su Congreso.
Antes, en diciembre de 2022, anduvo de metiche en asuntos de Argentina, cuando la vicepresidenta de allá, Cristina Fernández de Kirchner, fue hallada culpable de corrupción por tres jueces, condenada a seis años de prisión e inhabilitada de por vida para ejercer cargos públicos; y no dejó pasar la oportunidad nuestro Richelieu de Macuspana: “(…) es víctima de una venganza política y de una vileza antidemocrática del conservadurismo”, dijo, ratificando su intervencionismo.
Y hay más ejemplos, pero falta espacio. Nada más no se le olvide que el Presidente, el 8 de enero de 2020, reunido con el cuerpo diplomático en Palacio, dijo que México “es el ‘hermano mayor’ en el caso de la América Latina y el Caribe”.
Ser o no ser, dijo Hamlet… hay algo más difícil, ser y no ser.

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