¡A la francesa!: La Feria

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Sr. López

Tío Paco, de los de Toluca, era ateo, comecuras y masón 96 grados Gay-Lussac. Sus temas favoritos eran hablar mal de la religión y de Dios; y créalo, decía cosas como para arrugar el barniz de un piano. Pero una vez alguien invitó a una comida de domingo a un cura vasco, de más de dos metros de estatura, doble ancho y con la manos como manoplas de beisbol, que en cuanto lo oyó despotricar contra la iglesia y los sacerdotes, con una mano lo tomó del cuello, lo alzó del suelo, lo agitó tantito -se hizo pipí, el tío-, y ya desmayado, le dio la absolución (parece que pensó que lo había matado). El tío, después de semejante humillación, dejó de frecuentar a la familia. En buena hora.
El viernes pasado se inauguraron los Juegos Olímpicos de París 2024. A todo el mundo pareció una gran ceremonia, fastuosa, que honró su lema, ‘Abramos a lo grande los Juegos’ (“Ouvrons Grand les Jeux”).
Este menda confiesa que no la vio ni piensa ver nada de las olimpiadas, por dos razones: le tuerce el hígado la religión del deporte y le duele ver tan a lo vivo la medianía del deporte nacional. No se enoje.
Contra lo que la gente piensa, las Olimpiadas desde su inicio, tuvieron una estrecha relación con la religión; de hecho, es por la esposa de Zeus, Olimpia, diosa protectora del matrimonio y la familia, que se llaman así porque se celebraban en el Peloponeso, en el complejo religioso de la doña. Y debemos a Homero (si existió), la más antigua crónica sobre estas competencias (Ilíada, canto XXIII; por ahí del año 700 a.C.).
Luego se suspendieron ‘sine die’ a fines del siglo IV d. C., porque el obispo Ambrosio de Milán, le impuso como penitencia al emperador romano Teodosio el Grande, acabar con las ceremonias paganas y don Teo emitió un decreto prohibiendo los juegos olímpicos, por ser “un desmesurado culto al cuerpo”. No pensaba irse ‘ad inferos’ por unos cuates corriendo rápido y otros dándose de trompadas.
Hasta el siglo XIX se le ocurrió revivir las olimpiadas al barón Pierre Fredy de Coubertin. No fue fácil pero consiguió instituirlas y el 24 de marzo de 1896, se celebraron los Primeros Juegos Olímpicos Internacionales de Atenas como los conocemos… ni tanto, que no se permitía competir a las mujeres; don Coubertin decía que “tener mujeres en los Juegos Olímpicos, es poco práctico, poco interesante, poco agraciado y no dudo en añadir, inapropiado”, y que “las mujeres sólo tienen una labor en el deporte: coronar a los campeones con guirnaldas”. Pecados del tiempo.
Hasta 1928, en Ámsterdam, aceptaron a las mujeres, pero el Comité Olímpico Internacional les prohibió su participación en carreras superiores a media vuelta de estadio, porque “eran más débiles físicamente” (no conocieron a la tía Amelia, que lidiaba con sus 12 hijos varones). Hasta 1960 (!), en Roma se quitaron de babosadas y se permitió a las mujeres competir en lo que les viniera en gana. ¡Qué difícil les hemos hecho la vida a las mujeres los machitos de la especie!
Esta larga digresión, para comentar con usted dos ‘representaciones’ que a los organizadores de la inauguración de los Juegos Olímpicos les deben de haber parecido muy apropiadas.
Una, la de la reina de Francia, María Antonieta, injustamente decapitada en 1793 a resultas de los horrores de la Revolución Francesa, que en esta olímpica ceremonia inaugural, presentaron en una ventana con música de banda de ‘rock metal’, cargando su cabeza en las manos, con la cabellera erizada, gritando algo de manera ridícula. Bueno, pues los organizadores franceses sin darse cuenta, con esta innecesaria estampa de odio invencible, ratificaron su vocación por lo vil. Sí, Francia es un gran país, pero con grandes villanías, con episodios de su historia que ellos quieren que se olviden.
En las redes no faltaron quienes vieron en esto una representación que calificaron de “maravillosa”, “bomba para sensibles”, “lo mejor de la ceremonia”. También hubo críticas, claro.
La otra, la parodia del fresco de Leonardo da Vinci, ‘La última cena’, versión ‘Drag Queen’, presentando en una larga mesa a varios individuos del colectivo LGTBIQ+, disfrazados de manera extravagante, colocados en la misma posición que en el fresco. En el lugar de Jesucristo, una grotesca señora muy gorda.
Las redes estallaron con comentarios favorables (“genial la representación de la última cena de Leonardo Da Vinci en la ceremonia de los Juegos Olímpicos de París. Francia siempre a la vanguardia por la diversidad”… “imagen de transgresión poderosa a favor de las personas LGBT+ ante los ojos de cientos de millones en todo el mundo”); y en contra, claro.
Advierte este menda que no profesa la religión católica, en la que fue muy bien educado, pero eso no importa. Lo interesante es que a la fecha, pareciera que cualquier ofensa a esa religión debe aceptarse sin chistar, sin recapacitar que sin cristianismo al menos buena parte de la historia de la humanidad sería muy diferente y nada mejor, en todos los órdenes, desde el moral al artístico, de la filosofía al Derecho, de la ciencia, la política y los derechos humanos. Sin negar que haya habido y siga habiendo malos representantes del cristianismo, por supuesto, pero el saldo es abrumadoramente favorable a la primera religión gracias a la cual todos los hombres adquirieron los mismos derechos (todos HIJOS de Dios), y las mujeres, su insustituible protagonismo en la vida humana (Jesucristo nació de mujer y a una mujer fue a la primera que se presentó ya resucitado, digo, el que tenga oídos…).
Si los francesitos que tuvieron la idea de hacer mofa de un pasaje de la mayor importancia para uno de cada tres humanos sobre la faz de la tierra (actualmente son 2,400 millones de cristianos, sumando católicos, protestantes y ortodoxos orientales), para quedar bien con la minoría que son los LGTBIQ+ (entre 5 y 7% de la especie), es muy su asunto y muy su mal gusto.
La pregunta es si se hubieran atrevido a semejante cachondeo con Mahoma. La respuesta es, no. ¡A lo grande, a la francesa!

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