Sr. López
No hay que temer al pueblo; el pueblo es bueno; el pueblo es sabio. Esas y otras frases parecidas son parte del repertorio salival del señor de Palacio; las usa cuando se trata de que alguna de sus puntadas se hagan ley o simplemente, se hagan (caso de estudio, la consulta popular a cuatro gatos para cancelar el aeropuerto de Texcoco).
Y es cierto, claro que es cierto, la mayoría de las personas son normales: trabajan, cuidan de los suyos, le cumplen a la vida. Sin duda.
Pero también es cierto que al hablar de mayoría, no es de esperarse sabiduría, moderación y a veces, ni el menor sentido de la decencia.
Hablar de “pueblo” es una abstracción indeterminada, ¿quiénes son el pueblo?… ¿todos los 130 millones de mexicanos somos el pueblo?… ¿o hay varios pueblos?: los miserables, los pobres, las clases medias, los ricos, ¿cada grupo es un pueblo?… o los ignorantes, los educados, los sabios, ¿son otra manera de dividir a la población? Este menda no lo sabe pero decir “el pueblo”, es decir poco, tal vez nada.
Y es más difícil cuando se recapacita en cómo se comporta el pueblo cuando es masa. Piense en los amabilísimos argentinos (no es ironía), los argentinos en Argentina, son gente educadísima y cortés… pero dentro de un estadio de futbol se transforman en muchedumbre fanática, violenta, grosera (y si no le gusta, entonces piense en los flemáticos ingleses transformados en violentos vándalos que cometen asesinatos a nombre de su equipo de futbol, los afamados “hooligans”, término acuñado por The Times de Londres, desde 1898). Y del culto pueblo alemán en la era nazi, mejor no hablar.
Como sea, no se puede afirmar ‘a priori’, que por definición ‘el pueblo’ es bueno y sabio; y lo opuesto, tampoco. Pero sí podemos pensar en por qué existen cuerpos policiacos en todos los países (en la Roma clásica, tenían el cuerpo de “vigiles”, encargados del orden y la seguridad pública).
Los delincuentes, los que se dedican de tiempo completo al crimen son siempre una fracción de la población. Pero de eso a sostener que el pueblo siempre respeta la ley, hay un océano de diferencia.
Recuerde las frecuentes escenas de rapiña en México, cuando se accidenta un camión con mercancía (o pollos)… y no son miembros de la delincuencia organizada, no, es gente común. Y si le parecen travesuras, entonces le cuento:
La organización Causa en Común, elaboró un informe basado en notas de prensa, sobre atrocidades cometidas en México durante el año 2021. Registraron 5,333 hechos de extrema violencia (14 diarios). Seguramente muchos cometidos por el crimen organizado, pero otros no pocos, por la gente común, como linchamientos; asesinato de deficientes mentales, niños y ancianos; violaciones tumultuarias; asesinato de mujeres con crueldad extrema; mutilaciones; y muchas más cosas, hasta sumar 8,759 víctimas… entre ellas, 373 niños.
No se trata de sugerir que somos un pueblo de bestias, a pesar de nuestro promedio de atrocidades diarias, pero tampoco de ángeles, los hechos mondos y lirondos lo prueban, y encima, México es un inmenso Fuenteovejuna, la ‘omertá’ siciliana nos da risa.
Otro cantar es la educación. No hay espacio para detalles, nada más le digo: la mitad de la población (el 49.3%), de 15 años o más, solo tiene educación básica (Primaria… sin terminar); y los adultos de 25 a 64 años tienen un promedio de escolaridad de 10.3 años (Primaria y poquito más).
Y ese pueblo tan dado al pillaje, con 14 atrocidades por día y educación rudimentaria, va a elegir a jueces, magistrados y ministros, porque es bueno y es sabio (!). Ya lo dijo el Presidente: “¿A qué le tienen miedo? ¿A qué el pueblo elija a los jueces? ¿A qué el pueblo elija a los magistrados?”… sí, precisamente a eso le tenemos miedo. Nomás faltaba. Ya es suficiente con que el pueblo elija a nuestros gobernantes con los resultados que a la vista están (¡José Antonio Meade, perdónanos!).
La cosa promete ser un buen susto. La iniciativa presidencial presentada a la Cámara de Diputados el 5 de febrero, dice que serán elegidos en votación nacional los ministros de la Suprema Corte de Justicia (serán 9), los magistrados del Tribunal Electoral (7), los magistrados del Tribunal de Disciplina Judicial (5); un total de 21 cargos con 30 candidatos para cada uno (10 a propuesta del Ejecutivo, 10 del Congreso y 10 del Judicial); o sea, el elector recibirá boletas electorales con 630 candidatos (21 por 30).
Agregue los 1,633 magistrados de Circuito y jueces de Distrito, con seis candidatos por cargo (dos propuestos por cada Poder), a elegir en cada uno de los 32 circuitos judiciales, lo que arroja 9,798 candidatos (1,633 por 6), entre los 32 circuitos, da 306 candidatos en las boletas (es promedio, los circuitos no tiene el mismo número de juzgados, pero sirve para calcular).
De esta manera el gallardo tenochca con crayola, recibirá en cada circuito, boletas con un total de 936 candidatos (630 más 306). Fácil. La boleta para elegir a la Presidenta tenía tres nombres y hubo un millón 400 mil 144 que se tuvieron que anular porque la gente se hace bolas y otros ponen groserías. Como sea, es imposible sostener que la elección de jueces, será mediante un voto razonado y responsable.
Alguien debe haberle advertido al autor de la iniciativa, el señor de Palacio, que no se va a poder así y entonces, cinco meses después, el 7 de junio, propuso (“detalló”, consignó la prensa), que “en el proceso de elección de magistrados, jueces y ministros en el Poder Judicial se tendría que determinar un número específico de participantes: quizá 500 interesados” (interesados en su idioma es candidatos)… ¡vaya!, 500 candidatos para 1,654 cargos a elegir (21 más 1633). Detallito.
Lo mero bueno es que a renglón seguido dijo: “mediante una tómbola se elegirían a los 100 mejores candidatos de manera equitativa: 50 hombres y 50 mujeres (…) se escoge, la gente vota y el que saque más”. ¿100?… sí, 100… le faltan 1534… y por tómbola. Palacio, tenemos un problema, se acabó el Sukrol.