Sr. López
Le he contado de tío Alfredo, de los toluqueños, tipo no muy rico, pero rico, católico en grado mocho, dominante y mandón que trajo a mecha corta a su esposa, tía María Luisa y sus siete hijos; un ejemplo: diario aprobaba o no, qué vestían la tía y sus tres hijas (maquillaje, cero). Pero ya viejo el tío cayó en cama casi dos años, grave de no saberse si amanecía, pero amanecía y los llamaba a todos a su recámara, para dar las órdenes del día, a todo le decían que sí y luego la tía disponía sin que él supiera. Cuando pasó al definitivo estado de fiambre, su velorio parecía fiesta, era fiesta.
México es una república democrática. Y no es lo mismo república que democracia. República, a brocha gorda, es una forma de organización del estado (de la nación, del país), con las mismas leyes para todos, en busca del bien común, sin que una persona o grupo acapare el poder político. Democracia por su lado, es una idea que sostiene como premisa que la soberanía (el poder político supremo), reside en el pueblo, que elige libremente a quienes en su representación la ejercen.
Queda claro, la república tiene existencia real y la democracia es un concepto. Pero no todas las repúblicas son democráticas, por ejemplo, la entonces URSS y los países del bloque soviético, proclamaban ser repúblicas democráticas, siendo en realidad una dictadura asentada en Moscú, pero decían sin que les ganara la risa que eran democracias porque la clase trabajadora elegía a sus representantes en comités (sóviets) que formaban parte de una extensa estructura burocrática que con sucesivas y cada vez más reducidas elecciones directas, se encargaba de mantener las decisiones en control de un restringido grupo final, el Sóviet Supremo, que entre intrigas y crímenes, elegía al Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética, que era el Jefe de Estado y Presidente del Sóviet Supremo que constituía un parlamento peculiar que aprobaba siempre por unanimidad lo que pedía el Secretario General (al que se ponía rejego, a Siberia o a la tumba). En Cuba es igual, por cierto.
Así, hay repúblicas democráticas y repúblicas autoritarias. Las democráticas son en las que se dan tres condiciones (las tres): respeto a los derechos de todo individuo, elecciones libres y legítima deliberación parlamentaria con participación efectiva de las minorías. Las autoritarias son aquellas en las que al poder público lo controla y ejerce una sola facción política; en nuestros tiempos, ya no llegan al poder a balazos, sino mediante elecciones, para ya siendo gobierno, violar las leyes y manipular las elecciones, de manera que se aseguran la conservación del poder; un síntoma claro de república autoritaria es la imposición mecánica de las mayorías parlamentarias para aprobar las iniciativas del gobierno personificado por un Presidente. Estas son falsas repúblicas con democracia ficticia.
Por eso en México, en aquellos tiempos del PRI imperial, se aseguraron de que hubiera partidos opositores para aparentar vida democrática; pero los debates en el Congreso eran reales y se modificaban las iniciativas de ley del Presidente de turno, sí señor. Se evitó con acierto que el mundo nos señalara como dictadura aunque el mundo sabía que era un régimen de partido hegemónico, pero validado en los hechos con efectivos resultados en favor de la sociedad y con paz pública.
No fue poco lo que se hizo desde 1918 con la Ley para la Elección de Poderes Federales, de Venustiano Carranza, modificada en 1931 y 1943, con las elecciones organizadas por los municipios, igual que en tiempos de Porfirio Díaz. En 1946, Ávila Camacho emitió la Ley Electoral Federal en la que se federalizaron las elecciones, que hablando en plata, los centralizó (no andaba de humor para entregar el poder), pero la cosa mejoró para los actores políticos, sin duda; esta ley se reformó en 1949, 1954, 1963 y en 1970. Tantas reformas hablan de un régimen que entendía que no podía coagular la vida política ni mantener a los opositores en la nada. También Luis Echeverría promulgó una nueva Ley Electoral Federal, en 1973, que pasó sin pena ni gloria.
Fue en 1977, que el presidente López Portillo y don Jesús Reyes Heroles, su secretario de Gobernación, dieron inicio a una verdadera transición democrática con la Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales, que permitió el paso de un régimen de partido hegemónico a uno pluripartidista; esa ley más el nuevo Código Federal Electoral de Miguel de la Madrid de 1986, pusieron la cosa a punto de turrón:
Carlos Salinas entre 1989 y 1990 negoció con el PAN el Código Federal de Instituciones y Procesos Electorales, reformado en 1991, 1993, 1994 y 1996 (el presidente Zedillo). La irrupción democrática ya no la paraba nadie, México de verdad se democratizaba y al año siguiente, en 1997 la LVII Legislatura de la Cámara de Diputados, tuvo mayoría opositora y en el 2000, el PRI entregó de buen modo la presidencia de la república.
Tardamos casi un siglo en pasar de la dictadura porfirista y el régimen de partido único, a una real democracia. ¿Le parece mucho?… bueno, según se vea, los británicos empezaron su camino a la democracia en 1215, hace más de ocho siglos. No vamos tan mal… bueno, cuidado, no íbamos tan mal.
El presente gobierno ha impuesto la ley de las mayorías automáticas sometiendo a los legisladores de su partido y socios, a una renuncia voluntaria a razonar. Eso es la impúdica orden de no cambiar ni una coma a sus iniciativas y por eso es su rabiosa repulsa a la Suprema Corte cuando ha resuelto que algunas de sus leyes así aprobadas, eran inconstitucionales. Y el actual empeño en conseguir la reforma al Poder Judicial, usando su mayoría acrítica y sumisa, es retrotraer a México cien años.
Doña Sheinbaum no la tiene tan difícil, basta con navegar como tía María Luisa un mes, septiembre, con la leal oposición del Senado. Eso o antes de empezar a gobernar, resucitar el carrancismo, un porfirismo maquillado.