Sr. López
No sabe este menda cómo era en las casas de ustedes, pero en las de la familia de su texto servidor, en cada casa había un viejito, a veces, dos. Y en las que no había ni uno, era porque ya habían fallecido. Mandar un viejito a un asilo era muy mal visto. Los viejitos entonces, eran responsabilidad de cada familia y como las familias eran numerosas, éramos muchos para mantener a nuestros ancianos. Cosas de antes.
La idea original de la Seguridad Social a cargo del Estado, es de Otto von Bismark, canciller del Imperio Alemán de 1871 a 1890. Bismark no fue un pelagatos, fue el creador de Alemania como la conocemos, para lo cual como Primer Ministro de Prusia, emprendió tres guerras, en 1854, en 1866 y en 1870. Mono, no era, le decían el Canciller de Hierro. Total, de 39 Estados, resultó la Alemania unificada, siempre lista para entrarle al pleito con Francia (obsesión de don Bismark). Él mismo definió su estrategia de unificación como una política de “sangre y hierro” (discurso del 30 de septiembre de 1862).
Como sea, don Otto implantó el 15 de junio de 1883, por primera vez en el mundo, un sistema de Seguro Social para los trabajadores en caso de enfermedad, con atención médica y medicamentos y pago de una pensión equivalente a la mitad del salario para el sustento del enfermo. Por ahí dijo alguna vez don Otto (perdone la falta de cita), que se implantó eso para incrementar la influencia y control del Estado en la gente común y contener una revolución socialista. No daba patada sin huarache.
¿Y a mí qué?, pensará usted… ¡ah!, bueno, pues en México nuestro sistema de pensiones se inspiró en el del nada simpático Bismark (que fue un inmenso hombre de Estado, eso sí).
El modelo de Seguridad Social de Bismark, a brocha gorda, consiste en brindar esa seguridad social a cambio del pago de contribuciones del trabajador y el patrón; el trabajador pagaba dos tercios de la cuota de seguridad social y el patrón un tercio; con una grande diferencia: en el modelo Bismark los servicios de salud los prestaban empresas privadas, no el Estado, no el gobierno. Y la pensión por jubilación se pagaba con las contribuciones de los trabajadores en activo. Lo llaman ‘sistema de reparto’.
Suena bien pero es un desastre. A medida que crece el número de pensionados y el promedio de vida, se diluyen las aportaciones pagadas por los trabajadores activos.
Por otro lado, en la Gran Bretaña, aplican desde 1948 el sistema Beveridge (por William Beveridge, un economista de allá, muy serio), que consiste en un sistema de salud y una pensión asistencial fija e igual al promedio de los trabajadores, pagado mediante el impuesto sobre la renta de todos ellos. La salud queda a cargo del Estado a través de la iniciativa privada, pero a los sanatorios y médicos privados, les paga el gobierno, no el trabajador.
Suena bien pero financieramente es otro desastre. Todo depende de que la masa en activo siga trabajando y pagando impuestos. Por eso en el Reino Unido van haciendo ajustes y modificaciones. A la fecha les funciona bien (igual que en Francia, por cierto).
En México se invitó al Dr. Emil Schoenbaum para que asesorara la creación de nuestro original Seguro Social. Don Emil era un destacado actuario checoeslovaco muy sabio, director General del Instituto General de Pensiones de su país en donde en 1924, se implantó su modelo de seguro de vejez, invalidez y retiro para los trabajadores. Luego Grecia le solicitó el plan financiero y los estudios actuariales para diseñar su seguro social; le siguieron Ecuador, Bolivia, Chile, Paraguay, Costa Rica y México.
Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, don Emil se vino a México como asesor del IMSS y ya se quedó a vivir acá hasta su muerte en 1967. Era señor sabio que identificó algunos errores de su sistema original y lo fue adaptando, hasta ser algo así como una mezcla no muy fiel del modelo Bismark y el Beveridge.
Y no se crea que fue asunto fácil porque al terminar la guerra, los países aliados intentaron una especie de ley internacional de seguridad social, en la Carta del Atlántico, recomendando el sistema británico, el Beveridge, advirtiendo de la importancia de los ingresos de los trabajadores como elemento esencial de la seguridad social. Pues claro.
Pero no se pudo. Por eso en los EUA no (NO) hay tal cosa como la seguridad social por ley y cada quien se rasca con sus uñas, mediante seguros privados, lo que propicia verdaderas tragedias, pues cuando se agota el seguro individual del trabajador, lo sacan del sanatorio y lo echan a la calle, por grave que esté.
Todo este larguísimo preámbulo es por la intención del Presidente de la república, de modificar el sistema imperante de seguridad social de México, implantando el Fondo de Pensiones para el Bienestar, del que dijo se iba a financiar con recursos del Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado (el chiste se cuenta solo), más lo que produjeran la venta de bienes del Estado y parte de las utilidades de algunas de sus empresas, como la aerolínea Mexicana, el AIFA y el trenecito Maya (mal chiste, no se puede contar).
Como es obvio que esas supuestas aportaciones no le alcanzan para nada, porque las empresas pierden dinero y el Instituto se roba lo robado, ahora va el Presidente sobre 40 mil millones de pesos de las Afores de los mayores de 70 años que no las hayan reclamado (75, para empleados del gobierno), proclamando a los cuatro vientos que las Afores no se tocan, mientras avanza en el Congreso la ley que impulsan sus paniaguados para tomar esos 40 mil millones.
Es de pena ajena que la 4T pretenda con una ley hecha sobre las rodillas resolver algo que se viene enredando en el mundo desde 1883, que intentó el Reino Unido, que le echó mucho cerebro don Schoenbaum y que al final de la Segunda Guerra Mundial le quisieron hallar la cuadratura al círculo.
Y será otra derrota ante la Suprema Corte: ninguna ley permite al gobierno tomar el ahorro privado. ¡Pero ya llegó, ya está aquí, nuestro prócer sí sabe cómo!