Sr. López
Todos los varones de la familia materno-toluqueña de este menda, eran masones, no de la Logia Escocesa sino yorkinos, masones en serio, ni bautizados. También, todos fueron militares (del ejército de Porfirio Díaz, pero no lo ande contando). Sin embargo, curiosamente, tuvieron buen cuidado en que su descendencia fuera educada en el más ortodoxo catolicismo, a lo que con entusiasmo se dedicaron sus esposas, todas católicas. Ya muy anciano el abuelo Armando, su texto servidor le preguntó cómo era eso de que ellos eran masones, sus esposas católicas y nosotros también; y con su proverbial economía de palabras, respondió: -Hay que ir a lo seguro -¡ah!, bueno.
Adolfo Ruiz Cortines siendo presidente de la república, decía que para no meter la pata había que “respetar el librito”: la Constitución.
En todo su sexenio emitió solo un decreto de reforma a la Constitución, el 17 de octubre de 1953, su primer año de gobierno, modificando dos artículos, el 34, otorgando el derecho al voto a los 18 años; y el 115, suprimiendo la mención del voto de la mujer en elecciones municipales porque había promulgado también, un decreto que se estaba haciendo viejo desde Cárdenas: el reconocimiento de los derechos políticos plenos de la mujer, para poder votar y ser votadas en todas las elecciones y todos los cargos. Nada de esas modificaciones acomodó las cosas a conveniencia de su gobierno, él gobernó con la Constitución que juró.
Luego de don Fito, los presidentes dejaron la Constitución como los beodos a la Tumbahombres: toda manoseada. López Mateos y Díaz Ordaz, cada uno emitieron ocho decretos, cambiando mucho el texto, pero de Echeverría hasta Peña Nieto, fue una vorágine de modificaciones.
Si por algún azar de la vida oye usted alguna declaración del presidente actual (Andrés Manuel López Obrador, no se haga), poniendo el grito en el cielo porque la oposición le estorba en el Congreso para hacer reformas a la Constitución en bien del pueblo (sí, usted es pueblo también… no, según él, no; para él el pueblo es el “bueno”, sus solovinos -los perros-, pero sí es… no, no perro, pueblo… en serio), si lo oye con ese pregón, recuerde que al 24 de enero de este año, lleva 23 reformas a la Constitución modificando 62 artículos.
Solo le rechazaron nuestros aguerridos tribunos, la reforma electoral y la eléctrica, que quiso imponer con una ley secundaria que ayer la Suprema Corte mandó cortar en cuadritos de 10 por 10 cm para que se le dé buen uso sanitario… y hay otros 14 recursos ante la Corte por otras tantas leyes que el caballero ha emitido contraviniendo la Constitución (es que… de veras).
Este Presidente con sus 23 decretos, ha modificado la Constitución más que Salinas (15), Fox (17), y Zedillo (18). Solo le ganan, Calderón (38), y Peña Nieto (28); y está apurándose, no le gusta ser menos que nadie, en especial que Calderón, por eso ya anunció 11 reformas más (no le alcanza), que piensa mandar el 5 de febrero, día en que se celebra el aniversario de la Constitución, fecha de humorismo involuntario o burla, él sabrá. Y no van a pasar varias de esas iniciativas, al menos las que desaparecen órganos autónomos; cosas de él, ya ve cómo se pone cuando algo estorba a su sacrosanta voluntad.
Como el Presidente no, NO, es tonto (modere sus adjetivos, por favor), sabe que el Congreso se va abanicar con varias de esas iniciativas, pero así podrá vociferar que son enemigos de la 4T y eso algo ayuda en tiempos electorales (otra vez, cosas de él).
Igual no se preocupe tanto, pronto llegaremos al 1 de octubre y tendremos nueva Presidenta de la república, gane quien gane entre Xóchitl y Claudia. Son ocho meses más, como sea llegamos, pero también, como sea llega la fecha en que se va él, don López Obrador. Y a este paso va a llegar mal y así se va a ir.
Algunos de esos que saben lo que dicen, afirman que el colapso ético de un gobierno, tiene síntomas muy claros: desprecio por las normas democráticas; tolerancia a la corrupción; y un comportamiento errático que manifiesta cinismo.
Ese insistir en que los legisladores no deben cambiar ni una coma a sus iniciativas; ese empecinamiento en anular el INE y domesticar al Poder Judicial; ese descarado aparato oficial interviniendo a favor de su candidata a sucederlo; y otras cosas más, constituyen desprecio por las normas democráticas.
Ese su permanente negar la obvia corrupción que campea con desvergüenza en su gobierno, es una manera de ser tolerante con lo que corroe su discurso, su persona y su administración. No la erradicó y sin querer (seamos optimistas), la permitió por esa su invencible terquedad, que no es virtud.
Y ese su discurso siempre arbitrario y sus actos inmoderados, como sus caprichosos libros de texto gratuitos, sin tomar en cuenta a los padres de familia, como manda la ley… y llenos de erratas; inaugurar obras sin terminar o una Mega Farmacia del Bienestar, desabastecida, manifiestan fuera de duda que tuvimos y tenemos un gobierno errático y por sus declaraciones, por esa imparable verborrea, cínico.
Así las cosas, viene bien recapacitar en que nuestro Congreso, con todos los defectos que usted quiera achacarle, funciona y funciona bien. No respingue, piense nomás en que desde que empezamos con nuestra aún rudimentaria democracia, nuestros distintos congresos les han aguantado la parada a todos los presidentes, sin excepción. Y los grandes cambios que sí han aprobado, han sido resultado de acuerdos, modificando lo que había de modificarse, quitando lo que sobraba, impidiendo lo que atropellaba.
¿Nuestro Congreso es perfecto entonces?, no, nada es perfecto, pero funciona, igual que la Suprema Corte. Solo un analfabeto del verdadero uso del poder podía concebir el gobierno de México como en los años del PRI imperial.
Hay que votar teniendo esto presente: importa más el Congreso que la presidencia, en serio. Vote bien, no dé todo a una persona, eso es suicida.
Y a quien quede en la presidencia, se le hace respetar la Constitución… para ir a lo seguro.