Catarata de votos: La Feria

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Sr. López

Tía Marucha le aguantó todo a tío Neto, su marido. Años de parrandas, de que le regresara en saco, sin camisa (con corbata), sin calcetines, oliendo a raros perfumes y con la camisa pintarrajeada de Rojo Frenesí (lápiz labial La Pecadora). Y encima, le creía sus descaradas mentiras. Pero de repente reventó la noticia de que lo dejó (lo echó, para ser precisos), dando una explicación peculiar: -Regresó de una de sus juergas y me dijo qué había estado haciendo… ¡y eso, no!… ¡cinismo, no!… cómo se atreve a decirme la verdad, ¡que me respete! -y nunca volvieron.

Y sí, el cinismo es la prueba mayor de falta de respeto. No se refiere este menda a la escuela griega del cinismo (la de Antístenes y Diógenes, allá por el siglo IV a.C.), que proponía vivir con la libertad y felicidad de los perros, despreciando riqueza, poder, nivel social y criticando los males de la sociedad (según ellos). Tampoco alude a la corriente de pensamiento del siglo XIX, que básicamente planteaba la desconfianza general en la sociedad y los individuos, concretada después por Peter Sloterdijk, en su obra ‘Crítica de la razón cínica’, extraño ‘best seller’ que es un rollazo de 500 páginas -como buen autor alemán-, cuya lectura no se recomienda (en serio, no se ha perdido de nada).
No se refiere su texto servidor a nada tan sesudo y tampoco pretende emitir directriz moral ni guía rápida a la responsabilidad individual y sobre las bondades de la virtud. No. Que cada quien se las arregle como mejor pueda (y sabe, porque todos sabemos qué es correcto y qué es erróneo, no nos hagamos).
El cinismo en comento es el cinismo cotidiano que todos conocemos, ese que es sinónimo de desvergüenza, desfachatez, descaro, en el gobierno, el aparato de Estado, en la cosa pública (que antes era cosa privada, entérese, era el ‘absoluto real’, porque todo dependía en la voluntad del rey, algo hemos avanzado… aunque, pensándolo bien, el señor de Palacio anda por esos rumbos de la voluntad única, ¡híjole!).
En México se ha instalado rampante, el cinismo en el gobierno y en ciertos sectores de la política (no todos, no seamos tremendistas). Y es un cinismo que tiene como premisa que somos sus tarugos porque aparte de mentir con pertinacia, incurren en hechos y dichos que revelan su desprecio por la ciudadanía, sabedores de su impunidad (aunque sea temporal).
Piense si no es cinismo cuando el Presidente niega datos duros emitidos por oficinas de su propio gobierno, diciendo con cinismo conchudo que él tiene otros datos. Y se ríe, porque sabe muy bien de su inmunidad (temporal, ya vendrán tiempos de recoger varas).
Su cinismo explica que inaugure obras sin terminar (dos y hasta tres veces), rodeado de funcionarios, empresarios y prensa, sabedor de que sus paniaguados y sus invitados, le festejarán el logro imaginario, y que las críticas de la prensa las podrá anular al día siguiente, atribuyéndolas a sus adversarios. Cinismo destilado de origen, puro.
Cinismo en grado superlativo, que el Presidente ordene públicamente al Congreso, no cambiar ni una coma a sus iniciativas de ley, esas que pasan con su mayoría simple, haciendo con descaro lo que antes, cuando menos, se hacía con la discreción a que obligaban el respeto propio del Ejecutivo (que no se exhibía), y el respeto a la gente (a la que no ofendía). No había necesidad de ser desfachatados, no la hay, y ahora parece ser un ingrediente indispensable a la soberbia de quien disfruta de la dicha inicua de oírse y mandar sin rastro de decencia ni pudor político. Cinismo.
Del Presidente sería agotador intentar un resumen de sus actos públicos de cinismo, su pertinacia en la estrategia de seguridad vía abrazos, su negación y alteración de las cifras del delito, la devastación ecológica del trenecito Maya, la ubicación técnicamente infame de la refinería de Dos Bocas, la súper farmacia inaugurada con anaqueles vacíos, la oferta sostenida de que no se vale dudar de que nos dejará un sector salud como el de Dinamarca… y tantas, tantas cosas más, sin olvidar su entrega del bastón de mando, acto burlón de innecesario cinismo.
Hay también cinismo en su movimiento (que no partido), cinismo descarado, como cuando alardean de que sus encuestas para determinar candidata a la presidencia, son reales. O cuando se escandalizan ante acusaciones de que usan dinero del erario: ¡no somos iguales! (no, claro que no… ¿iguales a quiénes?… porque son peores que los de antes, por mucho).
Y en la oposición también soplan esos aires malsanos del cinismo. En el PRI con una dirigencia impresentable, en el PAN con el reciente acto de suprema estulticia cínica de su cabeza, el tal Marko Cortés, de publicar ‘acuerdos’ con aroma a componendas de compra-venta de cargos y privilegios, que solo un cínico mayor considera correctos… es que ya ni distinguen, les son connaturales el deshonor y la iniquidad. En Movimiento Ciudadano su dirigente nacional, Dante Delgado, ostenta sin recato ni decoro que ese instituto político realmente es una empresa privada de su propiedad, comparsa de quien le vaya conviniendo más. Del PT y del Verde, para no arruinarle a usted la digestión, no se dice nada y del PRD por respeto al moribundo no se mencionan sus actos de cinismo, que también los tienen, el primero, decir que son partido político.
Lo muy malo de esto, según los que saben (búsquese en internet de J. N. Cappella; K. H. Jamieson, ‘News Frames, Political Cynicism, and Media Cynicism’, de 1996; si no le hace al inglés, el traductor de San Google le sirve), lo muy malo, repito, es que se puede llegar a un “cinismo corrosivo”, cinismo respecto de la política y el gobierno, cinismo que alcanza a la ciudadanía, y que ya generalizado, conduce a la inacción cívica, la abstención electoral, al darse de antemano por vencida, asumiendo su impotencia.
Y esto último podría ser del conocimiento de los que eso quieren, una indefensa ciudadanía inerme. Sigamos el ejemplo de la tía, hay que echarlos con una catarata de votos.

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