Sr. López
Tío Lalo era un terco de calidad exportación, no cedía en nada y discutía por todo. Su esposa, tía María, lidiaba con él sin llevarle la contra, dejando que la realidad lo pusiera en ridículo como la vez que iban a Veracruz y llegaron a Torreón, con ella sin abrir el pico y el tío diciendo que las señales de la carretera estaban mal. Ya fiambre el tío, este menda oyó a la tía decir, “Lalo era tontito, el pobre”. Pues sí.
Uno de los factores para la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, fue que el fuerte liderazgo de Adolfo Hitler se tradujo en un autoritarismo que no admitía réplica y poco a poco alejó del Führer a los mandos del ejército, Generales y Mariscales de Campo, que no aceptaban ciegamente las órdenes de quien a fin de cuentas era un Cabo con tres meses de preparación militar básica para soldados rasos y no sabía nada de la guerra; y así con excepción de Heinz Guderian y otro que nomás no recuerdo, acabó rodeado por otros altos mandos del ejército que le daban informes optimistas y hasta mentirosos, para no desatar su ira, y le decían a todo que sí, sabiendo que recibían órdenes de un ignorante. La fórmula infalible del fracaso… ¡y qué fracaso!
Uno de los factores para la permanencia en el poder durante 39 años de Pancho Franco dictador de España hasta su muerte en 1975, fue que sin ceder un ápice de su autoridad, no decidía nada hasta oír a los de su Consejo de Ministros, fomentando que discutieran entre ellos, oyendo argumentos en pro y en contra del asunto que se tratara, que a veces llegaban a ser muy acalorados (a la española). El muy prestigiado historiador Enrique Moradiellos, escribió: “(…) la habitual reunión de los viernes del Consejo de Ministros habría de ser el decisivo foro de encuentro y debate franco y reservado entre las fuerzas de la coalición franquista”. Y esas reuniones eran con el tal Pancho presente, quien, por cierto, aborrecía la intriga y el maniobreo y en alguna ocasión aconsejó a uno de sus Ministros: “Haga como yo, no se meta en política”. ¡Vaya!
Hay muchos ejemplos más de los pésimos resultados que da quien solo oye a los que le dicen que sí, quien aleja a los colaboradores que lealmente dan su opinión divergente y hasta señalan las equivocaciones del que tomará las decisiones. En estos tiempos, el ejemplo exacto de a qué lleva semejante actitud sumisa de complacer al jefe dándole la razón en todo, es ese tal doctor López-Gatell y los 800 mil muertos en la pandemia… y el Presidente no tiene suficientes palabras para alabar a su siempre leal doctor. Hasta que los alcance la historia.
El Presidente, este Presidente, fundó en 2011 como asociación civil lo que luego, desde 2014, ya fue su propio partido, Movimiento de Regeneración Nacional, Morena (si le hubiera puesto Movimiento de Transformación Nacional, sería Movitransa… se oye feo). Lógicamente, en ese partido que él organizó, él mandaba y más cuando inició su campaña del 2018.
Luego, ya siendo Presidente de la república y siendo imposible seguir de mero mero de Morena, puso a la peculiar Yeidckol Polevnski, como presidenta interina, interina, porque nunca le dio el mando real. Ahora, desde fines de 2022, puso como Presidente del partido a su mozo de estoques, Mario Delgado del que se sospecha que todas las mañanas para ponerse los calcetines habla a Palacio y le pide permiso a su ‘Jechu’ (Jefecito Chulo). Cada quién.
Lo que está claro, clarísimo, es que en Morena no se mueve la hoja del árbol sin que lo autorice su fundador, Andrés Manuel López Obrador. Y es lógico. Y no tiene nada de malo. A menos que se imagine usted a Plutarco Elías Calles dejando suelto al Partido Nacional Revolucionario que él fundó en 1929 y del que fue su presidente del Comité Directivo; pero a diferencia de estos tiempos, Calles se rodeó de gente como Luis L. León en el cargo de secretario general y el general Manuel Pérez Treviño, de tesorero, aparte de Emilio Portes Gil, José Manuel Puig Casauranc, Manuel Pérez Treviño, Manlio Fabio Altamirano, David Orozco y Aarón Sáenz, todos gallos con espolones y ninguno agachón.
La idea de Calles era formar un partido político real, con vida interna propia, con cuadros y escuelas de cuadros, atrayendo a su seno a líderes con real poder en sus respectivos ámbitos en todo el país. Se trataba de pacificar a una nación que resolvía sus problemas políticos a balazos y lo logró y las decisiones se tomaron ya haciendo política, no matazones.
En democracia, la política es un método que propicia la formación de líderes sociales que con el debate y la deliberación pública, decidan los asuntos públicos. La política en democracia no es arrasar al contrincante, eso es propio de totalitarismos. Por eso en democracia existen las representaciones plurinominales, para dar acceso a los estamentos de la vida política, a aquellos que sin ganar las elecciones, representan segmentos de la sociedad que deben ser escuchados y atendidos.
Lo malo es que el sistema de autoridad única e indiscutible del Presidente en su partido, no sirve para el proceso de sucesión del mismo Presidente. El poder a querer o no se va diluyendo y cada vez más conforme se acercan las fechas fatales de nominación de candidatos y comicios.
Por eso vemos a Marcelo Ebrard en franco enfrentamiento y también, una rebelión de morenistas en la Cámara de Diputados que abiertamente se han puesto de su lado; y no son pocos, son 117 (de Morena, 82; del partido Verde, 27 y del PT, ocho), de un total de 275 (de Morena, 201; del Verde, 41; del PT, 33). O sea, el 42% de los diputados que obedecían al Presidente hasta en puntos y comas, dijeron que ya estuvo suave. El señor que manda ya se va.
El Presidente impondrá a su candidata, doña Sheinbaum, claro, pero Ebrard ya advirtió el viernes pasado que no se piensa salir de Morena, de modo que en vez de irse a otro partido a robarle votos al Frente opositor, se queda dentro de Morena a robarle votos a la favorita presidencial. Qué feos son los pleitos de familia.