Sr. López
No sé en casa de usted cuando era niño, pero en la de este menda, la autoridad residía en la soberana voluntad del padre de familia (don Víctor)… si coincidía con doña Yolita, administradora general y jefa de disciplina (mamá le decían los otros niños a las suyas). No había discusiones ni sombrerazos, doña Yolita torcía la boca, se iban a su recámara y minutos después (dos, máximo), don Víctor daba la orden exactamente contraria a la anterior, pero la daba él porque él mandaba. Bonito.
El escandalete por las declaraciones de Marcelo Ebrard, sobre la cargada, el acarreo masivo y el enorme gasto del erario a través de la Secretaría del Bienestar, a favor de Claudia Sheinbaum, hizo reflexionar a este tecladista en que ya somos minoría los que recordamos cómo eran las campañas electorales y los comicios en aquellos viejos tiempos del PRI imperial.
Tomemos como ejemplo el año 1976, cuando la elección de José López Portillo, con un PRI en plenitud de poder, tanto, que ganó con el 93.5% de los votos… el 93.5% (no se andaban con chiquitas). El integrante del peladaje nacional que recuerde esa elección sabe que lo de ahora se parece al pasado, a ese pasado. Vamos por partes:
Según el último censo del Inegi (el de 2020), los que tenemos arriba de 60 años (y teníamos por ahí de trece de edad cuando lo de López Portillo), somos casi el 12% de la población, por lo que viene a resultar que el 88% de los habitantes de este nuestro risueño país, poco saben de cómo se las gastaba lo que llamábamos “el sistema” (en ese 88% están incluidos los menores de 18 años que no pueden votar que son el 33% del total).
Como sea, para cuentas fáciles, casi 9 de cada 10 nacionales mexicanos no experimentaron las trepidantes emociones de aquellos tiempos en los que el resultado de las elecciones se sabía de antemano a favor del candidato del PRI, desde meses antes pues a partir de que se nombraba al candidato se sabía que iba a ganar y todos sabíamos que aunque fuéramos a votar, los votos no contaban ni se contaban. Algún cínico ingenioso lo llamó “fraude patriótico”.
Que estamos viviendo un regreso al pasado, se ilustra con la campaña de López Portillo quien recorrió el país haciendo campaña, como candidato del PRI, del partido Popular Socialista (PPS) y del Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM), como formaciones políticas, más o menos equivalentes al Verde y el del Trabajo coaligados con Morena.
Cuando López Portillo fue mencionado como precandidato a la presidencia, tuvo como contrincantes a Mario Moya, secretario de Gobernación; Luis Enrique Bracamontes, de Obras Públicas; Augusto Gómez Villanueva, de la Reforma Agraria; Porfirio Muñoz Ledo, del Trabajo; y al secretario de la Presidencia, Hugo Cervantes del Río. Con él, seis priistas, igual que los actuales seis precandidatos de Morena y partidos asociados.
López Portillo ese año de 1976 fue el único candidato a la presidencia de la república, en serio… no competía contra nadie, con un solo voto ganaba los comicios y sin embargo, hizo mítines masivos a lo largo y ancho del país; dijo discursos hasta la afonía; se pintaron miles de bardas en todo el territorio, promoviendo su lema, “La solución somos todos”; no había poste urbano sin carteles de hule con su imagen; en las faldas de los cerros se pintaba su nombre con cal; se repartieron cientos de miles de artículos promocionales, gorras, lápices, sombrillas, calcomanías. ¿Para qué si era el único candidato?… para aparentar que había competencia, para aparentar que había democracia, para aparentar que los comicios importaban. Para aparentar, punto.
Así era nuestra democracia en aquellos viejos tiempos en que el PRI se sabía ganador porque no tenía competidores. Y ahora, hasta antes de la aparición de Xóchitl Gálvez en el Frente opositor, se daba por descontado en Palacio, en Morena y el país, que ganaría la presidencia de la república, sí o sí, quien resultara agraciada con la candidatura otorgada por el Presidente López Obrador.
López Portillo fue sucesor de Luis Echeverría quien dijo en 1975 que el “tapado” ya no tenía razón de ser y que el candidato a Presidente resultaría de una auscultación (como una encuesta pero a la antigüita), ordenó hacer públicos los nombres de seis precandidatos y causó una guerra entre priistas. Más parecido a lo que hizo López Obrador, imposible, en todo, guerra intestina incluida, porque hoy dentro de Morena, el pleito es a navaja libre.
Un último parecido con el nombramiento de López Portillo como candidato y sucesor de Luis Echeverría, es que al declarar este que ya no había tapado, lo que implantó fue el “dedazo” (Guillermo Sheridan, ‘dixit’, no es uno Ministra de la Corte para andar plagiando sin pudor). Y eso es precisamente lo que está en el ‘vox populi’, que la candidata será Claudia Sheinbaum, porque la encuesta dirá exactamente lo que el dedo del señor de Palacio diga.
Lo del tapado tenía sus ventajas, la primera, que no era decisión unipersonal del Presidente de turno sino que -con la discreción del caso-, él sondeaba la opinión de los jerarcas de su partido (por ejemplo de Fidel Velázquez de la entonces, poderosísima CTM), verificaba si quién él prefería no provocaría la rebeldía de los grupos de poder político, empresarial, eclesiástico y del gobierno de los EUA, sí, porque la objeción del tío Sam podía provocar mucha turbulencia. Y por encima de todo, el tapado evitaba pleitos y divisiones entre la clase política: solo el Presidente sabía quién y cuando lo destapaba, era un hecho consumado, sin objeciones de los poderosos. Por eso el dedazo de Echeverría tenía tantos defectos: a nadie dejó satisfecho. Y la pésima copia que Salinas de Gortari hizo del dedazo, terminó en tragedia.
Olvidó el actual Presidente lo que pasó en el año 2000; olvidó que México ya es pluripartidista; olvidó que el electorado ahora SÍ vota y su voto SÍ cuenta; olvidó que en los últimos cuatro sexenios, han llegado al poder tres diferentes partidos. Olvidadizo y sordo.