Sr. López
Antes que nada: el viernes anterior este menda escribió que el candidato presidencial del Ecuador, Fernando Villavicencio, había sido asesinado “el lunes pasado”, cuando fue el miércoles 9 de agosto. Disculpas.
Como ya sospecha usted, la familia materno-toluqueña del tecladista, era rabiosamente católica, a diferencia de los de Autlán que iban a la iglesia solo tres veces en su vida: a su bautizo, a casarse y a su misa de difuntos. Como sea, de entre los de Toluca, los más apasionados admiradores de Torquemada, ése pirómano, eran los tíos Agustín y Pepa (Josefina).
Todo en su casa era rigor y religión; recién levantados sus once hijos, rezaban dirigidos por sus papás; antes de cada comida y después, rezaban; rezaban a rodilla el rosario, diario; rezaban antes de dormirse y los varoncitos tenían prohibido meter las manos bajo las sábanas (en serio). Y así, todos sus hijos fueron clientes frecuentes de la Delegación de Policía y uno disfrutó siete años de alojamiento gratis en Lecumberri; y de las cuatro niñas, tres fueron rumberas y la otra administraba un establecimiento de esparcimiento nocturno para caballeros. Pero eso sí, los domingos comían con sus papás después de ir a misa muy formalitos. Ninguno se casó, pero les dieron 39 nietos a sus piadosos padres.
Mucha gente sostiene que los problemas de los países se resuelven con educación y si la familia cuida y forma a sus hijos. ¿Sí?, pues no. Nada más piense en las guerras, el indiferentismo ético y la anomia moral de la culta y vieja Europa. O en que nosotros, nos echamos 300 años como Nueva España, con la tradicional y bonita familia mexicana y con la iglesia educando a todo mundo… y ya ve. Y otros 200 años, ya como México, con la misma bonita familia mexicana y el gobierno empeñado en quitarnos lo burro a todos… y ya ve.
Desde que somos independientes, entre otros pleitos, hemos invertido mucho tiempo y también sangre, en el agarrón por la educación. Unos, masones disfrazados de liberales, desde el gobierno, imponiendo una educación oficial laica que al principio fue una guerra abierta contra la religión (y los gobiernos de entonces no se andaban con chiquitas: crearon en 1925, la Iglesia Católica Apostólica Mexicana). Y otros, católicos sin disfraz, intentando defender la religión, la educación libre y el derecho de los padres a decidir qué se les enseñaba a sus hijos.
Cuando menos oficialmente, siempre ganó el gobierno y solo se moderaron ambos bandos después de la Guerra Cristera, que fue de 1926 a 1929, se reavivó en 1934 y volvió de nuevo de 1936 a 1938, sin que a la fecha se sepa si murieron solo 110 mil ó 250 mil personas.
Desde poco antes pero francamente a partir de 1940, con Ávila Camacho, el país se acomodó a un ‘modus vivendi’ en el que ambas partes hicieron la vista gorda. El gobierno hacía como que no sabía que las escuelas particulares daban enseñanza a su real saber y entender, incluyendo la religión. Y los católicos, hacían como que el artículo tercero de la Constitución y la Ley de educación no existían.
La Unión Nacional de Padres de Familia (UNPF) fundada en 1917, desde el principio participó contra las disposiciones del gobierno, en defensa de sus convicciones católicas y del derecho de los padres a intervenir en la educación de sus hijos. Su declarada misión es “generar y motivar la participación social en los ámbitos familiar y educativo mediante la acción organizada de los padres de familia en lo cultural, jurídico, económico y político”, se les olvidó lo gastronómico.
No hablamos nunca de esta organización no gubernamental, pero tiene presencia en todo el país y nunca duermen con los dos ojos cerrados; dieron la lata cuando se redactaba la Constitución de 1917, por el artículo tercero; le siguieron cuando la Guerra Cristera; no aflojaron cuando el gobierno de Cárdenas definió que la educación debía ser socialista; y en 1960 cuando se implantaron los libros de texto gratuitos consiguieron que nunca se usaran en las escuelas particulares, con los inspectores de la SEP haciéndose tarugos. Y no son sacones los de la UNPF, que le plantaron cara a Calles, que ya sabe usted, tenía la mano pesadita.
Parece que no existe la UNPF pero siempre brinca ante las iniciativas del gobierno: en su historia ha realizado 78,646 acciones defendiendo sus principios. Y fortalece sus posturas que el propio gobierno aceptó la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU, cuyo artículo 26, tercer párrafo, dice que “Los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos”… ni que fuera algo tan difícil de entender.
Y los refuerza que nuestro gobierno desde 1981, se adhirió al Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, de la ONU, en cuyo artículo 13, párrafo tres, dice que “Los Estados Partes en el presente Pacto se comprometen a respetar la libertad de los padres (…) de escoger para sus hijos o pupilos escuelas distintas de las creadas por las autoridades públicas, siempre que aquéllas satisfagan las normas mínimas que el Estado prescriba o apruebe en materia de enseñanza, y de hacer que sus hijos o pupilos reciban la educación religiosa o moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones”. Ni modo que no.
La UNPF consiguió el amparo para que no se distribuyeran los gratuitos libros de texto de Marx Arriaga. Y el gobierno de Chihuahua se fue a la Suprema Corte que ya el viernes admitió su controversia constitucional para impedir la distribución y en su caso ordenar la modificación de las bases sobre las cuales se elaboraron los contenidos de los libros.
Donde más influencia tiene la UNPF, es de clase media para arriba; tiene afiliados a más de dos millones 200 mil padres de familia junto con 2,516 instituciones.
Si el Presidente decide seguir defendiendo los libros del Marx de Texcoco, violando los derechos de los niños y sus padres, a su corcholata se le va a ir otra tanda de votos.
¿Quién era el que por su gusto hasta lame la coyunda?