Sr. López
Tío Alfredo, de los de Toluca, era masón, pero de misa diaria y ateo que todas las noches rezaba el rosario en su recámara. Sostenía que la cabeza de la familia era el varón, pero en su casa mandaba su esposa, tía Isabel; ya largamente muerto, oyó este menda a la tía referirse a él como “el payaso de Alfredo”. ¡Zaz!
Este gobierno ha proclamado y proclama la cuarta transformación de México y la revolución de las conciencias de la que el Presidente dice: “(…) eso es lo más importante de todo y en ese sentido México está a la vanguardia en el mundo”… mascarada, simulación. Nada hay de contenido en su discurso que se disipa al ser pronunciado. Nada.
Con actitud de paciente maestro, explica que ha habido antes de la suya, otras tres transformaciones. Y es cierto.
La primera transformación de lo que hoy es México, fue la independencia, cuando a contrapelo de la conquista hecha por los indios, los españoles y los criollos, independizaron a la Nueva España pero, eso sí, pidiendo que nos gobernara Fernando VII, rey de España o “en su defecto, a algún otro Infante de España”, como dice el Plan de Iguala porque se trataba según Iturbide, de “tener un monarca ya hecho y evitar los desastres que puede traer la ambición”, refiriéndose al despelote que podía causar la codicia de los militares y políticos de entonces… como fue. Y esa primera transformación cuajó en una Constitución la de 1824, aunque hubo otras (como la de Apatzingán de 1814), pero no da el espacio, ya otro día.
La segunda transformación fue la Reforma, como nos referimos sintéticamente a un periodo de enorme agitación y complejidad, que también se concretó en una Constitución, la de 1857 (conforme al Plan de Ayutla). Constitución liberal por los cuatro costados sin que los liberales de entonces ni de ahora, se atrevan a recordar que muy liberales muy liberales, pero a los indios no les dieron derecho al voto y les expropiaron sus tierras, así, a lo pelón desaparecieron las tierras comunales, las que para la Corona española eran sagradas e intocables, sumiendo (más) en la miseria y marginación a los indios (y este menda usa a propósito ‘indios’ para recordar que así, indios, son personas tan dignas como cualquier otra, que usar ‘indígenas’ o ‘pueblos originarios’ es una condescendencia insultante).
La tercera transformación fue la Revolución, como llamamos a esa terrible guerra civil, pleito de militarotes, caciques y bandidos, que parió el México moderno… y salió un robusto bebé, con su Constitución en la mano, la de 1917, muy decentita, aunque farragosa, y pionera de los derechos sociales (artículos 3, 27 y 123), dando ¡por fin! derechos iguales a todos, reivindicando los reclamos de los que pusieron los muertos, reconociendo las tierras comunales de los indios y dando el voto a todos.
Esas primeras tres transformaciones sí lo fueron porque transformar es cambiar de forma a alguien o algo, transmutarlo en otra cosa, y no se puede regatear que eso hicieron con el país, con sus negritos pero lo hicieron y además, los protagonistas de ellas, dieron prueba de que sus ideas no se les ocurrieron en la hamaca ni reprobando materias en la universidad.
Así es, en nuestras constituciones se nota la influencia de la ilustración francesa y de la Constitución de los EUA, sí, pero también y de manera destacada, de la Constitución de Cádiz y de los derechos medievales para combatir el absolutismo monárquico; aparte, revisaron y reinterpretaron cosas tan enredadas como la famosa polémica “De Auxillis” (un pleitazo filosófico del siglo XVII, sobre la libertad de la persona, entre monjes filósofos dominicos y jesuitas en España, interesantísimo); junto con eso, el principio de libertad civil contenido en el “Tratado de lege” de Francisco Suárez, jurista, teólogo y filósofo jesuita; y no podía faltar, la teoría de “La representación popular del gobierno de los príncipes”, de Santo Tomás de Aquino. Nada de eso a resultas de disfrutar del clima tropical echado en la hamaca. Parece que no (o se nos olvida), pero los que formularon nuestras constituciones, tenían sólida educación, cultura y criterio abierto al saber, sin miedos, prejuicios ni ideas preconcebidas y mal digeridas.
Y de esta manera queda claro que aquellos que intervinieron en esos tres apasionantes periodos de nuestra historia, con ánimo firme de transformar la realidad nacional, unos acertados y otros no (al gusto de cada quién, usted escoja a sus favoritos), no solo arriesgaron y algunos hasta perdieron sus vidas, sino que a la hora buena supieron que serían vanos sus afanes y luchas sin concretar las cosas en una Constitución que define el diccionario como la “ley fundamental de un Estado, con rango superior al resto de las leyes, que define el régimen de los derechos y libertades de los ciudadanos y delimita los poderes e instituciones de la organización política”, para ahorrar explicaciones que nadie necesita.
Así las cosas, se necesita mucha cara dura para hablar de una nueva transformación nacional, la cuarta, a cargo de un gobierno resultado de un proceso electoral cuyos protagonistas no corrieron riesgo mayor a tropezarse a la hora de entrar a la casilla; y sostenerlo como mantra, como mágica jaculatoria que de tanto repetirse acaba por perder todo sentido.
Transformación manteniendo la misma Constitución no es transformación y menos, sosteniendo con rigor los principios económicos de ese neoliberalismo que dicen querer erradicar (por cierto, ayer mismo la poderosa calificadora yanqui, la Fitch Ratings, celebró los precriterios de política económica de Hacienda para 2024); y peor, alineándose con pudores fallidos a los mandatos de la Casa Blanca.
No hay, ya no hubo cuarta transformación y así, pretender a estas alturas, transformar la educación de la niñez mexicana, queda en bufonada tardía, mal chiste de mal payaso… ¡ah!, no dejemos pasar que ayer el Presidente alertó a la nación por trampas en el béisbol: “contratan cachirules”. ¡Así se forjó el acero!