Sr. López
Ya con fecha para la boda, llegó a trabajar en casa de los papás del primo Esteban, una muchacha de Autlán, ¡de Autlán! Se canceló el compromiso y sin miedo al escándalo, aprovechó la fecha en la iglesia. Hicieron bonita pareja.
Un gobernante puede ser hablantín, tramposo, traidor, ineficaz, corrupto, mentiroso, flojo… puede tener todos los defectos menos uno: la soberbia.
No se refiere este menda a esa soberbia que en mayor o menor grado tenemos un poco todos, ese amor propio que hasta puede ser virtud en la medida en que nos impide hacer el ridículo.
Se refiere a la soberbia que nubla la percepción de la realidad, distorsiona el raciocinio y alcanza cotas de desorden patológico de la personalidad. Esa no la puede padecer ningún gobernante porque sin darse cuenta, va a cometer errores en contra de su propio interés, sin percibirlo pues la característica más letal de la soberbia es que quien la padece no se sabe presa de ese vicio.
En pocas palabras, el soberbio a que nos estamos refiriendo, se siente superior y tiene de sí mismo una percepción desmesurada, que exige reconocimiento porque su soberbia lo lleva a tener una excesiva necesidad de admiración y respeto de los demás.
Al gobernante soberbio el aplauso y los vivas le parecen naturales y merecidos aunque sepa que pagó a la muchedumbre que lo aclama para que lo aclame; lo hacía Julio César, lo han hecho otros a lo largo de la historia y lo hace nuestro actual Presidente, con una diferencia importante: hay los que organizan y pagan multitudes a su favor, y monopolizan el discurso público, sabiendo que lo hacen para manipular, sabiendo que es un engaño que les ayuda a reforzar sus posiciones políticas y hasta convencer a unos o hacer dudar a otros, pero ciertos de que es una escenografía en la que actúan; y los otros, los otros se creen su propio cuento.
Solo la soberbia explica el equivocado desprecio del Presidente a sus opositores. En política no hay enemigo pequeño. El más disminuido puede trastocar los planes de toda la poderosa maquinaria del gobierno.
Una anécdota: después de en buena hora, muerto Pancho Franco, el dictador de España, nadie daba un centavo por Adolfo Suárez frente a Felipe González, en las elecciones del 15 de junio de 1977, las primeras elecciones libres desde 1936, se dice fácil.
Adolfo Suárez encima de no ser líder ni popular, era franquista reconocido. Y Felipe González, un socialista de primera calidad, líder de masas, señor decente y popular, secretario general del Partido Socialista Obrero Español, el potente PSOE.
Bueno, pues don Adolfo, dos días antes de las elecciones apareció en Televisión Española y pronunció un discurso en el que dijo: “Puedo prometer y prometo que trabajaremos con honestidad, con limpieza y de tal forma que todos ustedes puedan controlar las acciones de gobierno. Puedo prometer y prometo que el logro de una España para todos no se pondrá en peligro por las ambiciones de algunos y los privilegios de unos cuantos”. Ganó las elecciones.
Los analistas y especialistas en historia española contemporánea, coinciden en que esas sencillas palabras fueron decisivas para su triunfo electoral. Gobernó hasta 1981. Al entregar el poder fue declarado Grande de España. A su muerte en 2014, se puso su nombre al aeropuerto de Madrid que ahora se llama Aeropuerto Internacional Adolfo Suárez Madrid-Barajas. Y nadie creyó nunca que pudiera ganarle a Felipe González quien, por cierto, luego ganó las elecciones de 1982, 1986, 1989, 1993 y fue presidente de Gobierno de España casi 14 años, el que más ha durado en el cargo.
Bueno, de regreso a nuestra risueña patria. Cuando el Presidente despertó, la oposición estaba ahí. Tan ninguneada. Tan despreciada. Tan insultada. Ahí estaba, ahí está. Y vaya que tiene su gracia porque el PRI está de pena ajena, el PRD apenas sobrevive y el PAN está en manos de un dirigente digamos, peculiar. Y entre los tres se llevan a puñaladas. Pero el instinto de conservación es potente y se pusieron de acuerdo asumiendo que no había remedio: tenían que incorporar e incorporaron a la sociedad civil representada por unas cuantas organizaciones, las suficientes para cubrir sus vergüenzas. Y eso no lo esperaba el Presidente, por más que diga que tiene sus “gargantas profundas” (espías), que le informan todo de la oposición.
Sin embargo, el Presidente mantenía la confianza en que cualquier candidato surgido de los partidos, sería presa fácil de su impúdica verborrea beligerante capaz de descalificar a Santa Teresita del Niño Jesús, y si hiciera falta, de sus más impúdicos instrumentos de control político, la Fiscalía General, la Unidad de Inteligencia Financiera, la prensa a sus órdenes, sus moneros de confianza. Sí, no tenía de qué preocuparse porque además, el “pueblo bueno” en él cree y en él confía, dice.
Lo que molestaba y molesta al Presidente, es Claudio X. González Guajardo, al que atribuye ser quien mangonea a los partidos opositores, aunque hay quien dice que la molestia es porque fundó la organización no gubernamental (ONG) Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI), que descubrió los escándalos de ‘La estafa maestra’, el Caso Odebrecht, y entre varios más, la ‘Casa Gris’ de un hijo del Presidente que es un posible conflicto de interés con la petrolera Baker Hughes. Don Claudio hace dos años se separó de MCCI, pero la ONG goza de cabal salud. Eso preocupa, mucho.
Y encima, el martes de la semana pasada, de la nada apareció Xóchitl Gálvez como aspirante opositora a la presidencia de la república. La reacción de la gente fue jubilosa. Como la espuma subió su popularidad en las redes. Y para una candidata así, el Presidente sabe que no tiene contraveneno. Es india otomí (así se dice, majadero usted que lo cree insulto: india a mucha honra); exitosa por méritos propios, pasada de inteligente, mal hablada, natural y muy entrona. Xóchitl sí puede ganar, lo sabe el Presidente pero solo por ver un debate de Xóchitl y doña Sheinbaum, vale la pena el sainete.