Sr. López
Tía Tina (Martina), era de las de Toluca, de las católicas 12 grados Richter, a la que tocó el peor marido de la historia de Occidente, un tal Octavio, tan malo que la familia, el cura párroco y el señor Obispo, aplaudieron cuando se divorció… en el quinto hijo, bueno más vale tarde. Luego se dedicó a sus hijos, su casa y a hablar del Octavio todo el tiempo, diario, sin parar, quejándose: Octavio esto, Octavio aquello, Octavio acá, Octavio allá, mañana, tarde y noche, una pesadilla. Ya largamente muerto el tipo, seguía la tía hablando de él, hasta que la deslenguada tía Victoria, le dijo: -Eres la única divorciada del mundo que mantiene vivo al exesposo muerto, algo te ha de haber dado que no lo olvidas –se ofendió.
No es un dictador, tampoco un autócrata. ¿Qué es?… nada, o sea, él. Y solo eso: él.
No es dictador porque aunque dicta no impone sus dictados y por eso se queja tanto del Congreso y la Suprema Corte, que le pintan violines a sus iniciativas, y cuando las intenta con mala maña modificando leyes con su mayoría simple… la Corte, tarde que temprano, se las echa abajo por inconstitucionales. No, dictador no es.
Tampoco es un autócrata. Sí concentra todo el poder en su persona, pero sus decisiones están acotadas por la Constitución, las leyes y los órganos autónomos (se repite el párrafo anterior). Es fácil llamar autócrata a un Presidente de México, dadas las facultades inmensas que le otorga el cargo, pero ceñidas al ámbito del Poder Ejecutivo y si no viola la ley (otra vez se repite el anterior párrafo).
Autoritario, menos. La característica esencial del autoritarismo es la ausencia de límites a la autoridad de una sola persona o élite del gobierno. Ni de lejos.
Se comprende que unos lo vean como todopoderoso, unos que son pocos porque en nuestro futbolero país, pocos se informan y a pocos importa la política; pero si se revisa el asunto, resulta que es un Presidente que ha ordenado la ejecución de unas obras (como todos), mangoneado el presupuesto (como todos), y cancelado la construcción de tres obras (el aeropuerto de Texcoco, la planta cervecera en Mexicali y unos ductos de gas), indemnizando, a ver, le repito: indemnizando, precisamente porque no es dictador ni autócrata; lo anterior, aparte de retirar una concesión (legalito) al insoportable señor Larrea, al que también indemnizó, no en efectivo pero le pagaron el chiste ampliándole otras concesiones hasta el año 2056, porque a fin de cuentas, la ley sí es la ley.
En lo demás, su divisa es la frustración. Ni siquiera el cambio de contenido de los libros de texto se le concedió y el asunto está perdido en tribunales, para no variar. Si fuera el dictador todo-terreno que nos pintan algunos, no hubiera tenido que apechugar tantas resoluciones de la Corte, contrarias a sus proyectos e ideas (es un decir); van unos ejemplos:
Le han invalidado, entre otras, la “ley Zaldívar”; la reforma educativa para indígenas y discapacitados; la ley de remuneraciones de servidores públicos; la ley de la industria eléctrica; la reserva automática de información del Sistema Nacional de Información; el ampliado uso de armas de fuego de la Ley Nacional del Uso de la Fuerza; la Ley Nacional de Extinción de Dominio; la Ley Federal de Austeridad Republicana en lo de prohibir por 10 años a los ex funcionarios, trabajar en la iniciativa privada; le invalidaron el IVA a productos de higiene femenina (usted entiende); la ampliación del catálogo de delitos con prisión preventiva; el decretazo presidencial para clasificar las obras como de seguridad nacional y bloquear así el acceso a la información; y estelarmente, el parón en seco que puso la Corte a la reforma electoral que tanto importaba al Presidente (que, por cierto, ya no hay forma de aplicar ninguna de sus porciones en las elecciones del 2024). Esto no es propio de ninguna dictadura que se precie de serlo (consultar a Franco, Hitler, Pinochet o Fidelito Castro, por ejemplo).
¿Entonces por qué se tiene la impresión de que el señor está haciendo charamuscas con el país?… primero que nada porque el distintivo más emblemático de su gobierno, es la ineficacia, hacen poco y lo hacen mal; y segundo porque habla mucho, diario, sin miedo al ridículo ni a mentir o meter la pata.
Pero en los hechos, de ninguna manera estamos sufriendo un gobierno de acero que nos tenga acogotados con su puño. Nada más revise los amparos que tantos jueces conceden contra acciones del gobierno, son centenares (como sucede en cada gobierno). Parece mentira pero el país es país y funciona, lo que sucede es que nunca antes tuvimos en el Poder Ejecutivo a alguien con semejante incontinencia verbal.
¿Entonces por qué es tan popular?, sí, si su gobierno es una colección de pifias, él debería de ser malquisto (palabra que usaban mis abuelos), y no, al contrario, parece que es muy popular o al menos eso dicen mucho, algunos.
Veamos: su popularidad al inicio de su quinto año de gobierno era del 61% (ahora anda en 58.7%), en el mismo momento, inicio del quinto año del sexenio, Fox tenía el 57%; Calderón el 59%; Zedillo, 61% (igual que el señor de Palacio); Peña Nieto el 24% (campeonísimo en impopularidad), y el innombrable Salinas de Gortari… el 80%.
No es muy popular, es tan popular como los anteriores (menos Peña Nieto, pero ganarle a él es de pena ajena), y seguirá siéndolo mientras tenga la banda al pecho, ya luego (sin banda, sin paniaguados y sin maleta de dinero), pasará a la galería de expresidentes, sujeto al agrio juicio no siempre justo del populacho que de extraña manera, sin información de nada, percibe cómo han sido nuestros presidentes y así los trata.
Por último: hay quienes tienen verdadero temor a lo que va a ser capaz de hacer en la campaña política del 2024. ¿Sabe qué va a hacer?, lo que todos han hecho (menos Peña Nieto, por frívolo). Y va a pasar lo que ya es habitual en México: va a ganar el que gane. Y el que se va descubrirá que la popularidad presidencial en México, son pompas de jabón.