Sr. López
Pepe, el más impresentable primo que tenerse pueda, fue líder de un sindicato muy grande, se reeligió varias veces con variadas trampas, hasta que le ganó su peor enemigo. Listo como es, para entregar el despacho, contrató a través de un intermediario, al Contador del que le ganó el cargo quien al saberlo, pidió que le buscara para meterlo a la cárcel. El Contador tuvo acceso a todos los archivos y entregó una auditoría de infarto… que Pepe usó de guía para preparar su entrega. Tan fresco.
Hay situaciones de perder o perder como la que se le viene a México con la próxima elección presidencial de los EUA, que será en noviembre del 2024. Del lado republicano, el fétido Trump quiere volver a la Casa Blanca y entre otros, el gobernador de Florida, Ron DeSantis, ya inició este martes su campaña para ganar la candidatura a lo mismo. Y del lado demócrata, el presidente Joe Biden anunció que buscará un segundo periodo.
¿Por qué perder, perder?, porque los posibles candidatos republicanos, nos traen entre ojos y su oferta de campaña, incluye ataques frontales contra México y -no se vaya usted a ofender-, por buenas razones: nuestra frontera les significa problemas enormes y nuestra industria del narco les está costando nada más por el fentanilo, arriba de cien mil muertos por año, cifra monstruosa que no atenúan los beneficios mutuos por nuestras relaciones comerciales. La guerra del Vietnam duró once años y en todo ese tiempo los EUA sumó 58,126 muertos, y así sigue siendo un trauma para ellos. Imagínese cómo están por lo del fentanilo… cien mil fiambres por año.
Y por el lado demócrata, al muy educado don Biden, le vamos a conocer los modos si consigue su segundo mandato, porque ya no va a tener que cuidarse para otro periodo y trae varias cuentas pendientes con nuestro actual gobierno en general y con nuestro Presidente en particular, porque le ha sacado canas verdes chantajeándolo con la contención de los migrantes y con la discusión infinita de “tú no mandes armas y yo no mando drogas”.
Sea quien sea el próximo Presidente de los EUA, llegará sin margen para retardar acciones concretas que metan al aro a México.
No se necesita ser un especialista para verlo claro: con cualquiera que llegue a la presidencia de los EUA en enero de 2025, el próximo gobierno de México, va a tener que hilar muy finito cuando el tío Sam quiera primero, obligar a un cambio radical en el combate al narco, en la antípoda de los “abrazos, no balazos”; segundo, imponer sus políticas de migración; y tercero, colaboración de México para procesar judicialmente a algunos de nuestros funcionarios actuales.
Ante este panorama, el presidente López Obrador luce indefenso ante su inevitable próximo estado vitalicio de expresidente a partir del 1 de octubre del 2024. Puede ser una falsa impresión pero así se ve, enfrascado en su obstinación electoral y angustia por terminar sus obras emblemáticas, a troche moche, como sea, cuesten lo que cuesten, funcionen o no, pero inaugurarlas él.
No se ve que en la vorágine que impone a sus subordinados con sus obsesiones personales, haya los dos equipos que suelen organizarse para la entrega del poder; uno, el que se encarga de lo administrativo que a veces hasta prepara “libros blancos”, cubriendo con escrúpulo cada requisito de ley; y el otro, el más importante y discreto, el que identifica los asuntos y enemigos peligrosos, los analiza con frialdad, y elabora la defensa cubriendo todos los puntos flacos por los que pueda ser atacado el que se va, echando mano de todo, triquiñuelas incluidas.
Es una gran tontería menospreciar al tío Sam como enemigo y menos cuando son reales los agravios. Le han mandado recados desde el New York Times, el Wall Street Journal y todas las grandes cadenas de televisión: ABC, NBC, CBS, Fox News y CNN; y nuestro Presidente, sin ambages, desde sus mañaneras, los ha mandado al diablo y los ha descalificado, a todos. Aparte, congresistas, funcionarios y exfuncionarios, le han echado sus habladas, a veces con indirectas y a veces muy directas, muchas veces, y nuestro Presidente se abanica con todos, presumiendo que Biden es su gran cuate.
Está bien, pero al tío Sam no se le olvida que el 20 de agosto de 2019, la entonces secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, dijo que el gobierno estaba “negociando” con grupos del crimen organizado: “Estamos dialogando ahorita. Estamos dialogando con muchos grupos (…) se han estado combatiendo unos a otros y han estado cometiéndose los homicidios de un grupo contra los otros, pues ya no quieren más muerte (…)”. A la mañana siguiente el Presidente la desmintió, sí, pero no lo dijo la señora de las tlayudas del AIFA, sino su Secretaria de Gobernación. Desmentido no borra metida de pata.
El exfiscal General de los EUA, William Barr, importante y respetado en los estamentos del poder grandote de allá, apenas el 3 de marzo pasado, en un artículo en The Wall Street Journal, escribió:
“Hoy, el principal facilitador de los cárteles es el presidente Andrés Manuel López Obrador. En realidad, AMLO no está dispuesto a tomar medidas que desafíen seriamente a los cárteles. Los protege invocando constantemente la soberanía de México (…) López Obrador ha perdido el control del país y de sí mismo (…) la ‘cabeza de la serpiente’ está en México”.
Es una acusación grave, grosera, si usted quiere, pero sirve para saber qué piensa el enemigo y preparar la más sólida defensa que se pueda del Presidente para cuando ya no resida en Palacio Nacional.
También en marzo The Washington Post, publicó declaraciones del historiador y escritor británico, Benjamin Smith, reconocido estudioso del narco mexicano, en el sentido de que las declaraciones de nuestro Presidente son descabelladas y su conducta, desquiciada.
Son ataques, no necesariamente ciertos y mal intencionados, pero así se sabe de quién y de qué hay que cuidarse, excepto cuando alguien padece el síndrome de Jesucristo… y no, nadie puede caminar sobre las aguas.