Sr. López
Tío Macro era un macho de diccionario enciclopédico y aseguraba que en su casa solo él mandaba, pero tía Catarina, su mujer, decía: -Macro manda, sí, y yo no obedezco –era cierto.
Eso del poder tiene sus bemoles. Para empezar, el mismo término, “poder”, lo usamos como si fuera algo real como un revólver o un virus. “El poder”, decimos y damos por sentado que lo tiene el gobierno (eso a lo que ya se le dice “estado”), o alguien en lo personal: “fulano tiene mucho poder”, cuando alguien puede hacer más que el común de los mortales.
Primero digamos que el “poder” no tiene existencia real, no existe ontológicamente, no hay un ser llamado Poder, ni una sustancia que dé poder, la lámpara de Aladino es cuento. El poder es la capacidad de hacer algo, eso sí, y lo conocemos en sus efectos, cuando ya se ha hecho algo, que es cuando sabemos que quien lo hizo podía hacerlo, tenía posibilidad de hacerlo, “poder” para hacerlo (por eso es verbo transitivo, pero eso es otra cosa).
Así, todos entendemos que no hay nada más poderoso que el gobierno, porque así lo vemos, lo aceptamos y por eso obedecemos. Y es la obediencia lo que confiere poder al gobierno, al gobernante.
Sí, el poder del gobierno depende de que la gente obedezca y si no es así, no tiene ningún poder. Si los gobernantes no consiguen que la ciudadanía los obedezca, queda expuesta su falta de poder porque aunque sea una frase hecha, el poder sí viene del pueblo, aunque se entienda mal, como si al elegir a alguien como Jefe de Estado, recibiera la lámpara de Aladino, que ya quedamos es cuento. El poder de los gobernantes depende de que la gente los obedezca, si no el gobernante es un monigote inútil (y caro, siempre).
Por supuesto quienes se hacen con los cargos del gobierno lo saben, por eso disponen de métodos y órganos para obligar a obedecer. Empezando por el monopolio de la violencia que se justifica ante la gente como violencia legal, para asegurar la convivencia pacífica y la seguridad pública, muy bien, pero en realidad, las fuerzas armadas de cada país muy raramente enfrentan ejércitos invasores y siempre están a la disposición del gobernante para meter al aro a levantiscos y revoltosos; lo mismo los cuerpos policiacos que por supuesto, cuidan de la seguridad pública pero también están prestos para obedecer al gobernante cuando se haga necesario contener protestas o corretear líderes latosos.
Aparte, abonan a reforzar la autoridad del gobernante, los tribunales, los investigadores fiscales y la maraña de permisos, licencias y autorizaciones que el gobernante impone cumplir a la ciudadanía para que pueda dedicarse o hacer lo que le parezca. Y aunque usted no lo crea, todavía hay países en los que Dios es parte del instrumental que conserva el poder en manos de los gobernantes.
Todo el complejo mecanismo para hacer obediente a la gente, se concreta en sistemas de sanciones legales (cárcel, multas, etc.), y premios (contratos, licencias, concesiones, exenciones, preseas), y aparte, prácticas ilegales: amenaza, persecución, censura, asesinato, prebendas y toda la amplia gama de actos de corrupción que aseguran lealtad… y obediencia.
Ante las estructuras legales e ilegales de conservación del poder de parte de los gobiernos, el ciudadano individual poco puede hacer y se pliega a querer o no, se somete, obedece cuando menos el mínimo necesario para conservar la cabeza en su sitio y el estómago despegado del espinazo.
Pero eso no significa que el poder sea algo real que tiene el gobernante y solo él. No. Y tan no es así que no hay gobierno por más armado que esté ni más dispuesto a corromper a quien haga falta, que resista una huelga general. Sí, no hay defensa ante la desobediencia masiva. No solo el dejar de acudir al centro de trabajo, sino huelgas de impuestos, de pago de servicios o realización de trámites.
Imagine qué puede hacer el gobernante si nadie sale a la calle, pero nadie; si nadie paga el predial ni los impuestos ni la tenencia ni el servicio eléctrico. Nada. No puede hacer nada, no puede encarcelar a millones, ni cortar el servicio eléctrico a toda la población; su poder era que la gente lo obedeciera y dejó de hacerlo. No en México pero han caído gobiernos con cosas así. Por eso los dos primeros siglos de la Revolución Industrial, la huelga estaba prohibida y hasta principios del siglo pasado se legalizó como un derecho… que para ejercerlo se requiere de la intervención del gobierno, tarugos no son.
Hay otra manera de mantener el circo andando: haciéndose todos tarugos, que es el caso de nuestra risueña patria: ni obedecemos en todo ni el gobierno lo pretende. Por eso podemos tener al 56% de los trabajadores en la informalidad, según datos del propio gobierno, 32 millones de personas trabajando a “escondidas”, sin pagar impuestos ni nada… y el gobierno no hace nada porque esos lo están desobedeciendo y sabe que no puede evitarlo y si lo intenta, exhibirá que no tiene poder para eso. Y al revés, nuestro gobierno hace muchas cosas que serían escándalo en otras latitudes, y la gente lo tolera sin hacer nada tampoco. Raro equilibrio.
El verdadero poder de un Presidente en México depende de la obediencia de la clase política, empresarial y militar, junto con los cautivos, la masa burocrática y los empleados formales, que pagan impuestos y aguantan vara.
Ahora bien, dado el dogma del sexenio improrrogable en el cargo, el “inmenso poder” de los presidentes en México se les esfuma en sus narices, conforme se acerca el término de su periodo. Una vez le conté de un Presidente al que este menda, en Los Pinos, una noche lo acompañó buscando dónde estaba la cocina y lo vio hacerse un sandwich de jamón sin nada: pan, jamón y pan; entregaba la banda presidencial el día siguiente y callado, mascó y se lo tragó. Feo.
El proceso de pérdida del poder comienza cuando hay candidatos a sucederlo ya en campaña, y se precipita cuando hay Presidente electo. Nadie es tan leal como para seguir obedeciendo al moribundo político.